@RafaelMuci
sábado, agosto 27, 2016
ELOGIO DE LA INGRATITUD
ELOGIO DE LA
INGRATITUD
Rafael Muci-Mendoza
Mientras escribo,
me deleito una y otra vez con la “Ballade pour Adeline” de Richard Clayderman y
lágrimas brotan de mis desapercibidos ojos; es la belleza del hacer sin esperar
nada a cambio…
La
ingratitud es la esencia de la vileza…, Inmanuel Kant, 1724-1804
Mi cercano
amigo, un profesor de medicina, jefe de un importante servicio, nunca casó ni
tuvo descendencia, vivía solo…, bueno, un decir, le acompañaba un gato de
angora al que mentaba Robespierre el cual se le acercaba zalamero, interesado y
ronroneando siempre en la búsqueda de un algo, de una caricia, de una
comida…
Nunca nadie
se atrevió a preguntarle el porqué de aquel tenebroso nombrecillo de quien
ejecutara a Luis XVI, quien fuera hombre fuerte del Comité de Salvación
Pública, quien impusiera el ¨Terror¨, una sangrienta represión para impedir el
fracaso de la Revolución Francesa que sumó cerca de 42.000 penas de muerte en
un año; que tal y como sucederá con los desprevenidos capitostes del Chavismo,
fue juzgado con sus propios métodos y guillotinado junto con veinte de
sus partidarios en la plaza de la Revolución, poniendo fin al Terror y dando
paso a un periodo de reacción hacia posiciones moderadas… ¡Que Dios se apiade
de nosotros y nos conceda el bien anhelado…!
De vez en
cuando se aparecía como el cometa algún sobrino de los muchos que tenía,
inmancablemente para pedirle alguna ayuda económica y perderse sin dejar la
cola atrás hasta una nueva necesidad… Era puntual y veraz, de vestir sencillo,
nada opulento ni llamativo, no olía mal ni empleaba palabrotas aun cuando
estuviera disgustado. No soportaba la liviandad, era muy estudioso y la
combinación de estudio, meditación y atención seria a sus pacientes, le había
hecho un gran conocedor de materia médica, literatura y artes.
Tal vez para
compensar el no tener un afecto cercano, fue que con el olor de la experiencia
se dedicó en alma, vida y corazón a atender a sus pacientes de un hospital
público y muy especialmente a instruir a sus residentes dándoles todo cuanto
tenía, todo cuanto sabía y lo más importante, muy especialmente, mostrándoles
con sinceridad cuánto NO sabía; les involucraba en sus trabajos de
investigación científica y todavía más, les recomendaba para que obtuvieran un
trabajo… Y así, una tras otra fueron cayendo las hojas de su calendario vital
hasta que cierto día… le alcanzó la senectud, esa que sabemos que vendrá pero
que paradójicamente siempre nos toma por sorpresa…
En su caso
vino con saña y le asediaron molestias menores y mayores por lo que ya no pudo
cumplir sus metas diarias y de repente en mitad de la ruta, se volvió a ver el
camino recorrido, se miró, se vio de cuerpo entero y por primera vez se sintió
solo… Sus alumnos lo perdieron de sus memorias y solo por ocasión lo
mencionaban, sus sobrinos visto que su hacienda se había secado por virtud de
su improductividad, de sus enfermedades, del repertorio medicinal que consumía
y de sus hospitalizaciones, no volvieron nunca más… y para colmo, Robespierre,
el altivo gato de angora, un día oscuro y frío se marchó por un ventanuco entreabierto
y nunca más se le vio aparecer…
Yo le
visitaba ocasionalmente robando algún tiempo a mis ocupaciones; debía tocar el
timbre repetidas veces, su dureza de oído le condenaba a solo escuchar en la
quietud de su sordera los latidos de su corazón arrítmico y los gruñidos de sus
tripas vacías; con esfuerzo me abría la puerta y me hacía sentir bienvenido,
nada material que ofrecerme, ni siquiera un café… Sin embargo le llevaba
galletas dulces y jugo de naranja natural que sabía le gustaban; hablábamos de
todo un poco, le oía con recogimiento pues siempre me enseñaba con acritud
mostrándome sin ambages las anfractuosas cicatrices de su vida, de su alma;
volvía a abrirme la puerta con tiesura y más pena, y para despedirme, siempre
me decía con amargura: ¨¡Mi querido tocayo: sobrino, residente y gato, qué trío
más ingrato…!
Algo similar
ocurrió con mi maestro y amigo, hematólogo y profesor de clínica médica, el
doctor Herman Wuani (1929-2014), desinteresado ductor e inspirador de miles de
estudiantes y residentes; cuando en congresos u ocasionalmente me encontraba
con alumnos comunes y me preguntaban por él, mi respuesta era, -¨Allá está en
el Vargas, como siempre, ¿por qué no te acercas a saludarle y decirle todas
estas cosas hermosas de su persona que me estás diciendo a mí?¨
A todos nos
pasará en mayor o menor grado, pero no importará pues después de todo lo
consideramos un gaje del oficio… Mi maestro de la Universidad de California San
Francisco, profesor William F Hoyt, aquel pozo de sabiduría y experiencias
forjadas en el día a día, hábil observador, que tenía en su haber numerosas
descripciones primigenias de signos, síntomas y dolencias, antes temido y
adulado, no más le alcanzó la postrimería y su memoria de elefante comenzó a
fallarle para que nadie se le acercara en los congresos de los cuales siempre
había sido tan visible como farol de parranda, siempre rodeado de quienes se
sentían importantes rodeándole… Con razón don Miguel, don Miguel de Cervantes y
Saavedra (1547-1616) escribió, “El hacer bien a villanos es echar agua en
la mar. La ingratitud es hija de la soberbia”.
Y es que el
ingrato no valora lo que se da o se le ha brindado, y al despreciar a su
benefactor, lo hace con una actitud altiva y egoísta. René Descartes
(1596-1650), consideraba la ingratitud como un vicio propio de los arrogantes y
los brutos y también de los ignorantes y los necios. Si bien hay que tratar de
ser como el dador feliz de la Sagrada Biblia que da y da sin esperar nada a
cambio, es injusto que aquel que recibe no retribuya en la medida de sus
posibilidades con sincera gratitud, un ¨muchas gracias¨, una palabra de afecto,
un ¨querido amigo¨, un gesto cariñoso, un estar cerca en los momentos
difíciles, un recuerdo afectuoso sin egoísmo, una sonrisa de festejo… En fin,
seguir dando a quien desprecia lo recibido, es incentivar su egoísmo.
La
ingratitud no solo puede provenir de alguna persona en particular; se da
también entre padres e hijos, hermanos, tíos y sobrinos o amigos, se da no solo
en muchos otros casos, sino que también puede provenir de la sociedad en su
conjunto o del Estado mismo hoy día mezclado con el oprobioso régimen, maula y
ladrón como él solo, bandidaje que no paga salarios o jubilaciones dignas
a quienes han aportado al sistema a través de muchos años de trabajo meritorio
sin reconocimiento, y a quienes condenan a subsistir con sumas miserables por
concepto de jubilación debiendo hasta humillarse para obtener lo que es suyo u
ocurrir a marchas o vigilias frente a las plantas que le sojuzgan para recibir planazos
o ¨gas del bueno¨…
Solo se
premian ellos mismos… Dígame los militares, se engordan por gula, se suben los
sueldos, se regalan automóviles, adquieren quintas que sus sueldos les
negarían, viajan al denigrado pero ansiado imperio con sus familias y jugosos
viáticos, se despojan de sus uniformes al salir a la calle pues bien saben que
están desprestigiados, son impopulares y mal vistos; los demás, el pueblo que
paga sus salarios, son ignorados, mirados como perraje y dejados de lado… Se
llenan de las condecoraciones -¨chapitas de coca-cola¨- que premian sus
lisonjas y entregas en sus paltosotes hasta la rodilla colmados de botones,
placas y estrellas de hasta siete picos, muestrario de ridiculeces de
quienes, cobardes, no han querido ni sabido defender su patria, antes bien, la
han mancillado al hacer dueña de ella a una pinche y malvada nación extranjera,
a la muy indigna dictadura cubana de quienes reciben órdenes, desplantes,
humillaciones y reprimendas…
Saluda a la
ingratitud como una experiencia que enriquecerá tu alma. Augusto Rodin, 1840-1917
Y es verdad,
quien vive pensando en los desagradecidos con quienes se ha topado en la vida,
que suelen ser abundosos, deja de solazarse en el bien que ha esparcido. Quien
nada ha dado, quien ha quitado a otros y ha usufructuado de bienes ajenos no
merecidos, algún castigo en tierra recibirá. La traición de sus camaradas, la
indiferencia de su familia, la inquina de sus hijos y el menoscabo de su salud
por tanta maldad acumulada, bombas de profundidad que sacudirán los cimientos
de sus sistemas de vigilancia y protección. Los males que le acogotarán serán
males muy malos y dolorosos, así que sufrirá y pagará en tierra con la misma
moneda con que pagó a otros, y quién sabe de la deuda que tendrá que pagar después…
Mientras
escribo, me deleito una y otra vez con la “Ballade pour Adeline” de Richard
Clayderman y lágrimas brotan de mis desprevenidos ojos; es la belleza del hacer
sin esperar nada a cambio…
Rafael Muci
Mendoza
rafaelmuci@gmail.com
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