domingo, abril 26, 2020
FEDERICO GARCÍA LORCA - GRITO HACIA ROMA
FEDERICO GARCÍA LORCA
Desde la Torre del Chrysler Building
de Poeta en Nueva York
Hace noventa años Federico García Lorca dejaba este poema, como un
grito, en las aceras de una calle cualquiera de la ciudad de Nueva York. Hoy lo
recogemos, como si nada hubiese pasado, y el ciclón del tiempo se
hubiese detenido tan sólo para para pasar de una tragedia por otra, sin que las
consecuencias varíen en la dimensión de la muerte, del desahucio.
Tampoco hay hoy quien reparta el pan ni el vino ni quien cultive hierbas
en la boca del muerto, ni quien abra los linos del reposo, ni quien llore por
las heridas de los elefantes.
Y como entonces habremos de gritar con voz tan desgarrada, hasta que las
ciudades tiemblen como niñas, y rompan las prisiones del aceite y la música, / porque
queremos el pan nuestro de cada día, / flor de aliso y perenne ternura
desgranada, / porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra / que da
sus frutos para todos.
Con León Felipe a un dorso y César Vallejo a la vera, Federico junta los
gritos del mundo, el llanto derramado y el dolor exacerbado para dejarnos aquí este
afilado expediente con los mismos dedos con los que conjuga música y desgarro
en el manantial de un verso sin carril.
GRITO HACIA ROMA
DESDE LA TORRE DEL CHRYSLER BUILDING
Federico García Lorca
Poeta en Nueva York
Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una
multitud,
rosas que hieren
y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.
Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de
diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.
Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas
sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del
hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las
gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las
almohadas.
Pero el viejo de las manos traslúcidas
dirá: Amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.
Mientras tanto, mientras tanto ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de
los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.
FGL
Poeta en Nueva York
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