Son excelentes todos, si por ello vamos a entender la capacidad del hombre para retratar sus propios fantasmas, desazones, injusticias y violencias, a través de un humor que, más allá de la sonrisa que provocan, llevan ese dejo de tristeza que nos identifica con cada una de esas minusvalías de las que hemos hecho uso, para tratar de avanzar sobre el otro, que no reconocemos como el espejo de nosotros mismos.
Por todo ello vale la pena detenerse a mirarlos. No con la sonrisa de quien se distrae con la fina ironía del dibujante, sino para hacernos reflexionar sobre este mundo que nos antojamos en hacer prevalecer con todas sus carencias.
Tal vez entre aquellas dos manos que se desencuentran, convertidas en revólveres de alto calibre, entre los pájaros de guerra que disparan su cosecha de muerte, entre el hombre que riega el árbol al cual ha amarrado la soga de su propia muerte, sobresalta el niño asustado ante un diminuto avioncito de papel, en el cual siempre han navegado sus más dulces ilusiones.
Ojalá llegue el día en que ese poder de imaginación sirva para dibujar un tiempo sin muertes y sin guerras, en el que las líneas midan el diámetro de la risa, la curvatura de los sueños, el horizonte alado de pájaros en migración hacia el corazón de los bosques de la vida.
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