viernes, junio 13, 2014

LA DULZURA DE SENTIRME VIVO



Salvatore Quasimodo 
20 de agosto de 1901 / 14 de junio de 1968

Nunca te venció noche tan clara
Si te abres a la risa y parece que tocas
Una escalera de astros
Que ya bajo en el sueño, rodando,
Para situarme atrás, en el tiempo.

Dios era entonces temor de estancia clausurada
Donde un muerto reposa,
Centro de toda cosa,
del cielo y del viento, del mar y de la nube.

Y aquel arrojarme a la tierra,
Aquel gritar alto el nombre en el silencio,
Era dulzura de sentirme vivo.


(De “Aguas y Tierras”, 1920-1929)


El poeta contrapone la vida a la muerte. Debate que le tocó librar en sus años de existencia, porque la muerte desaforada que no se detuvo –ni se detiene- ante ningún vuelo de pájaro ni sonrisa de niño- le asestó un golpe a los arrobos y a las acacias, a las garzas y a las grullas, a los verdes altiplanos y a los ríos de sus amores, dejándolo en su absurdo contrapunto de furias y dulzores.

En este poema Quasimodo rompe la clausura de las estancias del temor, para arrojarse a la tierra y gritar en alto, en el silencio, para recobrar la dulzura de sentirse vivo, entre tanta muerte.

Y en este tiempo, que no corrigió aquel, sino que le dio prolongación y crecimiento, aquellas confrontaciones mundiales dieron paso a guerras al detal instaladas en cada rincón del planeta. Y se libran en lenguas distintas y paisajes diversos, cada una con su instrumento de exterminio, su metralla y su disparo, sembrando la muerte como quien irriga campos de semillas.

Entonces fueron muchos los poetas quienes clamaron por los muertos, tomaron su clamor inescuchado, aún en medio del verso adolorido que buscaba inventar entre las heridas, una dulzura inexistente. Y hoy ¿qué estamos haciendo? ¿Qué voz levantamos? ¿Qué deslinde trazamos entre los traficantes de muerte de toda naturaleza y dimensión y la dulzura que clama por instalarse de nuevo en el corazón del hombre?

La vida
no está en este tremendo, oscuro, latir
del corazón, no es piedad, no es más
que un juego de la sangre donde la muerte
está en flor. Oh mi dulce gacela,
te recuerdo aquel geranio encendido
sobre un muro acribillado de metralla.
¿O ahora ni siquiera la muerte consuela
ya a los vivos, la muerte por amor?

Invitamos a leer a Salvatore Quasimodo, pero más a que ello, invitamos a pensar este tiempo donde la muerte sigue en flor, donde el dolor sigue su marcha adolorida, donde la falta de vida se entroniza cada vez más, como si fuera inevitable esta marcha incesante hacia la destrucción y la mortaja.

Allí donde quede un rescoldo de vida, una alegría blindada, hay que ir a esparcirla con fuerza de huracán, a ver si empujando entre todos el hilo del columpio, el pabilo del papagayo, la fuerza inalterable de la hoja que brota, logramos alguna vez que la dulzura sea el alto sitial donde reine el corazón del hombre.

mery sananes
07/01/2009

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