lunes, junio 08, 2009

LA RESUCITACIÓN DE LOS COLIBRÍES



Esta narración me acaba de llegar, de las manos de Zaira Andrade, a quien todos los abriles festejamos en estas Embusterías.

Embustera mayor, tiene el don de la magia, del encantamiento, de la dulzura, de la ofrenda que diariamente derrama sobre todos los que están cerca de ella, y de quienes más lejanos se recuestan en su regazo.

Lo que cuenta hoy es un episodio común a sus energías vitales. Así lo fue durante muchas décadas, decantando su amor, su sabiduría y su saber científico sobre los niños del Hospital J.M. de los Ríos. Así lo sigue siendo porque tiene poderes creadores que alcanzan cualquier dimensión del espacio y el tiempo. Sus sanaciones se producen en territorio del amor, en el cual ella es experta sembradora de vida.

Pero tal vez su mayor lección reside –y así nos lo hace saber a todos- que esos dones no son un privilegio exclusivo. Por el contrario provienen del trabajo persistente que ella misma hace de esos poderes creadores que están en la propia génesis del hombre. En otras palabras, que están dentro de nosotros, aunque raras veces los invocamos, cultivamos o nutrimos. La más de las veces los ignoramos o silenciamos, ocupados como estamos en cosas ‘importantes’.

El relato de estos tres colibríes es un como un gigantesco espejo en el cual cualquier de nosotros se puede mirar, para ver, más allá de la acicalada imagen que inventamos, el nosotros que somos en comunión con los otros.

Cómo será de mágica Zaira que habla el lenguaje de los pájaros, que se conoce el vocabulario de los niños, que mantiene diálogo permanente con las plantas, las hojas de hierba, los árboles, las nubes, las hormigas, el día y la noche.

Por todas esas razones, la traemos de nuevo a estas Embusterías, con las imágenes del milagro de los colibríes, en la seguridad de que más de un lector amanecerá mañana entablando conversitas con el amor que destila todo lo que existe, en armonía con la vida.



Nos encontrábamos en el patio el día sábado y sentimos, Anita y yo, que algo chocó contra el vidrio..Así fue como encontramos tres colibríes, aparentemente muertos, tirados en el suelo, como trapitos negros: uno grandecito, uno mediano y uno muy pequeño.

Yo tomé el más cercano a mí, que resultó ser el más grande y Anita los otros dos para intentar reanimarlos.

Llevé el mío a la cocina; puse agua en la palma de mi mano, donde lo acunaba, no se movía, lo tapé con una olla, como vi hacer alguna vez en mi casa de la infancia y golpeé el fondo varias veces para avisparlo: pero seguía inerte.

Lo puse de nuevo en la palma de mi mano, lo llevé al patio y lo expuse al sol diciéndole "tienes que vivir, tienes que vivir, tu eres lindo", respira, muévete, muévete, vuela. Era como una oración repetida mientras acariciaba sus plumas. En la palma de mi mano sentía latir su corazón y veía que de vez en cuando parpadeaba. No se movía. Era una lucha contra el tiempo de la vida.



El pequeñito resucitó con Anita y fue el primero en volar y desaparecer. Igual ocurrió con el mediano, que respondió a la sanación de Anita y al poco tiempo salió volando. El mío seguía inerte.

Bajaron Rafael y Cesar Augusto, éste trajo una rama amarilla de la mata de Camarón, para que la oliera y se alimentara con "el pólen" como dijo él.

Creyendo que no iba a vivir le pedí a mi hijo que lo fotografiara para guardar ese momento, mientras le abría las alas para ver si estaba fracturado mientras continuaba diciéndole palabras estimulantes de belleza, vuelo, vida, sin cansarme ni entregar mi lucha.

De repente voló y permaneció inmóvil sobre el borde de la caja de cerveza al lado de la nevera donde se quedó inmóvil por largo rato. . Sentí que todavía no estaba bien. Le pedí a Rafa que me lo bajara y mi paciente, el familiar de los tucusitos, ni siquiera aleteo, se dejó agarrar sin moverse.

De nuevo, en la palma de mi mano lo expuse al sol, al aire y a mi voz que repetía como un mantra la fórmula mágica que le hablaba de su fragilidad, de su colorido que se iba rescatando poco a poco, del brillo de sus alas, de que "sí podía".

Hubo un momento en que se sostuvo en mi dedo pulgar, ya erguido. Recuperado. Había transcurrido casi una hora desde que comenzó la terapia resucitadora , ya esperábamos que volara de nuevo y súbitamente, voló y se posó en una rama del aguacate y ahí se quedó mucho tiempo hasta que se echó a volar.

Es la segunda vez en mi vida que sirvo de instrumento para el rescate de un tucusito o de un ave de la misma especie. Los tonos verdes de sus plumas, los matices de sus azules, los toques rojos en su cola y sobre todo el rescate del brillo que se había perdido tanto que, cuando estaban los tres en el suelo parecían pañuelitos negros, quedarán por siempre en mi recuerdo, así como la importancia de la tenacidad para agotar todos los recursos en los intentos en los que nos va la vida.

Yo, que estaba medio alicaída ese día, sentí mis fuerzas recuperadas y rescaté mi optimismo habitual.

Con amor comparto esa experiencia a través de las maravillosas fotos que relatan los momentos mágicos finales, donde la vida se impuso de nuevo como ese milagro que por ser cotidiano ya no nos sorprende. Z




1 comentario:

raiza andrade dijo...

Mery: quiero ser para siempre parte de tu cobijo. Me has regalado resonancias de Zaira, embelesamientos que conmueven cada fibra de mi ser. No sé qué es más hermoso, vivir esas historias mágicas de la Nona o enredarse cada día en tu palabra que permite sentarnos bajo tu decir poético y anudarnos a tu voz para que este tiempo que vivimos no nos duela tanto- Gracias por ser y estar ahí Ray