sábado, mayo 30, 2009

EN CELEBRACIÓN DE JOSEPH POWER, 24 AÑOS DESPUÉS




Esta carta la escribimos el 16 de diciembre de 1985, hace 24 años, ante la noticia del accidente que había tenido el autobús en el que viajaba Joe Power en una carretera de Nicaragua. Su sonrisa quedó tendida inerme en la tierra. Joe había llegado a aquellas tierras después de hacer un recorrido por Venezuela, donde acampó su persistencia en Los Canjilones de La Vega, en el vano intento de hacer una cooperativa, un espacio para el trabajo compartido, un territorio para el porvenir. Allí en el mismo sitio donde el Padre Wuytack sembró sus enseñanzas. Sufrió reveses y fracasos, pero jamás desilusiones. Su alma crecia ante los obstáculos y las dificultades. Y se irguió como una lección permanente de entrega, ternura e inocencia.

En verdad, nunca se marchó. Se quedó entre nosotros prendido primero de las pupilas de sus hijos, luego en la sonrisa de los nuestros y ahora cabalga en las travesuras de los nietos, empeñados como él en descifrar el secreto de las hojas de hierba. Nació el mismo día que Walt Whitman y se marchó el día del nacimiento de Ludwig van Beethoven.

Reproducimos esta carta, dirigida a su esposa Caty, como si fuese una sonata, para que entre sus acordes, Joseph Power regrese otra vez de salmista a mitigar las penas y a empuñar el porvenir. MS

Caty

¡Qué se puede decir! Es como si algo de pronto se hubiera arrancado de cuajo, como sin un inmenso tronco se hubiese doblado sobre la tierra, como si dentro del corazón hubiese quedado un vacío que amenaza con hacerlo estallar todo. Qué palabras encontrar que recojan aunque sea en parte el estremecimiento, la ira, el dolor sordo que se agolpa en cada resquicio del cuerpo. No podemos consolarte, Caty, no podemos. Ni las palabras que hayamos dicho ni las que diremos mañana, ni las que hemos tejido amorosamente para celebrar la vida y las que hemos desgranado con tristezas del alma para convocar la muerte, nos sirven para nada en este momento.

Lo que quisiéramos es simplemente ponernos a llorar a gritos a tu lado y aferrarnos a tu llanto y hacerlo uno con el nuestro. Con el que brota convulsivo y rabioso hasta que se detiene en el cansancio de la respiración y se aquieta en la inmovilidad hasta que estalla de nuevo. No podemos consolarte, Caty. Tendremos que llorar mucho hasta que el llanto se dibuje de nuevo en la sonrisa de Joe, que está grabada en tantos sitios, tantos recuerdos, tantas batallas, que tendremos que terminar haciendo camino hacia su fortaleza de gigante y su alegría de niño.

Cuántos recuerdos, memorias de días se convierten en imágenes vivas, que danzan alrededor de esta tristeza. Fueron ustedes habitantes de nuestros territorios más calidos. Se hospedaron en nuestro corazón un día cualquiera en que se asomó a nuestro vivir, la cara de niño de Joe esparciendo sueños y bienaventuranzas en medio de una tierra seca e infértil, Se dedicaba a sembrar ilusiones y creía firmemente en que en los muros más gruesos crecerían los arbustos de la vida compartida. Y crecieron. Están allí, aunque muchos estén ciegos para ver, sordos para oír, mudos para cantar.

Desde entonces, se apretaron a nuestro sentir para no poder separarse jamás. Allí quedaron instalados como parte de nosotros, como extensión enamorada de nuestras propias ilusiones, como nuestro ser más batalleante y dulce. En cada pedazo de esta casa se hace inmensa su presencia, en las despedidas y en los encuentros, en las terribles penas compartidas y en las alegrías celebradas. En el llanto que más de una vez se hizo un solo río de afecto entre nosotros.

No podemos consolarte, Caty, porque no encontramos consuelo porque aun son días de andar desgarrados hasta que aprendamos a vivir de nuevo con él. Juntos estuvimos frente a golpes terribles, tremendos, y nos hicimos promesa de fortaleza. Fue la abuela, fue la madre de Joe, y aquí, entre nosotros, fuimos vasija de un mismo llanto. Fue tu hermana, Caty. Y aquí juntos fuimos columna para la sonrisa.


Pero aquí también vimos nacer la alegría jubilosa de los niños que advinieron a un mundo difícil llenos de las bienaventuranzas de quienes soñamos en una tierra fértil y solidaria. Y llegaron sonrientes a acompañar los combates, armados a su vez, de si coraza y contrafuerte.

Aquí, en estos sitios, dibujamos viajes por países lejanos, hicimos trayectos hasta las tierras más altas, hicimos recuentos de la cuestas y las bajadas, de los espacios disputados a la muerte, del diario afán que se hacía gota de agua, adobe convertido en horno, cuero que se volvía zapato para todos. Palabra que se hacía bendición..

Aquí cobijamos esperanzas y fracasos, derrotas y proyectos, tristezas y alegrías. Un día se fueron, llenas las alforjas de ilusionada solidaridad, de enamorada entrega, de decisión de combates más certeros, en pos de un mundo de hierbas en que todos los hombres fuesen floricultores. Iban no a encontrar sino a construir. No a ingresar sino a levantar. No a recibir sino a entregar cada hilo de fuerza, de esperaza, de amor. Iban simplemente a darle continuidad en otros territorios al mismo sueño.

Allí, en ese escenario de lucha, se habrá acentuado el rubor de las mejillas de Joe, se habrá agrandado su sonrisa de niño. No porque los esfuerzos hayan sido menores, no porque las faenas hayan sido más aliviadas, sino porque tenían una dirección que se hacía de siembra.

Recuerdo, Caty, como si fuera en este preciso momento, el día en que Joe se marchó. Juntos salimos de la casa. Seguiría yo hacia la universidad y él proseguiría hacia el centro donde debía realizar unas últimas gestiones. Nuestra hablar era entrecortado. Ninguno de los dos queríamos hacer conciencia de una separación. Y tratamos de hacerlo lo más normal posible. Se cumplía para Joe un deseo perseguido y se abría una esperanza. Teníamos que acompañarlo con alegría a ese combate. Y esbozamos nuestra mejor sonrisa. Cuídate, cuídate. Escríbenos, desde donde estés, nos haremos compañía en esas letras, allí echaremos a correr todas estas preguntas que el tiempo no nos dejó responder. Allí volcaremos una y otra vez el afecto que nos hace inmensamente solidarios.

Cuando se bajó del carro en la esquina y comenzó a subir la calle, yo me le quedé mirando tal vez con muchas ganas de cambiar la sonrisa por el llanto. Joe se volteó desde lejos hacia mi. Ambos nos quedamos inmóviles en esa mirada por unos segundos. Cuántas bienaventuranzas, Caty, no fueron y vinieron en ese preciso momento. Pensé entonces: tal vez no lo vuelva a ver. Sabía con certeza que Joe iba a entregarse a una lucha, a una causa, a una revolución, como lo había hecho siempre, en cada cosa, en la que había estado, con pasión y entrega definitivas. Y conocía todos los caminos del peligro y el azar, todas las difíciles probabilidades de supervivencia para quien vive solo para rescatar la alegría.

En esos segundos, toda la alegría de conocer a Joe, de haber tenido el inmenso privilegio de haber compartido su decisión de vivir, de habernos asomado a su dulzura, a su coraje, a su manera de construir siempre el mundo a la medida de su propio corazón, a pesar de todas las grietas, se juntaba a toda la tristeza de una despedida que intuía entonces como definitiva. Sabía que era inevitable, pero eso no ayudaba a consolar ni a aquietar la angustia ni la tristeza. Sabía que no había otro camino, pero ello no era consuelo para nuestro propio corazón

Se fue acompañado de todo nuestro amor. Y ese amor hubiese querido hacerse fortaleza y amuleto, talismán, objeto mágico que apartara de Joe todo mal, toda trampa, todo siniestro, que lo resguardara y protegiera, que lo hiciera pasar ileso por sus combates y sus luchas, Soñamos tantas veces con verlo, al igual que Walt, hecho de barbas para que nuestros hijos y nuestros nietos fueran a cobijarse entre ellas a escuchar sus aventuras de revolucionario.

No sirvió nuestro amor como coraza. Y una mañana cualquiera un absurdo se lo llevó. No podemos Caty imaginar su hermosa humanidad doblegada. Sigue dando pasos por entre estos espacios. Sigue sentado a nuestra mesa. Sigue esparciendo sus bendiciones. Siguen los ojos de Camilo nombrando el mundo por primera vez. Y no puedo asomarme a sus ojos asustados por la ausencia, porque se me hace grito la voz, se me hace estremecimiento el sentir, se me hace llanto desconsolado la palabra.

Caty, sólo podemos ponernos junto a ti y a vivir contigo esta pena tan terrible, este golpe tan brutal. Así solidaria y amorosamente. Junto a ti a y a esos hijos que son también nuestros. Junto a la hija que no conocemos pero que llevará también dibujada en su frente la dulzura de Joe.

En tanto tiempo, nada habíamos sabido de ustedes. Sabíamos que estaban dando sus batallas y que el tiempo volaba sobre los caminos que habría que llenar de surcos y granos. Sabíamos que algún día arribaría a nuestra puerta el regalo de vuestras noticias. Y aguardábamos, absortos también nosotros en nuestras propias luchas y combates. Trabajando tenazmente en cada tarea, en la que siempre estaban ustedes presentes, porque es la misma dirección del sueño, el mismo contenido de esperaza.

Y un día nos asombró la voz de Leonor para anunciarnos un paquete de Joe. Irrumpió la alegría en nuestros sitios. Y hubo celebración, porque ese paquetico daría inicio a lo que siempre pensamos sería una larga correspondencia entre nosotros. Lo decía a Joe: verás como ahora, por medio de las cartas, tendremos tiempo de discutir y reflexionar sobre tantas cosas que el tiempo no nos ha dejado conversar.

Cuántas cartas imaginarias enviamos desde aquí, a modo de solidaria entrega a vuestros días afanosos. La llamada de Leonor hizo ese domingo un día de fiesta. Quedó en enviar el paquete. Y la semana se fue sin que pudiera hacerlo. Me había dicho también que a través suyo podríamos hacerle llegar a la vez un paquete nuestro. Y volaba mi imaginación sobre todos los papeles amorosos que incluiría en ese envío, como para llenar el vacío de tanto s días sin noticias. Era entregarles el recorrido de nuestro quehacer y asomarnos al vuestro.

No llegó ese envío sino que ates se hizo a la mañana otra llamada de Leonor. Te llamo para decirte lo peor. Quise tirar el teléfono, pedirle que no me dijera, como si de esa forma hubiésemos podido detener lo que intuíamos habría de decir. No hubo posibilidad alguna de retrasarlo. Joe se mató en un accidente de autobús. No siguieron palabras. Qué palabras podían seguir. Dentro del pecho se nos hizo un estremecimiento gigantesco, que aún pelea por salir y que está como represado, comprimiendo y golpeando, como una brasa.

Cuando los seres nos queremos tanto, Caty, se hacen presentes las señales. Y no podía ser de otra manera El día domingo, como excepción tal vez, creo que teníamos más de dos años sin asistir a ningún espectáculo. Fuimos Danielita, Agustín y yo al Aula Magna, a oír el Réquiem de Mozart. Una interpretación extraordinaria que nos conmovió profundamente. Y nos dejó las alas de la muerte entrelazadas en el sentimiento que se agitó con fuerza. Esa madrugada, con la imagen de la abuela, me desperté llorando, apretada la boca contra la almohada para no despertar a nadie. Y todo ese día una tristeza fuerte, honda, dura, nos anduvo golpeando sin que supiéramos por qué.

En la tarde de ese día, en la oficina, alguien que estuvo allí, advirtió en la esquina de la puerta una mariposa negra y exclamó: es señal de muerte. Y alguien añadió; habrá que hacer las fogatas para ahuyentar los maleficios. Y no bastaron, Caty, todas las hogueras que encendimos en nuestro corazón para ahuyentarlos.. No basto ningún acto de magia, ninguna fuerza del espíritu, ningún secreto talismán parta ahuyentar la muerte que se venía encima,

Asestó su golpe derribando el tronco vigoroso y doblando sobre la tierra el sabor de su sonrisa. Algo nuestro se dobló junto con él. Su grito, su pena, nos alcanzó desde aquel sitio lejano dejando los signos del afecto construido.

Sé, Caty que ahora tendremos que aprender a vivir sin él. Difícil y terrible aprendizaje que pasa por el territorio de las lágrimas, pero que necesariamente debe arribar a la altiplanicie de su fortaleza y su dulzura. A su lección, su entrega, a su alegría permanente, a su capacidad de colocar por encima de toda la tragedia de la vida impuesta, la del canto infinito de sus sueños.

Habrá que enraizarse en su vida para seguir las rutas que él inventó para acercar el porvenir, para cuidar la risa de los niños, para agigantarnos en su decisión de ir siempre hacia adelante, como soldado invencible, teniendo como manto estrellado su corazón hecho de horizontes sin límites

Se hará ahora mas recio e compromiso. Mas acerada la decisión. Más alta la alegría. Nos habrá de arropar con su ternura de niño grande. Con el cascabel de su sonrisa, con la fuerza de su puño que contenía nuestras manos, con su trayecto de salmo, su coro de bienaventuranzas, su temple de minero curtido en las sombras, su equipaje de hierbas frescas que le dejara el viejo Walt, el mismo día que naciera, para esparcir su simiente por doquier.

Te enviamos, Caty, el abrazo que cabalga sobre tu llanto y el nuestro y que se sostiene sobre los ojos grandes de Camilo y las mejillas sonrosadas de Gabriela y Maria Belén. Dile a Joe de nuestra parte que reiteramos nuestro compromiso de hierba y nuestra tarea de siemprevivas. Llévale recados de agua dulce y semillitas de anís. Cubre su noche de amaneceres. Su aposento de tierra de noches estrelladas. Su ausencia de vastedades. Dile que no estaremos jamás ausentes de aquello que nos hizo solidarios. Y que estaremos siempre trabajando en dirección hacia la luz.

16 de diciembre de 1985.




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