El exilio es siempre una palabra con sabor a pozo, que se deletrea a intervalos de melancolía, que quiebra la escritura, como si fuese un corazón desahuciado. El exilio es desgarradura, fronteras a la inversa, como si de pronto quedáramos deshabitados de árboles, de pájaros, de sonrisas.
Y ciertamente hay exilios que se cumplen en el interior de uno mismo, cuando en la vereda que recorrimos deja de correr el viento que se llevaba los cometas. Cuando tenemos que enclaustrar la oscuridad en el envés de las nubes. Cuando ya no nos podemos reconocer en la pupila del otro.
De pronto no somos más que extranjeros en los recintos en los que la vida jugaba a ser aurora. Y todo se acalla como una chicharra que cumple su ciclo, sin que otra ocupe aún su oficio cantarino. MS
Sé lo que es la vida
en el exilio
porque he vivido
exiliado en mi país.
Conozco la patria chica
de los despatriados,
porque fue la única
que me abrió los brazos
y brindó su asilo.
Compadezco
a los desterrados,
a los perseguidos,
a los refugiados;
pero, en el fondo,
les admiro en algo
su suerte.
Nada hay como vivir en el exilio,
aun pisando tu tierra.
Te verás forzado a tomar
por derroteros y atajos,
a construir tu casa
en un abismo sin suelo,
entre los linderos de la memoria
y el corazón.
Pero, como toda condena
tiene su expiación,
te verás impelido a entablar
coloquio con el viento,
a sacarle luces al color de las orugas,
a llevar secretas bitácoras
de las caravanas de hormigas.
Te verás obligado
a discurrir con tu sombra,
a beberte el murmullo de sus oscuras luces,
y un sabor a cicuta y uva,
a belladona y ambrosía,
inundará el paladar de tu alma.
Marginalia se llamará tu casa,
tu casa sin cimientos,
en la que, a medianoche,
plantarás tus amapolas;
y en la que por las madrugadas,
sigilosamente observarás
el coqueteo de los nardos
bajo la luz de la luna.
Pero tu condena será
vivir en el misterio.
Y nadie, excepto tú,
tendrá acceso a Marginalia;
nadie excepto tú,
podrá dar cuenta y coordenadas
de tu país, tu utopía, tu silencio
y tu Paraíso perdido,
la patria chica de los despatriados.
LUIS ALEJANDRO CONTRERAS
1 comentario:
Caramba, Mery. ¿Por qué tienen que pasar tantas lunas para que uno se tope con una carta que no leyó? Lo digo con algo de vergüenza pues, la verdad, no recuerdo que me haya llegado la etiqueta. Tampoco soy muy ducho revisándolas. Es como si una carta se hubiera deslizado, por obra de los hados detrás de un pesado mueble y cuando lo remueves, luego de que te dan aviso de esa misiva que no viste, te topas con una hermosa carta, que se ha embellecido aún más, debido a que ha tomado el tono sepia de las chicharras. Si mal no recuerdo, en esas fechas de que data tu misiva, me había animado a subir esas notas, luego de haberme atrevido a leerlas en un sitio público.
Comulgo con lo que tan primorosamente dice:
“…Y ciertamente hay exilios que se cumplen en el interior de uno mismo, cuando en la vereda que recorrimos deja de correr el viento que se llevaba los cometas. Cuando tenemos que enclaustrar la oscuridad en el envés de las nubes. Cuando ya no nos podemos reconocer en la pupila del otro.
De pronto no somos más que extranjeros en los recintos en los que la vida jugaba a ser aurora. Y todo se acalla como una chicharra que cumple su ciclo, sin que otra ocupe aún su oficio cantarino…”
Agregaré que, por fortuna, no sólo el sepia que nos recuerda lo añejo es arte y parte del colorido de las chicharras: también lo es el verde, que es un color de vida y muerte, incluso, de resurrección. Por lo que albergo la esperanza, renacida en la fe que vibra en el verdor, de que una clara mañana, luego de que hayan pasado muchos años de silencio, brote nuevamente el canto de la chicharra, celebrando la fugacidad de la vida.
A tantas lunas de distancia te escribo puntualmente: gracias, mis hondas y sinceras gracias…
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