jueves, diciembre 03, 2009

UNA CANCIÓN DE AGUA PARA TU DESPERTAR




Ramón

Cuando leí por primera vez tu texto, se me abrió de pronto esa compuerta de la tristeza que todos llevamos inscrita hasta en las propias células que miran los amaneceres. Se me anudó la vida en la circunvalación de los sueños y se me hizo silencio la palabra que quería ofrendarte abierta y resplandeciente, como tomada de ese halo de luz blanca que te sorprendió.

Se me hizo escarpado el camino de regreso a la canción del agua, porque hablas de despedidas y de soledades y de tiempo de ausencias que se llena a punta de las memorias que hemos ido construyendo a través de los días y los años, como un manojo de sueños sin realizar.

Y como suelo hacer, cuando el cántaro se me rebosa, quise ser quien te despertara de tu sueño, quien te lo reconstruyera sin puertas, arcos y columnas, sin bruma, sin umbrales ni pasadizos, sino como un paisaje abierto, inmenso como las llanuras de donde vienes, frondoso como los bosques de los que eres habitante, cantarino como los ríos en los que ha navegado tu brújula de infinitos puntos cardinales. Oloroso a azucenas, sí, en pleno proceso de apertura.

Porque, mi poeta y queridísímo Ramón, quién puede tener una soledad que nos haga sentir solos, cuando se está habitado por guijarros, lluvias, flores, montañas, pie de monte, ínsulas y continentes, peces y fósiles. La otra soledad está allí, sí, tan poblada que no encuentra espacio en ella el bullicio de los ruidos que no llevan en su sintaxis una canción.

Quién puede contar los años, si al llegar a estos que tenemos, se vuelven suma y síntesis de todo lo vivido y por vivir. Un tiempo para mirar lo que no se tuvo tiempo de mirar en la prisa de los días que pertenecen a otros. Tiempo para detenernos como si fuera la primera vez en los otoños, las primaveras, los inviernos y la risa de las chicharras, el vuelo encantado de las mariposas, el silogismo de los compases de los pájaros y la sinfonía de los charcos y los sapitos.

Somos, Ramon, al tiempo lo que el arcoiris al sol y la lluvia, refracción, que contiene todos los colores y las magias y las sombras y las luces que aún no se han encendido sino en esos sueños de porvenir que siempre anidaron y siguen anidándose en el costado izquierdo de nuestras carencias.

Ramón, no te robo tu sueño, lo rehago, lo sueño otra vez con los paisajes que he visto recorrer en tus pupilas, con la ternura con la que tu mano dibuja sobre los papeles la geografía de la vida, con la paciencia que entregas cuando enseñas a tus alumnos, que el tiempo no es esa máquina que nos devora, sino el intervalo mágico donde somos este párpado asombrado, que no deja nunca de querer parirle sonrisas a los rostros del porvenir.

Te despojo de columnas y murallas y te entrego el viento fresco que viene de este norte, para que ilumine tu sur con la canción del agua que en invierno se trastoca en estrellas infinitas para pintarle cielos a los árboles deshojados. Hago de esa hora de despedida un calendario inaccesible, que quebramos cada día que le ganamos a la vida que se vive. Y nos erguimos así en infinitos hacedores de llegadas, de arribos, de orillas, de bajeles en busca de puertos donde anclar los tesoros del mar.

Te entrego ese amor cultivado desde los días de disparos y metrallas que nunca han cesado y a través de los cuales logramos que aún se escuchara la canción de la tierra, el silbo que la hierba le escribe a los suspiros, el tapiz de violetas de los atardeceres y el naranjal que el sol le siembra a las madrugadas que tienen sabor a cosecha.

Te doy mi compañía para tus soledades y tus silencios. Te desbordo de palabrerías y las inscribo en los pétalos de la flores que aún no abren, en las puertas sin pestillos ni cerraduras, en el umbral de la alegría que algún día se instalará en esta tierra, para que sea tu cómplice, tu efímera referencia para cancelar toda despedida y quedarnos en este estar sin esdrújulas, que se hace liviano como el vuelo de las mariposas, agreste como los campos de geranios, amoroso como las vides y los olivares, los sembradíos de caña y mazorcas infinitamente dulces.

Y en fin de cuentas, Ramón, te doy mis propias soledades, los silencios que se tejen sobre esa incertidumbre que se forma sobre los días que vendrán, en la tristeza de todas las despedidas a las que nos tocó asistir. Pero por sobre todas las cosas, te regalo este corazón iracundo que no cesa de abrirle cauce a los arroyos en los que somos y seremos siempre bajel de sueños sin fin.

mery

Carta-respuesta a Ramón Santaella, en torno a su texto Sueño. Diciembre 2009.

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