Comienza un nuevo tiempo pascual
Dalí
2009
¿Cuánta masacre se ha acometido en razón de todas las ideologías, principios y teorías, que tan lejos han estado y siguen estando de estudiar la diferida condición humana?
¿Cuántos pasos hemos dado en vano? ¿Con cuánta fruición nos hemos encerrado en nosotros mismos para no observar al hermano que hemos vuelto ajeno y extraño?
¿Cuántas veces el planeta se ha contado tan sólo para dejar registro estadístico de sus hambrunas, de su depauperación, de su balance negativo?
¿Y qué hemos hecho nosotros con tanta tristeza, tanta minusvalía, tanto vejamen, tanta degradación y sobre-descomposición?
Preguntas en un tiempo pascual, que deja el registro de un ser dispuesto al sacrificio, que aún en medio de su gloria y su resurrección en el reino de los cielos, adviene cada día en espera de la realización del reino de los hombres, aquí en esta tierra, hoy y ahora. ¡Que así sea!
En la Semana Mayor del 2007, escribimos las palabras que siguen, que tienen una vigencia que sobresalta. Lejos de ir en dirección a las indispensables resurrecciones, seguimos avanzando en la entrega de la vida, a nombre de infinitas razones inventadas para multiplicar la muerte, que no la esperanza.
La tristeza, entonces, la desazón, se acrecientan y agigantan hasta dejarnos exilados en el silencio de quienes no tienen palabra, ni pan servido, ni mesa de consagraciones, aventados sin saberlo, a empujones, hacia guerras que no les pertenecen, hacia horrores que en nada conciernen a sus sueños deshabitados.
Y, sin embargo, y aunque sea desde el fondo de un pozo, hay que moldear el grito hasta convertirlo en un rayo de luz. Hay que excavar desde los túneles más oscuros en dirección a la brecha por donde se cuela el dulzor de las aguas que habrán de dar de beber a las mandarinas y a los nísperos.
Hay que agitar el viento al interior de las velas del bajel de la vida, sembrarle candilejas a la pólvora, desatar las resurrecciones.
Por ello dejamos aquí de nuevo estas señales, como si fueran diminutos cometas en manos de un niño, para que cada quien suelte el cordel de sus propios sueños en altiva confrontación con la muerte, donde quiera que esté.
En estos días mayores, en los que la historia de los sacrificios hace presencia en la mesa cotidiana, es bueno preguntarse por este tiempo que vivimos, tan plenos de muerte y tan ajenos a resurrecciones.
Preguntarnos por las creencias que se nos vuelven madejas. Por las oraciones que quedan recluidas en el cuenco de las manos. Por la vida que no hemos podido construir.
Por la noche gigante en que hemos convertido este triste y desolado planeta. Y tal vez hasta por la esperanza, la que podríamos edificar, el día que consagremos paraísos en el interior del corazón del hombre y hagamos de la resurrección el ritual de cada amanecer.
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