RAFAEL
RATTIA RESCATA UN PEQUEÑO LIBRO
ESCRITO HACE CUARENTA AÑOS
Rafael
Me sorprendiste, amigo. Aunque conociendo de antemano tus labranzas, no
resulta azaroso que te hayas podido reencontrar con un texto que, escrito hace
cuarenta años, contiene ciertamente ya el descontento, las dudas con la
revolución que veíamos como el centro de nuestros ideales y que ahora se nos
revelaba como algo que no correspondía con la realidad que prefigurábamos.
Difícil, terrible, duro procesar una certeza que convertía el dolor de
la muerte, la ausencia, en una doble mordedura. Porque los hermanos que se nos
quedaron en el camino, lo hicieron cabalgando un sueño de redención para el
cual sólo tuvieron su entrega.
Cuántas contradicciones iban y venían en aquellos días aciagos, que no
concluyeron nunca, sino que se prolongaron hasta hoy, como si no existiese la
memoria, ni las penas grabadas en las despedidas que no quisimos. La muerte
siguió su curso ilesa de todo obstáculo. Porque quienes la adversaban, luego la
hicieron suya, o la negociaron, la pacificaron, o la enfrentaron con nuevas
solicitudes.
La razón quedaba como excluida de todo planteamiento. Siempre tratando de
arribar a una estación que otros nos colocaban como nuestra, y en la cual nunca
habitó la ilusión de un tiempo nuevo. El sufrimiento quedó petrificado en los
rostros atónitos de los transeúntes. Nadie hizo de aquellas ausentes sepulturas
una reflexión que ahuyentara la muerte y atrajera la vida.
Y sin embargo cuántas veces se nos hizo creer que había que librar aquellas
batallas desiguales. El enemigo fue tan poderoso que se apoderó incluso de
nuestras utopías. Las hizo suyas tan sólo para convertirnos en lo mismo que
ellos. Terminamos utilizando sus mismos procedimientos, sus mismas armaduras,
sus mismas sinrazones, en busca de un espacio de poder que hasta el día de hoy
sólo ha servido para hacer reinar lo que excluye, divide, segrega y fracciona.
Nunca para establecer la vida.
Tal vez todo eso estaba en aquel pequeño poemario, que no era sino la
radiografía de un dolor tangente, que no encontraba cómo convertirse en
palabra-arma para hacer girar la historia, al fin, hacia el lado del hombre, de
la gente, y de un mundo construido a semejanza de su humana condición.
Los cuarenta años que le siguieron no han hecho sino corroborar aquella certeza
de incertidumbres, aquel desasosiego de lo inútil, aquella tragedia de quienes
no fueron preguntados por su vida, sino sólo por su muerte. Y sin embargo,
cuántos aún son los mismos actores y testimoniantes, críticos y anticríticos,
reinando en una dimensión que sólo ha vivido entre masacres.
Por eso, Rafael, a la hora en que rescatas ese texto, que más que poemas, son
un gesto, una exhalación, un grito aherrojado, se me hace presente de nuevo la
misma y vieja historia que no fuimos capaces de transformar, de llevar hacia
otros términos. Y lo terrible sigue siendo que esa disolución sólo ha crecido
hasta convertirse en red gigantesca que ya no nos deja siquiera reconocernos
entre nosotros mismos. Nos convirtieron en seres ajenos, distantes, agriamente
enfrentados, sin saber por qué, ni cómo y mucho menos para qué.
Hoy la tragedia es mayor. Y por ello, Rafael, me ha conmovido profundamente tu
acercamiento a aquellas páginas que sólo han pertenecido al silencio y al
olvido. Cuando tú las retomas, es como si se iluminara de nuevo el vendaval que
las convirtió en palabras. Y reviven en este tiempo, para hacerse de nuevo
contraseña, señal, de lo que nos aguarda por construir, de lo que hay que
develar, y sobre todo de lo que debemos emprender desde los acuciantes agujeros
de las nocturnidades hasta su preterida residencia en los solares del porvenir.
Te envío un
afectuoso e inmenso abrazo
Mery Sananes
Octubre 2006
Leer mas!