sábado, noviembre 15, 2014

REINVENTAR LA RISA EN LA ESTACIÓN DE LA ESPERANZA





Intuía que el amor abriría camino entre las escarpadas hondonadas del vivir. Que haría posible lo que sólo es posible por amor.

Y nada más hermoso puede rodear ese diminuto núcleo de vida, que la decisión persistente, indomable, silenciosa y decidida de reinventar la risa en la estación de la esperanza.

Y no fue en vano el tránsito. Más bien una preparación, un intervalo, una anticipación a la alegría. Y en esa estructura de flor y árbol, de savia y viento, emerge el milagro mayor: el del nacimiento.

Y no hay palabras para celebrarlo, ni entidad que lo describa. Es un sentimiento en mayúscula, que se percibe desde el instante de gestación. Como si uno adivinara o pudiera fluir entre los corredores de los nervios, los músculos, la piel y asomarse al estallido mismo de una invocación que se vuelve infinita y permanente.

Y de allí en adelante todo gira en torno a los movimientos de una sinfonía concertada y concertante que inicia, procede, exclama y alcanza una coda que es la fuga desde el agua hacia el oxígeno, desde el interior de la colmena hasta el sabor inasible de la miel de los naranjos.

Sé perfectamente que ya entre ustedes hay un lenguaje de insospechados matices, un canto que va y viene desde los rincones del alma, un alfabeto de movimientos como si fuese un tropel de mariposas sobre el teclado de un piano.

Que ya está en marcha un manuscrito sin fin cuyo prólogo es como un canon irreverente y travieso que ya establece sus posiciones en el tablero de un ajedrez sin guerras ni otro reinado que el de la utopía.

Y que el arribo está pautado de antemano en el libelo sellado de un tratado de amor.

Y cuando uno ha parido hijos que es como convertirse de pronto en constructor de estrellas, en hacedor de confituras, en diente de león exhalando espigas de sol hacia campos de hierba, todo nacimiento recrea, reconstruye, reinventa, ese instante que al iniciarse resiste todo límite, frontera o  término.

Se pare y toda la vida se va pariendo los días de los hijos, como si uno fuese una espita, un mágico cobertor o un tapiz hecho de suspiros. Un recorrido que no cesa y traza sobre el horizonte la escarcha de un arcoíris, por cada lágrima que la lluvia le regala al rayito de luz.

Y yo hoy, paridora de oficio y en esencia hija hasta de los gajitos de mandarina que los cielos le regalan a los pájaros, celebro esta fiesta y los arropo con mis ilusiones de madre, con mis sueños de abuela, con mis imaginerías niñas, para dejarles una ristra de bendiciones, un tiempo desprovisto de disonancias, una constelación donde guindar un horóscopo que mida la vida por la fuerza de las semillas que germinan en invierno para inundar la tierra de una primavera aromada de azahares y jazmines.

Los quiero inmensamente,

mery sananes
15 de noviembre del 2014.



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