Cómo se detiene el tropel de lágrimas
que brota de los desarticulados cartílagos
del alma
Cómo se recompone la noche
cuando el día la hace cautiva de sus intemperancias
Cómo se doblega la altivez del grito
cuando las cuerdas del laúd las confiscaron
los gendarmes de siempre para atarle
la luz a los girasoles
Los hijos duelen hasta en los huesos
y sus heridas son como una muerte lenta
que nos avasalla un murmullo en busca
de un cauce de aguas un vagón que ha
perdido el itinerario de sus estaciones
Hiere con voracidad de fragua la dentellada
de un tiempo desprovisto de calendarios
que repite incesante su estructura de vacíos
Destroza la estructura ilusionista de la
mirada el horizonte vertical de los fuegos
que jamás han conocido el dúlcimo
aroma de los pandehorneros
Quiebra la armónica concordancia de
las sístoles el golpe que se anida forajido
en el atropellado zaguán de la ternura
Y sin embargo amanece el cardenal
más allá de las tormentas que deshabitaron
el espacio de sus caricias
apela el azulejo a su altivo plumaje
para dibujarle cielos a las sombras que
opacan el ritual de besos que nacen
del oleaje azul de su vuelo
y el destello amarillo de un tejerito
rompe al fin los linderos de la tristeza
¿Acaso con ese equipaje frugal y amoroso
no se podrá vencer el furor de los odios
detener el filo de de los metales y rescatar
la atemperada musicalidad de las risas
que parimos en ofrenda al porvenir que
nunca alcanzamos?
foto y texto / mery sananes
10 de junio del 2011