21 de marzo de 1685 / 28 de julio de 1750
Escuchar la música de Juan Sebastián Bach es y seguirá siendo siempre una experiencia única e insustituible. Sus acordes traspasan el país del alma, hasta devolvernos las resonancias de lo que somos. Como si en nuestro interior pudiéramos ponerle música al nacimiento de una flor, al vuelo de una estrella fugaz, a la canción que guardan en sus pupilas los niños.
Como si se desataran todas las fuerzas del universo en el recinto de una gota de rocío, para derramarse como un río cristalino sobre los mediodías que aún no han emergido de las circunvalaciones de un tiempo cósmico y mágico.
Como si de pronto pudiésemos aprehender, en un solo arpegio, la música que habita el corazón del hombre, las resonancias que emanan de las espigas, los susurros que tejen los corales sobre las aguas, el murmullo solar de la vida que aguarda ser vivida. Y nos transportáramos a la estación de los milagros, como si fuésemos transeúntes de constelaciones que aún el ojo no ha descubierto en el paisaje de las noches.
Sólo que cuando eso ocurre, no volvemos a ser los mismos. Si la alquimia ocurre, si la música ejecuta su poder creador, nos convierte en parte de ella. Deja de ser engranaje para conocedores y especialistas (que bien poco la comprenden) para convertirse en estatuto del hombre, en cónclave de la vida, en infinita espiral de todo lo que existe, como un tesoro que aún no alcanzamos.
No importa el motivo que lleva a Juan Sebastián a elaborar ese código, si fueron las Pasiones, las Misas, las Cantatas, las fugas o las contrafugas. Importa que trabajaba como un artesano sobre los teclados, las cuerdas, los vientos, los metales, para descubrirnos la hondura de nuestra instancia, la sagrada conformación de una maquinaria hecha para la creación y la trascendencia.
Por ello cuando Ana Magdalena le preguntó, con angustia y preocupación, si seguiría escribiendo si supiera que todos los hombres eran sordos, Juan Sebastián le respondió: muchos hombres lo son, pero algún día dejarán de serlo. Y compuso como si todos los hombres del universo tuviesen abierta la caja de resonancia desde donde van surgiendo las notas hasta derramarse como hierba sobre los campos.
Vale la pena la experiencia de escucharlo, de detenerse en la profundidad de sus corales, en su Misa, sus Pasiones, sus Cantatas y sus conciertos, su juego maravilloso con la flauta, el violonchelo, el clavecín o el órgano. Para vernos a nosotros mismos y de allí mirar al mundo de vacíos y de ruidos que hemos construido para que nadie escuche a nadie, para que se detenga el suspiro en el umbral de los imposibles, y la respiración se quede en el frenético ejercicio de un tiempo detenido.
Tal vez de manos de Juan Sebastián podamos ir a rescatar a vida que se escapa de este planeta como si no hubiese nadie dispuesto a detener la voracidad de los infortunios. Tal vez sólo haga falta el sonido de una flauta única, de un kyrie irrreverente, de un gloria luminoso, de un doble concierto para violín, para que dejemos de ser sordos y comencemos la verdadera navegación por la vida que nos fue otorgada y que aún no hemos sabido vivir colectiva y amorosamente como eslabón gigante de las embusterías mayores que pueblan el universo entero.
Invitamos a visitar otros enlaces de nuestra página para acercarse a Juan Sebastián en este nuevo aniversario de su viaje a los aleluyas.
J.S. Bach / Concierto de Brandenburgo No.2
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