domingo, diciembre 25, 2011

LA PIEL DISTINTA DEL AGUA



LA PIEL DISTINTA DEL AGUA

Carta a Carlos Morales

UNA MOTA DE POLVO
EN EL UNIVERSO

Un día, en ese hurgar que va más allá de los ojos, que busca medir los decibeles de una tormenta o descifrar el color de la víspera, mientras rielaba sobre los vagones del viento, me encontré con tu nombre estampado en una página: Cartas en la noche.

Un asombroso recinto donde decidiste recoger textos de todos los tiempos y nombres, unidos por un mismo misterio. La carta que se escribe sin otro propósito que alcanzar al otro. La vida del hombre es como una mota de polvo en el universo, le decía un soldado alemán a su novia, mientras aguardaba la muerte en el frente de Stalingrado. Y en ese instante comencé a escribirte.

He dejado muchas palabras en lo más profundo de los bosques para que allí las recojan los pájaros. Pero en esta ocasión se me hizo impostergable organizar ese tropel de vocablos con la ilusión de que, entre tus manos, alcance la resonancia de esa mota de polvo que somos, en la geografía del suspiro que la contiene.

Acampé en la noche de tus cartas y allí se me fueron revelando tantos textos en los cuales se asomaban todos los sentimientos de los que es capaz el hombre. Y no dejaba de preguntarme: ¿cómo hará Carlos para a la vez absorber tanto amor y ternura como destilan algunas cartas, y tanto dolor, sufrimiento y pesar como otras derraman más allá de todo portal para tocar la pena del otro?

En tus notas, en tus propias elecciones, se iba delineando esa incógnita de la que estamos hechos los seres humanos. Podía aparecerse el amor desde el desamor, la tristeza desde la alegría, el desencanto desde horizontes que se ovillan, lejanías que jamás fueron ausencias, despedidas que nunca hubiésemos deseado, encuentros furtivos que sellaron el amor en un encuentro que no pudo repetirse.

LA PIEL DE LA ESCRITURA

Qué no guardan esas cartas. En muchas de ellas nos vemos retratados, en otras encontramos aquello de nosotros que creíamos extinguido. Y lejos de detenernos en ese arte de escribir que está en la propia esencia de una carta, venga de donde venga, se transita por el interior de cada ser, su drama, su tragedia, que siempre narra un pedazo de la nuestra.

Y así te fui descubriendo. Traductor del Cantar de los Cantares. Y pronto advertí que esa palabra traductor no tenía lugar en tu trabajo, porque tu afán no era bibliográfico, sino que obedecía a esa necesidad tan tuya de traspasar la piel de la escritura y alcanzar los nervios más sensibles de un verso. Tú te estabas bebiendo sorbo a sorbo cada palabra, y en vez de traducir, recreabas, reinventabas para que ese idioma nuestro tan hermoso, rico y soberbio, pudiera atrapar lo que estaba escrito en lenguas antiguas de igual consonancia. Buscabas la música y fue lo que encontraste.




LABRADOR DE CÁNTAROS

Y era apenas una de las cosas que emprendías. Después supe que no detenías tu hacer en ningún oficio, sino que cada uno te llevaba más allá, en tu afán de hacer de cada hora, un tiempo vivido. Alfarero, artesano, labrador de cántaros, recolector de piedras, navegante incansable sobre lo que no has alcanzado. Poeta, editor, rescatista de voces silenciadas, orfebre de páginas desde las cuales derramabas todas tus corrientes de agua y de mar.

Y por si fuera poco, vi en ti un padre amantísimo, que se regocija en cada parpadeo de los hijos y en la belleza de una mujer. Y me dije qué hermosa familia. No tenía idea yo en ese instante de conocerte que vivías un quiebre duro y tormentoso, al que yo no me había podido acercar. Hasta que un día leí aquel mensaje que dejaste en el dintel de tus cartas, en el cual dijiste: Esos momentos de incertidumbre, donde nada parece ofrecerte un punto en que apoyarte, son devastadores. Conducen a experiencias muy dolorosas de orfandad. Ando en una de ellas, precisamente, porque lo que el poema es una bofetada más, y bastante gruesa, que se suma a las que diariamente ando recibiendo....

PASAJERO EN LA BARCA
DE MALCOLM

Y entonces, sin siquiera adivinar a qué te enfrentabas, te escribí: ¿Quién, siendo médico, puede sentir orfandad cuando recibe las orfandades de tantos? ¿Quién, siendo poeta, puede sentirse devastado, si en su oficio está recoger las devastaciones que desde un principio nutren la poesía? ¿Quién, siendo recolector de cartas en las noches puede sentir el peso de una bofetada diaria, si transita el dolor pero también el éxtasis como si fuese pasajero en la barca de Malcom?

¿De cuántas heridas estamos hechos? De todas cuantas conocemos y aún de las que adivinamos. De las que aún frescas nos vuelven frágiles los párpados. De las que dejaron huellas tan profundas que en cualquier vuelta de atardecer asoman sus delirios como si fuesen la resaca de un naufragio. Y sin embargo, aún en alguna parte del exilio de la vida, cada día un amanecer nos devuelve a la corteza de un árbol, al sonido de un píccolo, al voluptuoso nacimiento de una flor, a la irisada elipse del candor.

Y algo allí se desata, como si por un instante pudiésemos estar conectados con el universo entero, como si fluyera en nuestro interior la savia de todos los bosques talados, como si un lucero hubiese hecho estación en el envés de los párpados.

NAVEGANTES EN EL BAJEL
DE LOS SUSPIROS

Sí ya sé, ese instante no sana las heridas. Por el contrario las despliega en todo su esplendor, porque nada tiene que ver esa armonía con las bofetadas que a diario se reciben, por el simple hecho de ser transeúntes en el espacio de un tiempo que dejó de ser, navegantes en el bajel de los suspiros, caricia que quedó adherida a una piel a la que no asistimos.

Pero son todas señales  de que estamos vivos y que aún desde el territorio de las incertidumbres, sabemos que  Anaís habla por nosotros ante los falsificadores de oficio y que Malcolm recoge en su poema la pregunta que nos hacemos ante la tempestad de las olas: ¿esa estrella es amargura entre estrellas de amor? ¿Este carguero lleva a la eternidad?  ¿Adónde vamos?

LA ETERNIDAD
SOBREPASA EL ODIO

La eternidad es ese instante que sobrepasa el odio y se detiene a mirar las estrellas. Es el rubor que pinta de auroras la inmensidad de un asombro. El hilo de un cometa que, a pesar de haberse roto, aún perdura en las inmensidades del azul. Es la pregunta no la respuesta.

Y en este tiempo de devastaciones planetarias, en las que el hombre  aún no se le ha permitido ejercer su condición humana, en las que no hay quien nos salve, precisamente por nuestra condición de excluidos de una batalla que ni es nuestra ni queremos librar, horadamos caminos en cada paso estremecido de un pie que aún no sabe andar erguido, que apenas deja huellas de sal en el aire, pero que sueña ser lirio en las noches del amor que aún no inventamos. Y con Anaís, de nuevo, cada mástil es la piel distinta del agua y el misterio infinito que guarda está en descubrir el incendio de las velas cuando el viento se fuga hacia el porvenir que no veremos.

Aún no sabía qué mal te aquejaba ni la verdadera dimensión de tu tristeza. Y volví a escribirte para decirte: Soy profundamente respetuosa del silencio, y aunque te leía y se me iban abriendo las ventanas de tus angustias, entendí que sabrías que de alguna manera te alcanzaba.

LA PERFECTA GEOMETRÍA
DE LA LUCIÉRNAGA

Cuando te escribí mi carta del 07 de julio, intuía un dolor. Pero nunca imaginé la hondura de sus alcances, ni la dimensión de tus ausencias. Hoy tampoco hurgo en ello, más de lo que dices en las palabras que se te salen del alma y en las que guardas para que en las noches tomen el camino de los astros y se aniden en la perfecta geometría de una luciérnaga.

Sé que en este tiempo de penumbras que, sin embargo se iluminan cada día, con la sonrisa de tus hermosísimos hijos, con la memoria construida, con lo alcanzado y por alcanzar, sólo cabe darte un abrazo en el que suspendas por la milésima parte de una respiración, el vuelo del vino en la copa que, aún sin agriarse, se derrama en vides sobre los ríos de la vida.

Fue sólo entonces cuando supe que a la separación de tu esposa y de tu pequeño hijo Amós se añadía una enfermedad avanzada que cada día te limita y cerca, estremece y oscurece. No conozco, ni te voy a preguntar los estadios científicos en la que los médicos describen las enfermedades cuando quieren ponerle fechas topes a nuestra existencia. Creo firmemente que hay algo, más allá y por encima de las estadísticas y los tratados científicos, que regla la vida a un nivel que trasciende lo que está en la superficie.

TRAEMOS SEÑALES
Y DEJAMOS HUELLAS

Creo en la bioquímica del corazón, en la física nuclear del cerebro, en las florerías que transitan en todos los vasos comunicantes que vienen y van tras las sístoles y las diástoles. Creo en el Cantar de los Cantares que vibra dentro de ti. En las cartas que no has escrito y en las que te falta por escribir.

Creo que en este tiempo somos apenas bajeles de paso en una ínfima instancia de una existencia que vino antes y procederá después de la pupila que hoy nos ilumina. Que traemos señales y dejaremos huellas y que este tránsito debemos iluminarlo con todo el amor que cabe en las petalerías de una flor.

Cualquiera sea la genética que disponga de nuestro sentidos, desde las honduras más vastas del alma, debemos darle a la vida la dirección de lo que soñamos. Y cuando se tienen hijos nos convertimos por decisión y esencia propia en centinelas de la risa y la alegría.

EL ESPEJO DE LA ALEGRÍA

Por eso te digo, hoy Carlos, cuando células extrañas se empeñan en extender sus dominios ajenos sobre tu piel de cristales enardecidos, no tienes otro recurso que cultivar la alegría, hasta que todo tú sea el espejo de la alegría que quieres entregarle a Amós, a los hijos, al mundo al cual le envías permanentes recaderías a través de tus haceres y sentires.

Esta carta, Carlos, pretendo que sea apenas la primera de un diálogo que no ha de interrumpirse. Creo en ti, en tu fortaleza, en tu capacidad de trasmutar grises en violetas. En tu poesía, en tu trabajo, en el horizonte que trazas con él hacia tiempos venideros. En el amor que te inunda.

TRAGARSE EL SOL A MORDISCOS

Son armas poderosas contra cualquier invasión. Llena tus pupilas de todos los paisajes vividos, toca con tus manos el verdor de la hierba, cómete las nubes, reitera los rituales que ya conoces, enciende inciensos que aromen tus horas, esparce gajitos de mandarina por tus recintos, toma una vasija con miel y derrámala sobre tus manos para que su dulzor alcance tu estructura celular. Coloca agua pura en un vaso de cristales azules y ponla al sol para que luego te la bebas como si a mordiscos te tragaras su fuego y su luz. Busca una piedra de cuarzo recargada con los rayos del amanecer y colócala sobre tu piel adolorida.

Inicia un diálogo contigo mismo y recorre cada milímetro de tu entidad anatómica. Comunícales a cada una de las partículas de tu ser que tienes una misión de vida que no ha concluido. Traspasa las barreras que apagaron sus incendios y devuélveles una travesía de amor por donde recuperar cada una de sus funciones.

DESCUBRIR EL INCENDIO
DE LAS VELAS

Hazte observador de los astros y lee en sus fulgores la historia de lo que aún no has descubierto en el cuadrante de tu pecho. Los pájaros te aguardan para ofrendarte los secretos de su vuelo y de su canto.  Y con tus dedos sobre un madero o sobre la superficie de un metal que le ha robado a una quena la voluptuosidad de su circunferencia, comienza a tocar la melodía más dulce, con tal sonoridad que le llegue a los oídos de Amós, a los dioses de la vida y a las altas colinas donde cada día se renueva el universo. 

Y otra vez con Anaís no olvides: cada mástil es la piel distinta del agua y el misterio infinito que guarda está en descubrir el incendio de las velas cuando el viento se fuga hacia un porvenir que sí nos aguarda.

 Te abrazo
mery sananes
25 de diciembre del 2011


foto / ms

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Supongo que Carlos se debe sentir muy feliz, en medio de su pesar, con este linimento amoroso, poético y solidario.

María Lourdes Núñez

mery sananes dijo...

Gracias, María Lourdes por tus palabras Ojalá y sea así, porque el afecto siempre es curativo. Un abrazo. mery