jueves, abril 05, 2012
CARTA A SALVADOR
Cuántas horas desde aquel patio donde nombramos a Sebastián Caramelo con las aguas del afecto y la risa del porvenir, mientras las verduras maduraban un caldo de alegrías en las manos artesanas de Daniela. Cuántos días erguidos sobre el césped de un tiempo construido para la risa y la camaradería, aliñados siempre con los ajíes maduros del maestro Luis, más experto en la nervadura de sus matas de cambures y naranjas, que en la estructura ósea de los dientes.
Cuántas estaciones tramontando el viento con las sonoridades de aquellas carreras a pleno mediodía para escribir sobre las escalinatas del olímpico una historia de amistad que se fracturaba a ratos con la ausencia o la historia adolorida de una separación que se colaba como lluvia sobre los aleros.
Cuántas cuenterías derramadas en aquel camino que conducía desde el Botánico hasta el cielo azul, mientras Agustín se detenía a escuchar las lecciones vegetales que le daba Aristóbulo, mientras en un péndulo alineaba la cadencia de los sentimientos. O a descubrir un día esclarecido el parto de una palmiflora que sorprendió la mañana como si fuese una galaxia haciendo explosión en las laderas del Avila.
Cuántas conmociones le fueron poniendo cercos a los días y aventando a la distancia las palabrerías que recorrían los corredores de la ucv, mientras el reloj en silencio daba cuenta de un tiempo que aún no conocíamos.
Y advino la fuga y el silencio donde antes se sembraban bullicios y huertos de esperanzas. Y cada quien fue al encuentro de un destino escrito en las línea asimétricas de una mano tallada desde mucho antes del nacimiento, que no sabiamos leer. Y se detuvieron los engranajes del porvenir y dejaron huellas que aún buscamos descifrar.
Un Igor se nos fue llevándose aquella bendición que diariamente nos regalaba y hasta un día la vida dio cuenta de un diminuto Salvador cruzando una calle aferrado al pecho de su padre y a las canciones de cuna de la madre, sin que nada detuviera su despedida.
Cuantas heridas disparadas hacia el interior de uno mismo, mientras tú, Salvador el padre, desmenuzabas con precisión quirúrgica los hilos de la respiración para poder comprender el ritmo de los sobresaltos.
Junto a la reingeniería tecnológica fuiste descubriendo paso a paso las leyes mayores del universo, las que rigen el átomo más diminuto hasta el parto de una nueva estrella. Hurgaste cada uno de los sentimientos que manan de nuestro frágil plexo solar para establecer en cada uno el color de la tristeza o el atemperado cordaje de las melancolías.
Y tus manos aprendieron a recomponer la armonía y el equilibrio que rompemos a cada instante, llenos como estamos de espejismos, sin advertir que en cada resquicio de nuestro ser habitan torrentes de soles y océanos de bienaventuranzas.
Y así, en este miércoles, Salvador, con estas palabras que entrañan tanto, me dijiste: hoy mi padre desencarnó, sabiendo que un ciclo se ha cumplido para dar inicio a otro, más vasto, más móvil, más eterno, que sin embargo deja un código establecido y un andén por recorrer.
Y como entonces, en aquel patio de Walter, lleno de florerías y aromas en los cuales los árboles nos regalaban caramelos, te acompaño en tu travesía hacia el padre, que con tanto amor acariciaste, adivinando despedidas, para acompasar las horas con el sonido claro y transparente de tus cuencas de cristal, para que te devuelvan, como a mí, la simetría de la vida, los magicos acordes del corazón, cuando afianza sus sístoles con la respiración del universo, y percibe cuántos pasos aún nos toca escribir con el cincel de la alegría, sobre estas horas rotas de un tiempo empeñado en perder su conexion con lo vital.
Para poner sobre tu pecho esos mágicos cordeles que restituyen los pasos de la vida en las coordenadas de nuestros espacios y que así puedas acompañar a tu padre en ese recorrido que aún guardas entre tus manos.
Juntos andaremos a la caza del canto de los sinsontes, del parto de las orquídeas que atesoran las manos de Yolanda, y de la música que dejan al nacer en el aire los retoños de los árboles. Y volverán a nacer caramelos en los mediodías de los hijos.
te quiero con el alma
04 de abril del 2012
mery
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MS Cartas,
Salvador Hernández
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