miércoles, abril 18, 2012

DESDE EL MAR - CARTA A SEBASTIÁN



No fuiste con nosotros a la travesía por el mar que siempre te ha pertenecido. Allí estábamos, como siempre, todos los que te vimos insurgir como una ráfaga de risa, precedida por una imagen que tu madre recogió sobre una mesa de madera antigua, y que llevaba tu rostro adivinado en sus esquelas.

Los que te abrazamos cuando abriste los ojos, los que cuidamos tus sueños cuando apenas de días, llorabas largamente hasta que tu mata te tomaba sobre su pecho y te dormías.

Los que te escribieron tus primeras canciones y tus primeras cuenterías. Los que dibujaron sobre las embusterías un poema por cada asombro que tu ojo avisoraba. Los que te vimos crecer, los que dibujamos cada nuevo movimiento que hacías. Tu primera risa, la primera vez que te erguiste sobre tus dos párpados. Cuando acometiste tu primera fuga. La primera vez que descubriste el rocío y armaste aquella fiesta inolvidable con el agua.

Los que te acompañamos a tirar guijarros en el estanque y a correr detrás de una mariposa blanca que se hizo tu compañera en los huertos de la primera casa que habitaste. Los que fuimos recorriendo con tu andar cada pliegue de la corteza de los árboles,  para aprender a calcular su edad o simplemente a admirar la coloratura de sus hojas. 

Los que desentrañábamos, alrededor de tus preguntas, la mansedubre de los hongos de lluvia y el fulgor solar de los dientes de león que anunciaban la llegada de la primavera.

Los que nos acurrucamos a tu lado cuando un dolor o una fiebre te envolvía. Los que te mostramos los misterios de la vía láctea, las maravillas de las estaciones, el prodigio de las cosas más diminutas y la magia de los constelaciones más lejanas.

Los que pasábamos largas horas escudriñando el cielo para ver pasar una estrella fugaz. O descifrando los mensajes celestes de las nubes. Los que inventábabamos toda suerte de hazañas mientras tu recreabas batallas insólitas en aquel estanque donde todo era posible. Cuantos sueños no dbujamos en esos días.

Tu madre cantaba  y bailaba contigo, te prodigaba un amor del tamaño del universo, porque nada mas que de mirarse en tus ojos, la vida se volvía un milagro.

Ella sabía contener tus fiebres, aliviar tus dolores. Te ayudaba a comprender la complejidad de los números y la hermosa sencillez del alfabeto. Ay chipilipitoco cómo se inventaba la risa entre tu madre y tú.



Eran aquellos días en que te mecías tomado del dintel de las puertas, o que escuchabas aquellas cajitas de música que te hicieron enamorarte de una diminuta figura de color rojo a la que le regalaste el corazón por primera vez.

Eran los días en que comenzabas a salirte del regazo de tu madre y te llevamos a un recinto extraño donde debías quedarte y contemplábamos por aquel vidrio opaco de la puerta como aguardabas la hora en que mami te volvería a buscar.

Son tantas las memorias, las imágenes, Chipilipitoco, que todo un libro no alcanzaría contarlos.

Recuerdo a tu madre proyectando el cuarto primero que tuviste. Buscando tus primeros ropajes. Llevándote a colocar las primeras vacunas. La recuerdo siempre armada con almaciguerías y con un cesto de medicinas y tinturas milagrosas en las que había curaciones para todo: las alergias o las erupciones, la tos o el cólico,  para las calenturas o la melancolía.

A ninguna parte iba sin tener para tí un equipaje de hierbas de besos y de amores, para cobijarte en las noches, velarte por las madrugadas, escucharte en los días. 


No hubo conjetura, acción o pensamiento tuyo que no acompañara tu madre como un imán. Tú el hijo primero, el primer abrazo, el primer cordon hacia la vida. Ay mi sebastián si supieras cómo adornaba tu madre tu casita primera, aquella la de aguas cálidas y salobres en las cuales tu respiración era de flor. 

Allí te nutrías mientras ella se detenía a medir la fuerza de tus movimientos, a escuchar las primeras sístoles de tu corazón. Chipili, nunca vi amores tan inmensos ni una entrega tan alta.

Tal vez no te recuerdes, pero aprendiste a caminar en en ese enigmático recorrido que iba de los brazos de tu madre a los de tu akami, allá frente al Ávila, a la sombra de la flor de baile, y en medio del aroma de la curía.

En aquel recinto en el cual la batea se convertía en un estanque de peces multicolores donde podías colgarte el sol a la cintura para irte con tu tío jeijei a comerte el mundo.

Y hoy, Chipili, en estos días en los cuales el mar escribe sonatas de amor sobre el viento, cómo explicarte lo que significó para nosotros que tú no estuvieras.  En cada grano de arena soñábamos tus pasos. En cada olejaje sentiamos tu respiración, en cada nube estaba prendida tu risa, en cada amanecer la alegria de entrar a tu candor y cocinarlo con miguitas de amor.

Que falta nos has hecho, hijo. Aquellas aguas marinas tranquilas te aguardaban. Los pelícanos y las gaviotas danzaban en círculo como esperando que te aparecieras. La noche destilaba estrellas empeñadas en buscarte.

Y nuestros brazos se cerraban cada instante sin que tú estuvieses dentro de ellos.

Te extrañamos hijo, te queremos. No lo olvides. Y quiero que sepas además, que aunque no estés, te llevamos con nosotros a donde vamos. Akami te canta cada noche, busca tus piecesitos para sembrarle en ellos su alegría. Jejei te lleva de paseo sobre sus hombros hacia la aventura de lo que aún no conocemos. Ciput amasa con amor hora tras hora hileras de empanaditas para vértelas comiendo con  la boca de tu risa.

Y yo tu mata, te escucho en cada silencio, y en el canto de cada grillo. Te veo venir en cada esquina, te imagino saliendo de las olas con tus manitas llenas del traje de las caracolas.



Sé, hijo de la vida, que volverán los días de estar entre nosotros, que recuperaremos las ausencias a las que nos obligaron, que volverás a recostarte sobre mi alegría, para ir a descubrir las historia de una ballena blanca o de aquel submarino que llegó veinte mil leguas dentro del mar, que juntos nos asomaremos a estos lugares en los cuales como El principito bastaba girar el rostro para descubrir un amanecer o una aurora mojando de hilos dorados la tristeza de no tenerte.

Y verás como en cada caracolito recogido y ofrendado, queda grabado el sonido del corazón de tu madre diciéndote: te quiero. 



17 de abril del 2012

texto y fotos
mery sananes

2 comentarios:

Cartas en la noche dijo...

Me has conmovido el hígado, Mery...Me gustaría creer que el muchacho sigo vivo, aunque tú lo hayas "resucitado" para toda la eternidad con estas palabras....
¿Puedo colgarla en Las Cartas?

Anónimo dijo...

Hermoso, llore amargamente, recordando a mi madrecita que partio hace 2 meses. Demasiado bello!