miércoles, enero 05, 2022
DE QUÉ MATICES AMANECE EL AZUL
EMBUSTERÍAS DE REYES
a todos los zapaticos
que hay que lenar
con el revuelo de los ritos
Todos los días pueden convertirse en territorio para un ritual de amor. Sólo hace falta creer en la magia, ver el mundo a través de las pupilas de un niño y dejar correr la imaginación, como si fuese una brisa suave y leve capaz de descubrir en cada rostro, flor o paisaje, la esencia de lo que somos.
Creer que una hormiga es una diminuta locomotora. Que un pez es una mariposa que baila en el agua. Que las hojas de los árboles llevan inscritas en sus nervaduras palabritas que aun no aprendemos a descifrar.
Saber que podemos hablar con los pájaros, que las flores se enamoran de las abejas, que el polen es un átomo con ganas de parir. Que el cielo es el señuelo de la melancolía.
Que el sol cada atardecer le hace reverencias al mar y que la noche es el recinto que guarda los besos.
El rito es entender que cada día es diferente y que cada amanecer trae un resplandor único e irrepetible que sólo el corazón puede distinguir.
Es comprender que en una parte de nuestro costillar nacen alas, que por las rendijas de nuestros dedos se asoman siempre caricias inéditas, que nuestros pies son caminos de agua.
Es detenernos en el dintel de una ventana y preguntarnos de qué matices amaneció el azul, de qué sueños se vistió la noche, qué fragancia nos dejó la flor de baile.
Y es también llenar los zapaticos de los niños en el día de reyes con suspiritos de agua y palabritas de amor, para que cuando crezcan no olviden nunca que el ritual mayor es la vida, y que a nosotros nos toca ser cuerda de mandolina, cuero de tambor, el aire que hace resonar la flauta, o simplemente un campanario en vibración.
Y que esa música se vuelve risa en el regazo de los tiempos que vendrán, cuando crezcan los zapaticos y sin embargo, sigan impregnados sus pasos de la magia de la flor, el rito de las noches y las imaginerías del bosque donde los pájaros dibujan sobre los cielos, cada madrugada, la palabra libertad.
mery sananes
escrito en enero 2011
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