Zaira es médico-pediatra. Hizo buena parte de su vida profesional en el Hospital de Niños. Venía de la Escuela de Medicina de la Universidad Central de Venezuela. Sus huellas maravillosas están en la sonrisa de innumerables niños porque apenas abrigaba el dolor con sus inmensos brazos, comenzaba el proceso de curación. Y junto a los medicamentos regalaba cuentos y hasta canciones para contribuir al alivio de cualquier dolencia.
Una vez que se retiró, sólo abandonó el edificio. Sus curaciones siguen funcionando en todos los que la rodean. Su corazón es una especie de solar en el que caben todas las especies vegetales. Su mente y su espíritu trabajan con lo esencial, que es invisible, y sabemos que hace contacto con los mensajeros de todos los dioses de lo humano.
En estos días cumple fecha de nacimiento. Y para celebrarlo es ella quien se prodiga a todos. Cada vez que recibe un mensaje hermoso, una imagen que está llena de fantasía, un pensamiento que nos acerca a la alegría y aparta de lo pequeño y transitorio, lo envía a destinatarios infinitos, siempre con la ilusión de que quien lo reciba, haga de su propio corazón un territorio de amaneceres.
Así, en este marzo que se despide, en este abril que se inicia con el día de su llegada, nos ha enviado esta presentación que da cuenta de la vida, en sus manifestaciones más diminutas. Imágenes que nos traen procesos permanentes que se manifiestan a cada instante, que sin embargo no percibimos, no nos detenemos a contemplar o a aprehender. Su belleza no está en la perfección de lo atrapado, sino en el efecto que pueda producir en quien lo recibe.
¿Nos ayudará a comprender que en el interior de nosotros mismos gotas de rocío se deslizan de manera rítmica y permanente a través de toda nuestra ingeniería celular? ¿Advertiremos que el despliegue de la flor, la danza de las raíces, la fiesta de las hojas, es apenas un espejo de lo que somos? ¿Seremos capaces a partir de ahora de detener la prisa que nos define, para convertirnos en observadores del universo gigante del que formamos parte?
¿Podremos cambiar nuestros ojos nublados por la clara transparencia de las pupilas de un niño? ¿Estaremos decididos a caminar en y por la vida, cada vez más lejanos y separados de las maquinarias de muerte y destrucción que hemos contribuido a edificar?
Ese es el regalo que nos prodiga Zaira en su otro abril. Ojalá, de contrapartida, podamos decir que caminamos en dirección a la humanidad que aún no es.
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