Como en el caso de las imágenes de Monet sobre el mar, tienen el objetivo de recordarnos que somos habitantes de un planeta acuático, que cicla y recicla uno de los elementos constitutivos de la vida, con belleza, armonía y majestuosidad.
Sabemos, sin embargo, que este necesario y planificado intercambio del agua, que la naturaleza otorga a sus elementos, ha sido quebrado y roto por obra de un hombre que no quiere reconocerse como parte esencial de ese universo. De allí que hoy la lluvia, el agua, nos lleve a palabras completamente diferentes: deslave, inundaciones, maremotos, desolación, muerte.
Tenemos la certeza sin embargo de que si pudiésemos en cada gota de lluvia percibida reconstruir la perfecta maquinaria de la vida, estaríamos más cerca de convertirnos en hombres en armonía con la naturaleza que nos rodea y con la que está inscrita en nosotros mismos.
Es como mirar la vida a través de la visión transparente de la pupila del niño, asombrado ante el aluvión de goticas, que se visten de aguacerito, de tormenta o deshielo, tan sólo para comenzar de nuevo el ciclo hasta las nubes, y de las nubes a las colinas, y de las colinas a los ríos, y de los ríos a la mar.
Quién no ha jugado con el guijarro que el río pone a sonar en sus cauces, o con la gotica que viste de esmeraldas a las hojitas de hierba en las mañanas.
Quién no ha deletreado la melancolía en los aleros donde canta la lluvia sus memorias de nube. Y se ha puesto a saltar como un niño sobre los charcos para retener la risa que una vez fuimos.
Quién ante el torrente de agua que se vierte sobre los párpados de la tierra, no ha sentido que se le clava en el costado la tristeza como el ancla de un bajel extraviado.
Quién con la lluvia no ha escrito cartas de amor a alguien que aún no conocemos.
Quién ante una tempestad no ha podido hacer el viaje de regreso a nuestros orígenes para develar el misterio de la vida en todo su esplendor.
Invitamos por ello, en este mes de lluvias, a ser observadores del agua, habitantes de su mágica estructura, viajeros de su alquimia encantada. Si este nuevo recorrido mueve esos resortes interiores para volver a convertirnos en los hijos del agua y de la lluvia que en realidad somos, habrá valido la pena la travesía por la nostalgia.
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