Cada octubre regresas
engalanada de embusterías
que aliñas con todas las lágrimas
que contuviste para que los innumerables
niños que albergaste en tu regazo
sólo supieran de risas
Cada octubre te llamamos
para escuchar de nuevo el dulce
adagio de tu voz inventándole florerías
a los abruptos paisajes de una
tristeza que no culmina
y celebrar el milagro de tu resurrección
en el estallido de las semillas de granada
que aún dibujan en los solares
el rumor de una alegría que la abuela
guardaba en los pliegues del pañuelo
en los que envolvía su sonrisa
para derramarla entre sus dedos
como una caricia dulce y eterna
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