Y cumplir a plenitud esa tarea es nutrirse de infinitos. Algo que en estos tiempos de estrecheces y de cercas es como alcanzar la vastedad del océano desde una orilla remota. Trasegar la movilidad de las hojas a un instante de perplejidad. Deshacer la vasija hasta ir al encuentro del barro más puro.
No importa qué contemplan los ojos. Importa el ojo que contempla, dibujando de nuevo el lienzo, en sus propias coordenadas, como si de pronto las pupilas pudieran convertirse en un pincel móvil sobre el paisaje de la vida.
Hoy Paul Cezanne se sale de sus marcos, se posa sobre nosotros, nos deja regados en nuestros espacios un derroche de formas y matices, para que nosotros los organicemos, los reconstruyamos, le demos el aroma de nuestros días y los devolvamos, después de haber pasado por el surtidor de nuestras caminerías, al todo de donde vinieron, hasta que otro transeúnte continúe sin cesar el óleo del porvenir que aún está por inventar.
Quiero morir pintando
en la experiencia diaria
El artista le da concreción a las cosas
y les otorga individualidad
Paul Cezanne
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