PADRE
Aunque pasen los años
me haces una falta sin fondo
Salvador Tenreiro Díaz
(A muy querida Mery Sananes)
I
Si
me asomo a la terraza de mi casa
hay una luz que permanece
en permanente metamorfosis.
Ninguna tarde es igual a la mañana
ni un día al otro precedente
ni a los que le siguen por semanas.
Yo
que contemplo estas mudanzas
imagino que esa luz es la voz
de mi padre. Mi voz va pareciéndose
a la suya mientras me ilumina su memoria.
"Ya
no tienes edad -le digo- para ponerla al sol
de tantos años que hace que te has ido.
No hay claridad alguna
que te reconozca en estos tiempos".
Ahora
tengo muchas más cosas
que contarte. Me gustaría saber
tus opiniones sobre este destino
que nos espera a todos.
Padre
mío sigues presente
en esta dulzura honda del espíritu
en esta sombra umbrosa
en que me voy pareciendo
cada día más a ti.
II
Mi
padre viene hoy a mí vallejianamente.
Salta desde la luz para estar a mi lado.
Come mi pan y le pregunto ¿cómo puedes hacerlo?
si yo no pude comer en varios meses
desde tu marcha.
"No
me atragantaba, padre,
no era eso". Era un vacío
que no quería ser llenado.
Si
faltabas tú de qué serviría el alimento
¿Por
qué has venido hoy a visitarme
después de tantos años, décadas incluso?
¿Por qué remover aquellos días
en que pasamos juntos los onomásticos
los días de dulzura y las fiestas de guardar?
No
tengas miedo a que te olvide.
Estás
conmigo siempre a la hora de la cena.
Pero me sigues haciendo falta.
Aunque
pasen los años me haces
una falta sin fondo.
14 julio 2020
CARTA A SALVADOR TENREIRO DIÁZ
en respuesta
Ay mi Salvador, quizás sin saberlo, o más bien por esa
intuición tuya que todo lo descubre, el
poema a tu padre me toca en profundidad. Tal vez porque siempre he ejercido ese
ritual de traer al padre y a la madre a la mesa de las viandas que la vida nos
otorga. Y por esa certeza de que no existen en verdad las despedidas. Las ausencias
son simples intervalos entre un fin y un comienzo, como también será el
nuestro.
Pero ciertamente de pronto sobreviene tiempos en los
que damos por pensar que el padre anda ensimismado en alguna memoria que no nos
pertenece y nosotros los dejamos con ellas, aunque siempre lo sentemos en el
espacio de los desvelos y en el territorio de los abrazos que nos debemos.
Y tu forma y manera de escribirle me es muy cercana.
Como tú lo dices en tres versos tan sencillos y sin embargo absolutamente
conmovedores: “No tengas miedo a que te olvide. / Estás conmigo siempre a la
hora de la cena. / Pero me sigues haciendo falta.” Y al leerlos, me pareciera
escuchar mi propia voz interior en ese diálogo jamás concluido con el que nos
comunicamos con aquellos que amamos.
Y es tal el la otredad entre este tiempo y aquellos en
los que las conversas iban deshilvanando lo incomprensible, que a veces uno
siente por instantes qué oscuridades habrían sentido de presenciar este mundo
que ha perdido aquellas armonías que nos inventábamos y mediante las cuales una
calle era una memoria, un árbol un ritual al que nunca faltábamos, un atardecer
que jamás se marchó de nuestra ilusión de que se repitiera.
Tu poema tiene el misterio y la sencillez de lo que suele juntarse
en aquello que es esencial: “Si me asomo a la terraza de mi casa / hay una luz
que permanece / en permanente metamorfosis. / Ninguna tarde es igual a la
mañana/ ni un día al otro precedente/ ni a los que le siguen por semanas.” Para
agregar lo que escribes desde tu alma aún de niño: “Yo que contemplo estas
mudanzas / imagino que esa luz es la voz / de mi padre. Mi voz va pareciéndose
/ a la suya mientras me ilumina su memoria.”
Y basta tu asombro y tu memoria para que siempre esté
allí. Porque: “sigues presente / en esta
dulzura honda del espíritu / en esta sombra umbrosa/ en que me voy pareciendo /
cada día más a ti.” Y siento que es así
en una forma aún más profunda. El tiempo sobrepasa siempre los intervalos. La distancia
es apenas la fuga de un suspiro. Y la ausencia se diluye en la memoria que ya
nos alcanzó.
Se remueven los días de dulzura, Salvador, por ese
afán de uno de dejar esas mismas huellas sobre alguna mesa donde el espíritu se
vuelve pan de horno y el amor el almíbar en el que se cuece la jalea de mango.
Y esa vianda tantas veces nos hace falta cuando este mundo dislocado nos cambia
la harina de los afectos por un pan agrio y reseco que ningún llanto logra
amasar.
Agradezco esta dedicatoria que hoy me haces. Y segura
estoy de que tu memoria está más que sembrada en muchos territorios, a veces
invisibles para quienes han extraviado el aliento de vivir, pero existente en esos
escritos en los que recoges ceremoniosamente cada uno de los gestos recibidos y
los afectos derramados sobre esa vasta geografía del espíritu que es la patria
sin cercas que llevamos dentro.
Y cuánto y cómo comparto contigo estos versos con los
que finalizas el poema, Salvador: “Aunque pasen los años me haces / una falta
sin fondo.”
Te abrazo con inmenso cariño y agradecimiento, mery
14 julio 2020
1 comentario:
Tu carta me deja sin palabras, querida Mery Sananes, porque descubres en mis borraduras cosas que ni yo mismo ignoro y que me conmueven profundamente. Va también, con inmenso cariño, como dices, un fuerte abrazo.
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