En su melodía hemos navegado hasta
alcanzar las alturas donde nace la niebla
y en su armonía hemos descendido al
interior de los pozos para descubrir la
dulzura del agua que contienen
Pero hay días en los que la luna le da
por mirarse en el espejo de las tinajas
y entonces al despuntar el instante
más luminoso de la noche la transparencia
de los trinos estalla en un mar
de cristales enardecidos
Y allí comienza a habitar un murmullo de
silbos un estruendo de gorriones una sonata
de jilgueros y la palabra se deshila en la
ondulante celosía de un ruiseñor
¿Y cómo hacer canto con un alfabeto trizado
devolverle a la lágrima su dulzor de sal
y a la tórtola la quietud del nido?
Cuando la mañana se quiebra a ritmo de
tolvanera la respiración es apenas
una conjetura las grietas abren agujeros
profundos y la vida se convierte en un
columpio inmóvil aguardando
el viento que se fugó en el horizonte
de un destrozo y no hay como
recomponer el canto desde
un torbellino ciego
La ausencia es un árbol que alguien tala
cuando apenas comienzan a brotar
sus primeras ramas
la tristeza la inutilidad del
gesto enamorado que no alcanza
a derramarse sobre el otro
y el silencio la alta vastedad
de todo lo expropiado
Y entonces uno regresa al sitio donde se
congregan los pájaros para aguardar
pacientemente otro rayo que en la noche
haga estallar la claridad
porque uno sabe que sólo ese ejército
de trinos podrá alguna vez recomponer
ese mar de cristales donde
no zozobra la vida