para
Rafael Cordero
Enince,
María Julieta
Alberto,
Víctor y Elías
LAS ALAS VIVAS Y AZULES
DE RAFAEL
Hay días que amanecen en los pasos de las lágrimas que miran de negro y respiran junto a las flores de los julios que vienen unidos a las almas azules que sienten el dolor, las penas, los adioses.
Y uno se asoma al cielo y éste nos devuelve una imagen
que hay que descifrar, sin olvidar que en estación de creciente lunar el sol
reclama sus jardines, y las nubes deciden robarse los espacios para dejar
inscritos en ese azul infinito, palabras de agua que contienen siempre un
misterio
Hoy sentimos que nos tocaba descifrar el significado
de esas alas en vuelo y la respuesta nos
llegó en el amanecer mientras seguíamos tomados por la tristeza que llevamos en
nuestro interior desde hace mucho. Porque el amigo, el compañero, el hermano de
vida y sueños, desde hace décadas decidió despedirse, sumergido en el último
suspiro que su Alberto, el hijo, le dejó en un arrebato inexplicable de esos
que llamamos destino.
A partir de ese momento Rafael se quedó alojado en esa
pena, en un duro estado depresivo y no hubo aliento que lo rescatara de ese
golpe. Hizo esfuerzos por levantarse a plenitud. Y, sin embargo, al paso de los
días se fue encerrando hasta ya no encontrar cómo mirar la vida sin que lo
alcanzara esa ruptura que no dejó de asediarlo. Y en medio de esta angustia de
tanto pesar, llega el momento en que asume su paso a la trasmutación. Y resonó
su palabra: ¡Yo me declaro muerto!
Y su marcha hacia esos azules nos duele como una brasa
devorando un bosque y sin embargo soñamos que ahora está cabalgando en esas
alas hacia el territorio de las alegrías extraviadas.
Porque a Rafael tenemos que mirarlo como el poeta, la
sensibilidad mayor en busca de sueños no siempre alcanzados, como nos ocurre a casi
todos los de ese tiempo que vivimos por la rebeldía que se fraguaba en ese
querer ser actores de una travesía que nos llevara a las alegrías para todos y alejados
de la condición de piezas de un tiempo, espacio y pasos que no nos pertenecen.
En esa década de los sesenta cosechamos amistades,
profundos acercamientos. Una hermandad indoblegable. Nos unía el amor por una
causa. Conocimos la solidaridad, el dolor por los caídos. Es la propia tragedia
de que es testigo aquel llamado cuartel violento de las Fuerzas Armadas de
Liberación Nacional (FALN) que fue la Residencia Estudiantil N° 1, ‘Elías David
La Rosa’, un combatiente caído en una hora muy mala y sanguinaria. Era este un
duro tiempo de guerra. Una tragedia continuada.
En aquellas duras horas admirábamos ya la formación
intelectual de Rafael y aprendíamos de él,
además, la preocupación por adquirir valores que nos hicieran más responsables
en nuestros compromisos adquiridos en todo el andar. Y entre los más cercanos a
él están, Tirso Alberto, Florencio, Manuel, Ismael, Efrén, Ángel Eduardo, Iván,
Pedro José ‘Cachalote’, Rusbel ‘El Chamito’. Todos lo quisimos y lo vamos a querer por
siempre.
Porque sabemos que su lumbre para la marcha hacia la
vida plena no se apagará. Y este episodio de su partida no habrá de acallar ese
vínculo invencible que nos unirá por los tiempos de seguir esa lucha por el
verdadero vivir.
Y en este momento sentimos que le quedamos debiendo a
Rafael, esfuerzos mayores por quebrar los silencios que ahora podrá llevar a
sus nuevos predios, junto a un muchísimo quererlo, tenido como un apostolado que
se mantendrá vivo en las huellas que perduran en el sueño de vivas alas, que se
habrá de cumplir a plenitud.
Rafael se terminó de marchar. Cumplió con su palabra, pero antes nos dijo lo que hizo con su andar de hombre de una muy profunda sensibilidad que le lleva a una profesión, a la medicina, para dedicarse al auxilio y empeño por la vida, por una parte y, por otra, a sus múltiples escritos literarios en los que deja registro pleno de una búsqueda incesante por la vida, tal y como queda plasmado en las reflexiones de su María Julieta, en su libro: ‘Necrópolis: La muerte en la narrativa de Rafael Cordero’. Una hija con la sensibilidad e inteligencia del padre.
Como el hijo, Alberto, de igual sensibilidad e
inteligencia. Con el niño nos vimos un día, allá en la sede de nuestra Cátedra
‘Pío Tamayo’ en la Faces-UCV. Rafael iba a clases en la Escuela de Letras, y lo
había sonsacado de la madre, como hacía muchas veces y me lo deja en la oficina
por unas horas que nos sirvieron para conversar.
Y entre muchas cosas le digo: Mira Alberto, tú siempre
andas con tú papá… ¡Si!... ¿Y tú como que tienes preferencia por él? Un poquito, no mucho…¿Y por qué esa
preferencia? ¡Ah, porque mi papá es suavecito! ¿Y tú mamá?... ¡Ella es dura! El sensible e inteligente niño se acomodaba a
‘su suavecito’, pero sin ninguna reserva con ‘la dura’. Y hoy agredo: Ella,
Enince, en medio de su dureza y fortaleza es única y nos da enseñanzas a todos.
Hace unas horas me decía, Agustín, cada día hay que
tener más capacidad y valor para saber soportar los golpes de la vida. Y de ser
necesario, a cualquiera de nosotros se lo dice.
Y ahora recuerdo que aquí, en este mismo lugar, en
aquel fuerte momento de la tragedia que se lleva a Albertico, esta tan querida
señora, amiga, hermana nos dio una lección a todos. Una lección única e
inolvidable. Mientras todos estábamos caídos, ella nos pedía levantarnos para
seguir en el andar. Porque es una madre de la misma sensibilidad que los hijos,
una madre superior que estuvo y estará al lado de un hombre superior: Rafael
Cordero, el amigo, el hermano, el maestro…
Rafael, ¡Pongo mi mano en tu frente y te repito con
todo énfasis lo que ya sabes, que te hemos querido, te queremos y te vamos a
querer siempre, mucho, mucho, muchísimo!
Palabras de Mery Sananes y Agustín Blanco Muñoz`en el acto
velatorio de los restos de nuestro
querido amigo Rafael Cordero. Cementerio del Este
24/07/23
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