VÉRTIGO
QUE QUEDA EN EL AIRE
COMO UN SUSURRO ETERNO
Acabo de
concluir la lectura de tu libro titulado Vértigo, mi querido poeta. Y no sé si
fue una lectura o un recorrido sin fin por darle sentido a la palabra. A la
vida. A la muerte. Y a todas las expresiones posibles para tratar de entender
lo que sigue siendo misterio, imperfección, destino sin destino, vida paralela
a una muerte que nace con nosotros desde el mismo silabeo inicial.
Y en verdad
no sé si en verdad leí el libro o si lo he llorado página tras página. Y no me
he detenido en lo que no he entendido sino en lo que traspasa todo conocimiento
y queda en el aire como un susurro eterno. Y, si se quiere, es recoger la
lágrima del poeta, contenida desde hace tanto, expuesta en libro tras libro tratando
de contener un Tratado de la Vida, cuando en cada caso es abrir la puerta
cerrada de una muerte que ni siquiera concluye, sino que expande un dolor que
jamás cesa.
Un libro
esencial, indispensable, en el que vemos al poeta en sus heridas más profundas,
-las heridas de este ser que somos sin serlo- zurcidas en cada obra, sin
alcanzar la salvación del hombre, la rosa, el manzano, y ese hombre que se creó
para ser castigado eternamente.
Un verdadero
viaje por el fallido intento del hombre de darle sentido a un vivir que viene
sellado con una muerte que se extiende desde el nacimiento hasta la
desintegración, para volver a girar sobre el mismo ciclo. Un suspiro que no
concluye. Un recorrido por los pasadizos de la muerte en todas sus instancias.
Un libro
esencial para darle sentido a una obra que, sin interrupciones, ha dado cuenta
de lo humano y lo divino. Transgresor de todo conocimiento fallido. Buscador
eterno de un manzano sin dios, de una rosa sin espinas, de un vivir capaz de
reproducirse, no en los altares del más allá, sino en la tierra húmeda,
hospedaje de la rosa y el manzano.
Un libro que
recoge el clamor de un poeta dispuesto a atravesar los límites del dolor en
busca de un río de aguas claras, de un pozo que emerge, de una marea que alguna
vez quiso llevárselo. De lo conocido y desconocido. Expedicionario de lo
inalcanzable, recogedor de huellas invisibles tratando de armar el sentido
mayor de lo que aún carece de horizontalidad. Ese deseo de ser camino, andén,
tierra sin dólmenes. Llanto retenido que sube y baja por las escalinatas de su
hija Adriana, que parten y se dirigen a lo que aún no hemos descubierto.
Una obra,
escrita en el 2017, que nos deja la dimensión de todas sus heridas y su
vocación infinita de jardinero. La exposición de un mundo y una historia que se
expresa en la sucesiva derrota del amor, cuando es en verdad, la razón y
sinrazón de esta humana condición, rota desde sus inicios.
Este libro,
que nos sacude íntegramente, clamor infinito ante el vacío, es dejar en la
tierra y el agua, el fuego y el aire, la magnitud de su oficio. Un dolor
púrpura atraviesa cada línea y deja un llanto que el poeta convierte en la
dimensión de una batalla por la sinrazón del vivir.
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