domingo, marzo 17, 2024

MIGUEL VEYRAT Y SU OBRA VÉRTIGO




VÉRTIGO
QUE QUEDA EN EL AIRE
COMO UN SUSURRO ETERNO

 

Acabo de concluir la lectura de tu libro titulado Vértigo, mi querido poeta. Y no sé si fue una lectura o un recorrido sin fin por darle sentido a la palabra. A la vida. A la muerte. Y a todas las expresiones posibles para tratar de entender lo que sigue siendo misterio, imperfección, destino sin destino, vida paralela a una muerte que nace con nosotros desde el mismo silabeo inicial.

 

Y en verdad no sé si en verdad leí el libro o si lo he llorado página tras página. Y no me he detenido en lo que no he entendido sino en lo que traspasa todo conocimiento y queda en el aire como un susurro eterno. Y, si se quiere, es recoger la lágrima del poeta, contenida desde hace tanto, expuesta en libro tras libro tratando de contener un Tratado de la Vida, cuando en cada caso es abrir la puerta cerrada de una muerte que ni siquiera concluye, sino que expande un dolor que jamás cesa.

 

Un libro esencial, indispensable, en el que vemos al poeta en sus heridas más profundas, -las heridas de este ser que somos sin serlo- zurcidas en cada obra, sin alcanzar la salvación del hombre, la rosa, el manzano, y ese hombre que se creó para ser castigado eternamente.

 

Un verdadero viaje por el fallido intento del hombre de darle sentido a un vivir que viene sellado con una muerte que se extiende desde el nacimiento hasta la desintegración, para volver a girar sobre el mismo ciclo. Un suspiro que no concluye. Un recorrido por los pasadizos de la muerte en todas sus instancias.

 

Un libro esencial para darle sentido a una obra que, sin interrupciones, ha dado cuenta de lo humano y lo divino. Transgresor de todo conocimiento fallido. Buscador eterno de un manzano sin dios, de una rosa sin espinas, de un vivir capaz de reproducirse, no en los altares del más allá, sino en la tierra húmeda, hospedaje de la rosa y el manzano.

 

Un libro que recoge el clamor de un poeta dispuesto a atravesar los límites del dolor en busca de un río de aguas claras, de un pozo que emerge, de una marea que alguna vez quiso llevárselo. De lo conocido y desconocido. Expedicionario de lo inalcanzable, recogedor de huellas invisibles tratando de armar el sentido mayor de lo que aún carece de horizontalidad. Ese deseo de ser camino, andén, tierra sin dólmenes. Llanto retenido que sube y baja por las escalinatas de su hija Adriana, que parten y se dirigen a lo que aún no hemos descubierto.

 

Una obra, escrita en el 2017, que nos deja la dimensión de todas sus heridas y su vocación infinita de jardinero. La exposición de un mundo y una historia que se expresa en la sucesiva derrota del amor, cuando es en verdad, la razón y sinrazón de esta humana condición, rota desde sus inicios.

 

Tema y tratado de tantos desde los inicios de una palabra sometida a los designios de los dioses y los gendarmes, que no logramos descifrar sino acatar. Y el poeta es el rebelde, el que no se conforma, el que sigue abriendo pozos en el aire, reinventado la rosa en bocado de amor, estilista de un fuego inútil. Consagrador de la belleza desde el pozo de las ausencias. Como quien procura sembrar la vida, en un punto diminuto del universo.

 

Este libro, que nos sacude íntegramente, clamor infinito ante el vacío, es dejar en la tierra y el agua, el fuego y el aire, la magnitud de su oficio. Un dolor púrpura atraviesa cada línea y deja un llanto que el poeta convierte en la dimensión de una batalla por la sinrazón del vivir.

 

mery sananes
17 de marzo del 2024

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