Mi muy querido y admirado Marcelo Sztrum
Te escribo a destiempo. Te me fuiste sin aviso mientras yo hacía caminatas para recoger las imágenes de tu pájaro preferido que se convirtió en una conexión maravillosa. Desde hace mucho siempre los esperábamos cuando se acercaba la estación en la que aparecían buscando hacer nido. Y compartíamos la belleza de su vuelo y su encontrar en la hierba los gusanitos que satisfacían su hambre. Y, enterada hoy, a través de Luis Alejandro, de tu fuga hacia los cielos abiertos y la tierra florecida, los petirrojos preguntan por ti. Y yo retengo la tristeza porque siempre fuiste como ellos mientras encontrabas en cada palabra un vuelo de pájaros que había que conjugar en su sentido mayor.
Cuantas
lecciones nos has dejado, cuanta sabiduría alcanzábamos leyéndote. En cada palabra
encontrabas lo oculto que tantas veces recogía el sentido mayor fundido en la
música de los alfabetos. Y lo has de seguir haciendo, salvo que ya no desde ese
diminuto espacio desde el cual repartías los más densos sortilegios, sino desde
el espacio infinito de tus paisajes de siempre.
Y no
hay manera, mi querido Marcelo, que tus palabras desaparezcan. Porque desde tu
tribuna dejabas huertos y caminos, cielos y tormentas. Y de ti aprendimos a no
dejar pasar lo inadvertido para que, hurgando, pudiésemos descubrir el verdadero
sentido del lenguaje. Seguirás, desde otros confines, entregándonos el misterio
de la voz. La dimensión de la palabra, jamás retenida sino hecha libertad en
las alas de nuestros petirrojos.
Siento
que has alcanzado tu lugar favorito. Ese que no tiene puertas ni cercas, pero
sí espacio para toda tu sabiduría. Las hojas volátiles de tus libros serán tus
guardianes y tu compañía. Y no detendrás tus labores porque vivimos tiempos muy
oscuros y requerimos vuelos sin tormentas. Y esa mágica visión de lo
inexistente, traducido a una palabra libre de ataduras.
Ahora
podremos compartir los lechos de flores, el alado rubor de los petirrojos, y el
abrazo que no llegamos a darnos, quedará sembrado como un jardín inserto en el
interior del corazón. No te despido, Marcelo. Te llevo conmigo en cada pasaje
de un petirrojo haciendo nido en el viento.
Y te seguiré queriendo siempre
Mery
07/08/24
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