habitan las desheredades de todos
los tiempos pero en su sonrisa
olorosa a azahares residen todas las
ternuras del planeta
No la sojuzgan ni las tristezas
ni los avatares de esos que inscriben
en la vida las tesituras del desconsuelo
Sus manos alfareras son el regazo
oceánico de sus entregas y en su
corazón hay un eterno azafate de
golosinas que reparte como si en la
oquedad de sus silencios se abrieran
las compuertas de todas las despensas
Nunca conocí a alguien que amasara
el trigo como ella lo hace con una larga
paleta de madera que pareciera volar
sobre la vasija de sus manjares
Sólo a ella la he visto aliñar de clavos dulces
la piel de las toronjas quitándole el amargor
con viejas cenizas de ramajes secos
o troquelar en gajitos los tomates
hasta convertirlos en recinto de mieles
Construyó siempre una casa de muchos
pisos donde cupieran los niños de la vida
que sin embargo sólo encontraron
cobijo en su regazo de uva de playa
Y sin embargo aún le sobra espacio
para los quereres que se arriman
buscando en la arquitectura de su alma
la región precisa de la alegría
Ana Cecilia tiene la estirpe de la abuela
ramona y aprendió de ella a hacer rendir
el pan de avena de todos los jesuses
para que a nadie se le quede solitario
el guarapo servido en el peltre
azul metálico de sus sueños de niña
Ana Cecilia parió sus hijas y siguió
pariendo nietos desde el cálido horno
de sus bastiones de encantadora
de nostalgias y reminiscencias de
ausencias de las que ya nadie se acuerda
Y sin embargo no cesa de invocar
la música como bálsamo para ahuyentar
los malos espíritus y multiplicar las
madrugadas que esparcen sus aromas
Ana Cecilia aún resquebrajada su piel
de tanto querer ser río en dirección
inversa a las represas que lo contienen
tiene la hermosura de los niños que
conocen la risa y mastican caramelos
Cuando los aguaceros se llevaron los techos
a los árboles le crecieron copos para abrazar
el tintineo de las gotas sobre las láminas
del desespero que nunca llegó a desbordarse
sobre las grietas de los muros que ya no estaban
Ana Cecilia es un tiempo que nunca pasa
que se sujeta a las mañanas sin advertir
el paso de las tardes hacia las noches
sin respiraciones
Ana Cecilia se prende de los párpados
y deja en ellos un canto dúlcimo que se
enhebra para siempre en el paladar del alma
La conocí hace mucho cuando recogía
frutos en el solar de las abuelerías
para ofrendárselas al hermano que habitaba
soledades de café y encierro
y desde entonces transitamos juntas
las perplejidades y los desconciertos
sin que nada nos detenga el amor
que derrochamos sostenido en la clave
solar de un patio poblado de granadas
y hierbabuena
Ana Cecilia se nos crece cada día
en los intervalos de un temblor que
la asedia ajeno a su cántaro de risas
y ofrendas de suspiritos de azúcar
y empanadas de coco
Y por ello hoy le venimos a traer
a orillas de su temple de costurera
de estrellas y bastidora de luciérnagas
como talismán
retoñar como un arbusto de siemprevivas
de la savia de las sávilas y el hilo
de los cometas de la infancia
para que en su travesía hacia las
nunca falte el paisaje fugaz de las
flores de la abuela catedrales de luz
que para siempre nos habrá de regalar
y sus arrestos de mandarina y cundeamor
ms
abril / 2008
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