domingo, diciembre 21, 2008

EMBUSTERÍAS DE POLDY BIRD

Cristina Castello, quien siempre trae en sus alforjas algún equipaje frugal y necesario, nos hace llegar en este diciembre, un cuento y una carta. Las dos cosas son de nuestra absoluta incumbencia.

Nuestras Embusterías, como los Cuentos para Verónica, escritos por Poldy Bird, son material de y para niños, para adultos que no dejan de serlo, para quienes crecer no signifique doblegar la esencia que los hace creadores, imaginativos, sorprendentes y dueños de una sabiduría que no tiene límites, como su asombro y su mágica percepción de todo lo que vive.

Su carta, en la que da noticia de la muerte de su hija Verónica, es síntesis, en su silencio, de un dolor colectivo que hiere y dispara contra tantos hijos que se nos quedan en el camino, sin haber tenido tiempo de entregarle al mundo su ofrenda de porvenir. Nosotros somos apenas recipiente y vasija.

Verónica, como tantos otros hijos, que se nos fueron a hacer nido aparte en alguna galaxia de nuestro vasto corazón, refleja y reflejará siempre su risa en las pupilas de los niños que habrán de ser, en el manantial de quienes alcanzan con sus manitas ascender hasta el tumulto de los sueños y aún amanecer como eternos expedicionarios del vivir. MS

CHIQUITITA

Con los años que cumplís ya puedo hacer un ramo : doce. Una docena, Verónica. Te compré una pollera larga hasta el sue lo y unas sandalias con las que me alcanzás. Hermanas en altura. La gente te mira ya como a una muchachita. A nadie se le ocurre protegerte cuando cruzás la calle, ni despacharte última en el almacén o en la tienda, como les hacen a los niñitos.

"Una hija MUJER", me dicen los que nos conocen, y yo asiento, bieneducada, sin replicarles que no sé bien qué es MUJER, mujerona, señora, adulta, grande. .. , por­que me prometí no pasar de adolescente, y cumplo mis promesas.

He gastado caminos y he gastado zapatos, me he dado con la cabeza contra las pa­redes, pero nunca aprendí tanto como en estos doce años en los que anduvimos jun­tas. Empecé caminando con pasitos de flor, alzándote con miedo, sintiéndote tan mía y tan extraña al mismo tiempo. Vos me fuis te enseñando qué hacer en cada caso. Ibas creciendo y yo crecía con vos. Me llegabas al muslo, a la cintura, al hombro... Aho ra, a veces, hasta me protegés, hasta me das consejos.

Vos me enseñaste lo que es una madre. Eso era algo que yo desconocía. La última vez que yo llamé mamá y me respondieron, tenía ocho años. Y después, nunca más.

A veces, con miedo, grité desesperada "Mamá, ayudame" : la noche en que na ciste, la tarde que perdí al bebé, en Bar celona, la mañana de noviembre que me operaron.

Y vos me respondiste, mi Verónica.

Cuando naciste con un llanto "aquí estoy".

En Barcelona, rodeándome con tus bracitos y pidiendo " Que no te pase nada, que no te pase nada". Y en noviembre del año pasado mostrándote serena, y por debajo de la serenidad, ese temblor que tan bien reconozco.

Así que me enseñaste que una madre es respuesta,

que una madre es camino,

que una madre es un puerto.

Respuesta que no miente, que aclara y se rena.

Camino que va recto hacia su destino.

Puerto que no corre tras los barcos, sino que los espera y los recibe.

Yo negaba un poco que ibas creciendo. Crecías en el largo de los ruedos y en el número de los zapatos... pero la vez que me di cuenta de que ibas dejando el claro país de la infancia fue hace dos veranos, cuando pasamos frente a una calesita... y no pediste subir. A tu papá y a mí nos dieron unas ganas locas de llorar.

Un ramo. Doce años. Doce colibríes. Doce rositas de azúcar.

¿Cómo serás cuando seas grande? Te re conozco desde ya : capaz de soportar las heridas que te hagan, pero incapaz de he rir.

Esgrimiendo la justicia como una vara de nardos.

Segura de lo que querés. Segura de lo que no querés.

Un ramo. Doce años. Doce jazmines. Doce espadas.

¿En qué nos parecemos?

Yo tan temerosa. Vos tan firme.

Yo tan enamorada de las letras. Vos tan enamorada de la vida.

Yo sin saber nadar. Vos buceando piedri tas bajo el agua.

Yo solitaria. Vos colgándote un collar de amigas.

¿En qué podemos parecernos, habiendo te nido vidas tan distintas?

Yo no quiero que te parezcas a mí, que puedan humillarte, que puedan hacerte sufrir, que recibas el cariño como un mi lagro o un premio, que pienses que sola­mente tenés que dar y lo que te den debe rás devolverlo con creces.

No, no quiero que te parezcas a mí, tan ne blinosa, tan necesitada de afectos. Quiero que seas esa lámpara encendida que da luz a los que amás y a los que te aman.

Doce años, Verónica. Doce campanitas.

Una docena de veranos. Un ramito de llu vias de cristal.

Ya has dejado de ser una nena para todos los que te ven.

A nadie se le ocurriría regalarte una mu ñeca.

A partir de ahora serás chiquitita sola mente para mí.

Chiquitita nada más que para mamá.

Chiquitita que te tapo, que hace calor y te destapo, que te saco el pelito de la frente, que guardo tu primera batita, el primer dientito que se te cayó...

Chiquitita para mí, que te miro y te veo así de grande como estás hoy, y al mismo tiempo así de chiquitita como eras.

Y siempre se estarán superponiendo las dos imágenes en mi corazón, de hoy en adelante. Y de hoy en adelante serás... serás más mía que nunca, chiquitita.


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