lunes, abril 19, 2010

TORMENTA DE ALONDRAS - CARTA A ALEXIS GÓMEZ ROSA

Alexis

Un día, inesperadamente, recibí tu libro en mi buzón de correo: Ferryboat de una noche invertebrada. Premio Nacional de Poesía ‘Salomé Ureña de Henríquez’ 2006, Segunda edición, República Dominicana, 2009.

Cuando lo abrí supe que debía ser una nueva travesura de René Rodríguez Soriano, quien, a manera de provocación, suele ponerme en contacto con sus amigos poetas, para ver si sale de mis alforjas alguna imaginería.

Un privilegio que asumo con alegría, porque todo libro que se abre es un horizonte alado que desde el dintel de los párpados derrama sobre uno un raudal de marinerías, en las que hay que navegar para alcanzar nuevas orillas u honduras. Ambas nutren, sustentan y hasta a veces germinan.

A este historial debo agregarte que tu libro me llegó con una dedicatoria particularmente hermosa: Para Mery Sananes con el afecto y la admiración luminosa de esa nerviosa escritura (su escritura) que palpita en la web. Con afecto infinito. AGR, 03 de febrero del 2010.

Ante ella no pude menos que escribirte mi primera carta en la que te decía: Recibir un afecto infinito no es un milagro que ocurre con frecuencia. Y creo firmemente en la magia de las palabras y en el horizonte marino que recorren los bajeles cuando les esparcen sus embusterias a los peces. Así que me has colmado del bien mayor al cual podemos aspirar quienes transitamos este abrupto vivir que nos ha tocado. De los afectos que nacen en ese cruce de palabras ajenas que sin embargo adquieren consanguinidad en la estatura de los sueños. ¿Qué más pedir? Leeré tu libro con amorosa reverencia y volveré a tí de seguro engarzada en algunos de tus versos. Gracias de nuevo, de corazón. ms





Qué pena, / ver tu amor sucumbir / porque olas faltaron
para llenar / tu corazón de peces, luceros,
palmas y caracoles, que atrás dejamos / acordonando las islas
p. 50


Y cumpliendo con lo ofrecido, hoy de nuevo me sitúo frente a tu libro, que más parece una desembocadura de ríos que palabras en el atril de las páginas. En mi tercera lectura aún busco delinear un hilo de agua del otro, despejar la línea invertebrada que gira en elipsis a través del perfume acuartelado del suspiro que te condujo a Guarina, alfa y omega de tu ferry, para una noche que no concluye.

Una travesía en la que se derraman sobre tí cascadas de sonidos multicolores que te inundan como si fueran peces, nubes, capitaneadas por un recóndito fulgor. Si dejo de lado, sin dejarlo, la exuberancia de tus palabras, batallando por describir un milagro demasiado cercano a despedida para ser cierto, me vienen las interrogantes. ¿Será posible que en ese instante brevísimo estuviese la esencia de todo lo que el hombre ansía como ejecución de la vida y el amor? ¿Será que la clave está allí?

En estos tiempos, mucho más sórdidos y oscuros que los recintos de los amores transitorios, sólo es posible alcanzar el éxtasis, en el desenfreno de un instante. La mayor parte de los seres lo dejan pasar desapercibido y siguen adelante, domesticados como estamos a las sombras y el desahucio.

Pero tú, Alexis, viajero invertebrado de un ferry que no navega, te embarcaste en ese viaje de cinco días incontables, que te llevó de Santo Domingo a Mayaguez, y de Mayaguez al tambor de tu agonía. Y ese periplo inconcluso produjo el milagro de abrirte una compuerta hacia la esencialidad de la vida: la perdida y la por conquistar.

Así el recorrido deja su estela de sobresaltos, la muerte que acompaña como si fuera la vida, las luminarias que se te van revelando y de las cuales Guarina –bendita sea ella- fue la elegida, a través de tí.





Hoy no es hoy sino un jadeo / que llueve, petrificado, con linaje
de párpados desdoblados y en fuga, / cerrando una puerta que también
apertura el corazón del poema
p. 72


Lo demás, que no es lo de menos, es el ferry, león de mar, vaca marina, animal de cabotaje, girando sobre sí mismo, en el imposible deseo de que no acabe la aventura que jamás comenzó, pero que dejó sembrado en los mares de tus amores, fulgores inéditos, soles de palisandro, un aluvión de pétalos y pistilos, un río-palabra que al pasar desglosa su abecedario. Por eso el poema es el alma en nudo de una historia borrosa.

Sólo que el resto de la historia no es sal y agua. El imperio de alfileres se convierte en arrecife conquistado, abriendo la circunferencia de los días. Porque, después de todo, la mancha, la tinta, la confidencia, el amor intervenido es una fiesta, en la cual, henchido de luz, sombra y movimiento, se infinita el viaje al corazón.

¿Qué más pedir a la vida que no se vive, en este oscuro recuento de los días a los que nos ha tocado asistir, desasistidos de todo instrumento que no sea la ilusión, un ferry, un amor invertebrado, para que la herida no sea total?

Guarina te ofrenda el resplandor de sus manos desatadas que esculpieron sobre tu cuerpo una marina de tembloroso amor. Guarina es ola de mar en otra ola renacida, desenvolviendo geometrías.

Un amor que pone luciérnagas en los ojos, no importa que sucumba en el naufragio de dos pares de zapatos. Hasta ese momento único eras sólo un par de zapatos cansados de recorrer los pasadizos de un ferry detenido.

Y dime ¿quién habría de escribir el poema de Guarina, si no tú? ¿Quién hablaría por ella, si no tú? En el estremecimiento de tus versos ella deja también que se cuele, a través de las celosías, su poema quebrado. Porque ese amor precario, insoluble, que se derrama sobre su conciencia, es un lamento incurable para ambos amantes.

Ella, manantial de niebla, trampa del paraíso, recogida en pleno espectro del infierno. Sin embargo, ¿no es acaso la que ha puesto luz en la casa y en la sangre, haciendo más vivible la oscuridad que arropa el tambor de tu agonía?

Pienso que tu libro, Alexis, es un almácigo de versos, nacido fuera de tiempo, en la edad de la palabra, porque sólo en ella podemos aún iluminar el asombro de ver en la Osa Mayor un archipiélago donde fundar otro mundo. Un mundo con el resplandor de las Guarinas, pero sin el pozo de penas de una fuga incesante de olas muertas, que llueve con prosapia de caribe aborigen.

Tú lo reiteras. Te resistes a cualquier dictamen que la encasille. Guarina la de la angustia, la que duerme sin dormir sobre los acantilados, la del peregrinar sonámbulo, bajo el vestido talar de inédita concupiscencia marina, de arbitraje solar. Guarina, la que dijo tristeza y se perdió el lienzo escrito del amanecer, en el muelle de los alucinados. La que lleva a tu sangre un paisaje dormido que anuncia su misterio de peces.

Guarina, como tú Alexis, naufraga en el ferry de una noche invertebrada. Y tú, delatado en estas letras fugaces, fuiste condenado a escribir, más que un lamento incurable, un vibrante pizzicatto del amor que algún día será.

Y bien valió la pena tu recorrido por las honduras de sus ojos, para que la imagen del amanecer tuviera su anverso y reverso.


Algún día se instalará un herrero frente a la noche, y con un cincel de amor, abrirá un hueco muy grande por donde ingresará la luz de las estrellas, el fuego de las constelaciones, el incendio de soles lejanos, hasta iluminar la tierra toda, las guarinas, los alexis y se reinvente un amor vertical y planetario, un amor aromado de jacarandas, que habite cada cuerpo como un naufragio de caballitos de mar disparados al interior de un océano vasto como los decibeles de un latido convertido en oleaje sin retorno, con estatura de palisandro y la imaginería infinita de una tormenta de alondras.

mery


Publicado en Media Isla
el 02 de abril del 2010.

No hay comentarios.: