miércoles, abril 07, 2010

UNA CARTA PARA ARMANDO CÓRDOVA Y LIGIA OLIVIERI



Armando y Ligia

Estas son las cartas que uno nunca quisiera escribir. Porque las otras, las de decirles lo que significan para nosotros, lo importante que ha sido y es para nuestras vidas haber compartido esta travesía de años y décadas junto con ustedes, a sabiendas de que el afecto no hace sino acrecentarse en los tiempos más difíciles y dolorosos, son las que siempre hemos intercambiado, en medio de silencios y ausencias, en los que sin embargo hemos estado y estamos permanentemente como hermanos inseparables.

Nos ha tocado presenciar y asistir a tantos infortunios, tantas penas, tantas tristezas, en los hermanos, los amigos, en este país deshecho, en un mundo atormentado por sus propios males, materialmente incapaz de erguirse contra todo lo que lo consume y destruye, que añadir una propia, directa, absurda es demasiado pedirle al corazón. No vimos crecer a los hijos, pero es como si fueran nuestros. Y les agradecemos en el alma, muy de adentro, que en este tiempo roto, hayan extendido vuestras manos a nosotros, porque las manos nuestras, el abrazo, el amor a marejadas es lo que tenemos para darles.

Y quisiéramos juntarlo todo y ofrecérselos para tomar algo del dolor inconsolable y comenzar a trabajarlo, moldearlo, reinventarlo para que la ausencia se vuelva presencia, la quebradura se convierta en fortaleza, el dolor cortante como un fuego helado, se vuelva utensilio para reconstruir una vasija de agua dulce, un timonel que vuelva a surcar los mares, un día que vuelva a vestirse de amanecer. ¿Y saben por qué? Porque están los otros hijos. Y no hay manera de escapar al designio de ser padres.

Siempre hemos pensado en la paradoja mayor que nos ha tocado vivir, a nosotros eternos enamorados de la vida, alegres jilgueros en árboles sin bosques, cuerdas de una mandolina estremecida en busca de un andante brioso. Sobrevivientes de un tiempo de ausencias que vino a culminar en una derrota mayor, en un precipicio abismal. No nos han dado tregua, ni antes ni ahora. Por una u otra razón la vida se nos ha signado de golpes y tristezas más o menos cercanas, pero siempre delirantes.




No hay consuelo para la ausencia de un hijo. Para qué mentir. No hay remedio ni bálsamo que nos consuele. Sólo que tenemos que aprender a vivir con ese estruendo de llanto contenido en los párpados de un corazón que ha perdido la nervadura de sus latidos.

A nosotros, una y otra vez, nos ha tocado tener que descifrar el sentido de estas despedidas inesperadas. Y a pesar de tanto golpe certero no nos hemos podido acostumbrar, ni eso ha logrado mitigar las heridas. Sólo que la certidumbre de que nuestros hijos deberán enfrentarse a los finales previstos y los imprevisibles, nos hace fuertes y recios, nos devuelve una raíz que va labrando, por sí misma, ese trayecto hacia el exterior de la tierra reseca y compacta de la cual sobrevive para liberar las esporas de lo que habrá de ser.

Allí, para desalambrar la tristeza de los hijos, a quienes se les fue una parte de ellos mismos, encontrarán la fuerza que se derrumbó junto con la ida de Daniel. Sólo podemos decir, si es que sirve de algo, que tenerlos a ustedes a través de un proceso tan virulento y despiadado como lo es esa enfermedad, debe haber sido para él un soporte único, y ustedes cumplieron aún con la parte que no les correspondía.

Nosotros quisiéramos ser un tejido gigante de hierbas olorosas para arroparlos. Una fuga infinita para clavicordio, que dicte la pauta de un camino por recorrer. Un silabario de palabras inéditas que labren en el viento una partitura que le devuelva a los días el sonrojo de sí mismos.

Vulnerables hemos sido siempre, por francos y abiertos, por ilusorios fabricantes de utopías, por esa reverencia hacia los afectos que no se resquebrajan ni aminoran. Hemos sido por eso franja para las hendiduras, espacio para el regazo que no llega a contener sus propios racimos.




Una vida, Armando y Ligia, elegida desde hace mucho, que nos apartaba de lo efímero, lo circunstancial, lo veleidoso y nos colocaba en el centro de la tristeza, como vía para alcanzar cualquier resurrección.

Y nos fueron dados los hijos, como la máxima expresión de la vida y la alegría. Y estemos o no estemos con ellos, adquirimos un compromiso de vida que no de muerte, del cual no podremos separarnos jamás. Ese es el reto. Como traspasar ríos turbulentos sin siquiera una frágil embarcación en la cual abordar los sismos de agua.

Pero ha sido y es nuestro vivir y así seguirá siendo mientras haya un siempre, que a través de todas nuestras imaginerías plasmamos y reedificamos como nuestras señales y claves.

Desenvolver los linos y regresar a la vida. Revitalizar la memoria de todo lo que ha sido. Allí las huellas fructifican si las dejamos correr entre las piedras hasta alcanzar la ranura por donde volverán a ser flor.

Armando y Ligia, ponemos estas manos que saben de caricias en la epidermis de vuestras turbulencias, hasta que la tristeza vaya paciente y lentamente convirtiéndose en fuerza creadora, en encendido candil de agigantías, en ese entrelazarse entre todos, hasta devolverle su forma de risa a Daniel, su signo de travesura, su esencia dúlcima de viva vivida. Eso nada ni nadie nos los podrá arrebatar.

Los queremos inmensamente,

agustín y mery
abril 2010

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