A Carlos Morales del Coso
en respuesta a su poema
En ti, Carlos, no hay palabra menor. Aunque trajeado del pastor de cabras que nunca has dejado de ser, todo lo tuyo para ti es menor, a excepción del cielo inmenso, poblado de estrellas, de tus largas noches, a la sola intemperie de ti mismo.
Sólo que fue allí en ese paisaje nocturno donde fue creciendo en ti una
noche interior, tan llena de proezas mayores, que jamás tu piel alcanzó a
contenerla. En tus andares la fuiste esparciendo de tantas formas y con tanta
vehemencia y pasión, que sólo tú has comprendido enteramente, el grado de
soledad que te ha dejado, ese poblamiento mayor.
Y ese recorrido escarpado por los precipicios del vivir, que tú te has
dedicado a recoger y a rescatar de cada canto quebrado, cada aluvión de
lágrimas, cada sonata escrita al borde de la muerte, ha dejado en ti sus
huellas indelebles.
Has hecho tuyo el sufrimiento del otro múltiple que somos, pero que para
tantos es apenas un extraño. Has hecho de ti mismo un recipiente gigantesco de
del dolor que quiebra la vida y a la vez de ese canto tenso como un cordaje
atado a la garganta de las despedidas,
que ha dibujado las más hermosas de las melodías, sin mano con que sostener el
arco, sin arco con el cual acariciar la madera, sin violín del cual brote
sonora la música que nace del corazón que no se entrega.
Y no ha sido fácil. Tú no eres un traductor, Carlos. Tú eres un reinventor
de palabras. Tú no eres un editor, tú eres un recolector de caracolas en arenas
sin peces. Más que un poeta eres un poema que se estrecha sobre un papel que no te pertenece, de tanto querer escribirte a ti mismo, sobre la superficie
vertical de los arrecifes.
Y cómo no iba a herirte tanta pena contenida en un planeta sin
esperanzas, en el aposento donde tejías alegrías como copas que, a pesar del
fuego, no alcanzaron a ser cristal. En
el huerto en que sembraste tu futuro, como un hortelano desterrado de sus
surcos.
Pero basta abrir el libro de las noches en las que has derramado todos
tus hallazgos. Sobre cada uno de ellos te has vertido como agua fresca sobre la
sed. Te has dado como el polen se entrega al viento sin aguardar que hurgue las
petalerías donde se cobija. Te has derrochado como el buen vino en la mesa del
hombre de generoso corazón.
Y no hay nada menor en esa tarea de hacer resucitar desde el estercolero
en el que hemos convertido el vivir, toda arista iluminada, todo gesto inquebrantable,
todo lo eterno que se graba en la sístole
del universo, cuando se ha vencido la muerte que otros impusieron.
Y yo quiero, hoy, Carlos, a la luz de la lectura de ese poema menor que
has escrito en esta madrugada, y que has entregado con el pudor que te conozco, rehacerlo a mi manera,
como suelo hacerlo cada vez que algo me toca y conmueve, como si fuese un
eclipse de mis ojos sobre la fragua del tiempo.
Ha sido fácil, cierto Carlos, porque es de tu oficio que la luz rompa
los pesados ropajes de la noche y despierte los lienzos. Y ha sido fácil, como
siempre lo has hecho, abrir las ventanas y ver tras ellas, aunque era de noche,
los corceles briosos de tu propia sangre, paciendo esa luz de hierbas
luminosas, bajo el beso del aire.
Ha sido fácil escuchar las flautas de luz con amapoles rojos, escribiendo
en el cielo, la carta sin final, que en plenos mediodías escribes, en el
interior de los pozos más profundos.
Pero hay algo que quieres hacer fácil que te lo haré desgarradamente difícil,
Carlos. Tú dices flotar en el alféizar. Cierto, así flotabas en tus noches de
niño, en ese tiempo en el cual aprendiste primero a extender tus alas antes que
a caminar. Salvo que desde entonces volabas al interior de todo lo sagrado,
donde descubriste ese silencio desde cual has construido todas tus palabras.
Y por
eso mismo, no veo, ni quiero ver, Carlos, libros de páginas cerradas que nadie
concluyó. Porque los libros de páginas abiertas, como los latidos del corazón
del hombre enternecido, jamás tienen punto final.
Y mucho menos le doy ingreso a un hombre sin luz. No tú, que
eres encendedor de candiles, recolector de golosinas, alquimista del desahucio.
No tú. Y con el derecho que me da ser sobreviviente, me subo a tu alféizar,
reabro el libro de tus desesperanzas y dejo que la luz de todas las noches vierta
sobre él el estruendo musical de los caballos paciendo sobre hierbas luminosas,
el acorde melodioso de sus flautas escribiendo sobre tus pupilas amapoles
rojos. Y el agua fresca de tu mesa la trasmuto en vino de consagrar.
Y a ese YA que esgrimiste, a modo
de lo que sea, lo transformo en un NO tan sonoro, que sea capaz de atravesar el
ruido ensordecedor de las metralletas y los morteros, el mar inmenso, y entrar
por la ventana que quedó abierta, prenderse del rayo de luz que la noche te
entregó, esparcir las páginas de todos los libros que aún no han sido escritos
y anidarse en tu corazón niño, como si fuese el suspiro de tus hijos.
Y con ese frugal equipaje, Carlos, deja que Rocinante te lleve a seguir combatiendo
molinos, deja que Sancho busque en tu interior la Dulcinea que atraviesa tu
sed, toma tu antiguo escudo para resguardarte
de todo veneno, y con tu lanza hecha plumaje, escribe con vehemencia
interminable tu propio libro, el de Amós, el de los niños que aún no han nacido
y el de los que los han convertido en adultos, de tanto haberles expropiado el
amor.
mucho se te quiere
mery sananes