lunes, marzo 31, 2014

NO HAY PALABRA MENOR - A CARLOS MORALES DEL COSO




A Carlos Morales del Coso
en respuesta a su poema 
titulado Poema Menor


En ti, Carlos, no hay palabra menor. Aunque trajeado del pastor de cabras que nunca has dejado de ser, todo lo tuyo para ti es menor, a excepción del cielo inmenso, poblado de estrellas, de tus largas noches, a la sola intemperie de ti mismo.

Sólo que fue allí en ese paisaje nocturno donde fue creciendo en ti una noche interior, tan llena de proezas mayores, que jamás tu piel alcanzó a contenerla. En tus andares la fuiste esparciendo de tantas formas y con tanta vehemencia y pasión, que sólo tú has comprendido enteramente, el grado de soledad que te ha dejado, ese poblamiento mayor.

Y ese recorrido escarpado por los precipicios del vivir, que tú te has dedicado a recoger y a rescatar de cada canto quebrado, cada aluvión de lágrimas, cada sonata escrita al borde de la muerte, ha dejado en ti sus huellas indelebles.

Has hecho tuyo el sufrimiento del otro múltiple que somos, pero que para tantos es apenas un extraño. Has hecho de ti mismo un recipiente gigantesco de del dolor que quiebra la vida y a la vez de ese canto tenso como un cordaje atado a  la garganta de las despedidas, que ha dibujado las más hermosas de las melodías, sin mano con que sostener el arco, sin arco con el cual acariciar la madera, sin violín del cual brote sonora la música que nace del corazón que no se entrega.

Y no ha sido fácil. Tú no eres un traductor, Carlos. Tú eres un reinventor de palabras. Tú no eres un editor, tú eres un recolector de caracolas en arenas sin peces. Más que un poeta eres un poema que se estrecha sobre un papel que no te pertenece, de tanto querer escribirte a ti mismo, sobre la superficie vertical de los arrecifes.

Y cómo no iba a herirte tanta pena contenida en un planeta sin esperanzas, en el aposento donde tejías alegrías como copas que, a pesar del fuego,  no alcanzaron a ser cristal. En el huerto en que sembraste tu futuro, como un hortelano desterrado de sus surcos.

Pero basta abrir el libro de las noches en las que has derramado todos tus hallazgos. Sobre cada uno de ellos te has vertido como agua fresca sobre la sed. Te has dado como el polen se entrega al viento sin aguardar que hurgue las petalerías donde se cobija. Te has derrochado como el buen vino en la mesa del hombre de generoso corazón.

Y no hay nada menor en esa tarea de hacer resucitar desde el estercolero en el que hemos convertido el vivir, toda arista iluminada, todo gesto inquebrantable, todo lo  eterno que se graba en la sístole del universo, cuando se ha vencido la muerte que otros impusieron.

Y yo quiero, hoy, Carlos, a la luz de la lectura de ese poema menor que has escrito en esta madrugada, y que has entregado con el  pudor que te conozco, rehacerlo a mi manera, como suelo hacerlo cada vez que algo me toca y conmueve, como si fuese un eclipse de mis ojos sobre la fragua del tiempo.

Ha sido fácil, cierto Carlos, porque es de tu oficio que la luz rompa los pesados ropajes de la noche y despierte los lienzos. Y ha sido fácil, como siempre lo has hecho, abrir las ventanas y ver tras ellas, aunque era de noche, los corceles briosos de tu propia sangre, paciendo esa luz de hierbas luminosas, bajo el beso del aire.

Ha sido fácil escuchar las flautas de luz con amapoles rojos, escribiendo en el cielo, la carta sin final, que en plenos mediodías escribes, en el interior de los pozos más profundos.

Pero hay algo que quieres hacer fácil que te lo haré desgarradamente difícil, Carlos. Tú dices flotar en el alféizar. Cierto, así flotabas en tus noches de niño, en ese tiempo en el cual aprendiste primero a extender tus alas antes que a caminar. Salvo que desde entonces volabas al interior de todo lo sagrado, donde descubriste ese silencio desde cual has construido todas tus palabras. 

Y por eso mismo, no veo, ni quiero ver, Carlos, libros de páginas cerradas que nadie concluyó. Porque los libros de páginas abiertas, como los latidos del corazón del hombre enternecido,  jamás tienen punto final.

Y mucho menos le doy ingreso a un hombre sin luz. No tú, que eres encendedor de candiles, recolector de golosinas, alquimista del desahucio. No tú. Y con el derecho que me da ser sobreviviente, me subo a tu alféizar, reabro el libro de tus desesperanzas y dejo que la luz de todas las noches vierta sobre él el estruendo musical de los caballos paciendo sobre hierbas luminosas, el acorde melodioso de sus flautas escribiendo sobre tus pupilas amapoles rojos. Y el agua fresca de tu mesa la trasmuto en vino de consagrar.

Y a  ese YA que esgrimiste, a modo de lo que sea, lo transformo en un NO tan sonoro, que sea capaz de atravesar el ruido ensordecedor de las metralletas y los morteros, el mar inmenso, y entrar por la ventana que quedó abierta, prenderse del rayo de luz que la noche te entregó, esparcir las páginas de todos los libros que aún no han sido escritos y anidarse en tu corazón niño, como si fuese el suspiro de tus hijos.

Y con ese frugal equipaje, Carlos, deja que Rocinante te lleve a seguir combatiendo molinos, deja que Sancho busque en tu interior la Dulcinea que atraviesa tu sed,  toma tu antiguo escudo para resguardarte de todo veneno, y con tu lanza hecha plumaje, escribe con vehemencia interminable tu propio libro, el de Amós, el de los niños que aún no han nacido y el de los que los han convertido en adultos, de tanto haberles expropiado el amor.

mucho se te quiere
mery sananes

1 comentario:

A chuisle dijo...

He quedado asombrada, encantada por tus palabras Mery, porque conozco a Carlos, desde algunos años ya, y sé que todo lo que dices es verdadero, lo que piensas de él, cómo lo percibes, lo interpretas y lo pones en palabras. Tu carta es una llamada de amiga y Carlos no podrá menos que concordar contigo y seguir tu consejo: que viva y que viva de la mano de la poesía, de la que ilumina la vida y hace brotar la esperanza, de su poesía y la de todos los poetas, de los que va recolectando versos para diseminarlos como caballo al viento. La imagen está muy bien escogida. Gracias por compartir esta carta y develar la intimidad de los sentimientos y las percepciones, de una poeta a otro poeta.