domingo, julio 21, 2019

SUEÑOS DE MAR - RAFAEL FRANCESCHI


Sobre el silencioso
pétalo del día
una flor como una catedral
abre su corazón
bordando de alegría
la mañana
como la gota de rocío
en la mano frágil
de un niño

Una ancla hundida
por primera vez
en el oceánico pecho
del infinito…

Rafael Franceschi, Sueños de mar. Caracas, CPT-UCV, 1994.

FRAGMENTO DEL PRÓLOGO A SUEÑOS DE MAR
DE RAFAEL FRANCESCHI

Rafael Franceschi se había iniciado en el mundo de la pintura muchos años atrás, en aquella década de los sesenta, almacigo de poetas y artistas, victorias y derrotas, ilusiones y desesperanzas, heroísmo y traiciones. De su tierra traía el mar en sus alforjas, los cangrejos r las caracolas, los chaguacuritos y las rocas. De su cielo el trino de sus pájaros y la infinita acuarela de sus atardeceres. Y muchos anhelos de ser experimento y creación.

Rafael estudia y trabaja en los talleres de Jesús Soto, Antonio Asís y Mario Abreu. Y busca expresar su caudal de sueños e ilusiones a través del cinetismo, el juego con las formas, las líneas, las dimensiones, el movimiento que se mueve no desde el artista sino desde el espectador. El color que se forma, no desde la mano del pintor sino desde el ojo del que mira. Aventura y riesgo que cosecha éxitos y reconocimientos.

Y Rafael, como instrumento de sus propias obras, pone en movimiento los engranajes de la imaginación para aventarse hacia tierras lejanas a atrapar el caudal inmenso de lo creado. A ver de cerca a Leonardo, a Rembrandt, a Botticelli, a Renoir, a Van Gogh. A recorrer la estructura de las catedrales, el epitafio de las aguas, la textura exacta de los muros antiguos, donde aún resuenan los espíritus de los dioses de la primavera.

En aquellos parajes Rafael hizo siembra fértil. Echo a andar sus maderas y alambres, sus círculos y sus rectángulos en murales y estructuras cinéticas en cuyo interior siempre andaba alguna resonancia marina, alguna nostalgia viajera y unas ganas de anclarse de nuevo en sus oleajes de sal.

Así estuvo en Italia, Francia e Inglaterra, expositor en las principales galerías, objeto de notas críticas en los diarios especializados, con una buhardilla convertida en mágico taller de invenciones. Hasta que un día se le apaciguo el afán aventurero, el inventario de estaciones, las noches en los parques y hasta las travesuras de chimeneas y trastiendas. Se Ie avivaron las ansias de regresar al color de las tardes marineras y a la libertad de los espacios abiertos. Y se posó en el andén de las despedidas para venirse de regreso a casa.

Esta casa que no sabe muchas veces acoger a sus hijos pródigos para darle la ternura de la que están ayunos, el abrazo que les hace falta, el calor de capricornio que ronda la ausencia de estaciones, el fulgor astral de las noches. A veces se viene de regreso a ninguna parte, al silencio de los indiferentes, la complicidad de los mercaderes, la compañía bulliciosa de los efímeros.

Y los anhelos y los sueños de repartir ilusiones, de compartir iluminaciones, de estrechar afectos, se vuelven un ejercicio continuado de soledad, como quien hace el trayecto del arcoíris al revés, para represar eI estallido de colores en la gota de agua que se vuelve lagrima.

Así encontramos a Rafael. Manantial reprimido de color, fuente subterránea que no ha conseguido el pozo por donde irrumpir, arcilla en busca de hornero. Sus últimos años, han sido como todos los suyos, pródigos en crear. Difícil encontrar sitios de este país donde no se hallen diseminados sus cuadros, lienzos, pasteles, oleos, tintas. Un día lo conseguimos disputando el oficio de pintar con niños limpiabotas, que esa tarde cambiaron su betún por la magia del pincel. Otro, cambiando su papel plasmado de rostros y figuras, por el oropel de una copa de vino. Otro entregando al universo su ofrenda mayor, a cambio de nada. 0 implemente una sonrisa o un puñito de amor.

En ese pozo de tristeza nos detuvimos, en esa fuente inagotable de ideas, y nos propusimos romper el silencio, quebrar las murallas, echar a correr de nuevo esas fuerzas creadoras, ese compromiso vital, ese don de verdadero maestro, de pintor mayor, que hay en Rafael Franceschi. Y en esa ruta, vimos resurgir la pasión de su trabajo, la tenacidad de su esfuerzo, el asombro de sus lienzos.

Pero tuvimos además el inmenso privilegio de descubrir que junto a la poesía que brota de su pincel, hay en su interior una tela en blanco que va tomando la forma de un verso, una oración o una plegaria. Que junto a los trazos de tinta irrumpen almácigos de versos, bordados de líneas y colores, que adquieren sonoridad y ritmo de poema mayor. Supimos entonces que la poesía que aprendimos a leer en la danza musical de aquellos lirios, se convertía en sus versos en un oleaje de imágenes, en acuarelas dibujadas en el infinito de la palabra. Es decir, que para Rafael Franceschi la poesía y la pintura es un mismo oficio ceremonioso y sagrado.

Por ello este ramillete de versos constituye una maravillosa travesía por el corazón de un hombre hecho de fibras vegetales y corrientes oceánicas, que mira el kuno a través de la magia del color. Es la enredadera que forma zarcillos como bucles, y es el amarillo que viste a los cangrejos con traje de amor. Es la llamita de la leña, la maja goyesca de las conchas, ls algas flotantes de la primavera, el pez espada soñador, el abanico de lirios, la barandita azul del recuerdo, la costilla de barro y las arepitas de flores.

Es el epitafio marino anclado en el corazón del diablo. Y es el trino dentro de las flores, la casa de lluvias, y las arañas que tejen memorias sobre las aguas. El yaque crepuscular y la niña de rosas. Un sol mayor pensionado en la clínica del mar. Nenúfares que despiertan rocío sobre el fuego azul violeta del vivir. La hazaña poética de una flor que es como una catedral y la vastedad de un ancla hundida en el oceánico pecho del infinito.

Estos poemas como sus lienzos, tienen el ritmo y el movimiento de quien los habita. Se va construyendo en cada uno y se entregan con reverencia al oficio de ser múltiples e inagotables. Ese es su don mayor y su más pura esencia. Por ello tomarán la ruta de los ángeles para sus vuelos más altos y se sembrarán en los lechos acuáticos de los lirios para esparcir su luz por los tiempos de los tiempos. En este libro recogemos esa totalidad y la entregamos al porvenir, como la ofrenda que hace Rafael Franceschi a los cielos en los que dibujó sus sueños de eternidad.

mery sananes

1994

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