Carta a Salvador Tenreiro
martes, marzo 03, 2020
NOS QUEDA EL CANTO
NOS QUEDA EL CANTO
Carta a Salvador Tenreiro
Carta a Salvador Tenreiro
Querido Salvador
A la hondura de tu texto no puedo
menos que responderte con una carta que quizás te debía desde hace mucho. Va
muy atrás el conocernos, aunque muy poco anduviéramos juntos. Cada quien sabía
quién era el otro, y a la distancia, se fue cultivando un afecto que hoy
perdura con creces.
Eso significó que nos perdimos de vista por mucho tiempo, hasta
reencontrarnos de nuevo en estas ventanitas. Y la alegría fue mucha. Hemos
seguido sosteniéndonos bajo las mismas premisas y las mismas soledades. Y sobre
todo bajo ese mismo silencio que lleva en su interior el grito más alto, aquel
que León Felipe nos explicaba que era la voz del español, porque hablaba desde
el fondo de un pozo.
El escrito que me enviaste, y que he recibido con inmensa alegría, comienza con esta frase: “Para quien ha hecho silencio tantos años no le
es dado alzar la voz. De tanto callar la he ido perdiendo.” Y yo quisiera
agregar, que nunca te vi ni te imagino con una voz alzada. Porque lo tuyo no
era imponer un punto de vista sino llegar a él con serenidad, razón y audacia,
como aún lo haces hoy, para salirte de esos puntos cardinales colocados para
actuar como fronteras contra todo aquello que no se pliegue al orden de los
gendarmes.
Y cómo me gusta esta otra frase: “Que nadie se conmueva. Es una inmensa
dicha carecer de la fuerza necesaria para hablar en voz alta. Tengo la
impresión que todo lo que escribo, de ser leído, es como hablar al oído del
otro. Seguramente, cuando la ternura asoma por alguna grieta por donde se
cuelan los silencios de todo lo que escribo, mis dedos sobre el teclado -los
dedos son las cuerdas vocales de la cibernética- imaginan que pulsan los
sonidos de la noche huérfana.”
Ay, Salvador, una orfandad tan nuestra, que nos otorga el cauce de una palabra que quiere llegar al
oído del otro, sin el estruendo de quien quiere convencer o imponer,
en vez de ir a lo esencial, que queda en el aire susurrando.
Tu texto, Salvador, es ya un poema, escrito y leído en voz baja, donde
la ternura se encuentra con la razón, el pensamiento con el corazón, para que
la única medida sea las que señale el amor que ponemos en ellas.
Y no puedo dejar pasar la fuerza de las palabras que colocas al final de
tu texto: “Voy perdiendo el sonido de la voz; no la fuerza de cada sílaba. Me
queda esta prosodia interior, este canto de las cosas que rebota en la página y
que registro para tener la certeza de que sigo vivo, en el fluir del viento
huracanado del exilio: Esa huella marcada al rojo vivo en nuestras pieles, que
será nuestra única brújula para el regreso.”
Sé que nada te habrá de quitar esa fuerza, esa prosodia, ni
el canto de las cosas, a través de las cuales tú te sostienes. Y esa es, si quieres, tu manera también de regresar,
con esa huella al rojo vivo en tu pie, brújula para los pasos de entregas y reencuentros que
te aguardan.
En tu aparente fragilidad habita un silencio que se yergue como una
fortaleza más vigorosa que la de nuestros carceleros. Hay una voz silenciada
que se convierte en la verdadera radiografía de un ex país hundido en sus
propios desechos. Hay un lamento que se
hace eco del que resuena huidizo entre las ramas de los árboles nocturnos y que
se escuda bajo el fruto de los ciruelos, para poder pasar desapercibido de los
gendarmes de siempre.
Tu tristeza, tu nostalgia y tu melancolía son hebras de una tela que tú
vas cosiendo en los cerrados aposentos de los claustros, de los que un Fraile
como Juan podía escaparse para alcanzar una topografía que iba más allá de las
piedras hasta las galerías más elevadas de un cielo, empeñado en descender
hacia el alma viva del hombre, en vez de aguardar el instante de la muerte.
Aún en los mediodías vivimos en las noches. Esas en las que, como tú nos
dices, uno hablaba y sigue hablando al oído de alguna sombra engalanada, para
que nunca se acabe la ternura. “Y sigue siendo de noche en la página que se va
llenando de palabras que nacen en las faldas de franela y en la blancura de las
tardes por venir.”
No hemos perdido la esperanza aunque nos la hayan secuestrado. Ni el
silencio en el que guardamos nuestros más altos sueños. Ni la palabra que se
dice casi en un murmullo, para que nada le quiebre el corazón.
En esos papeles que escribes y que no guardas, en esas emociones que
sueltas cuando las tardes se asemejan a los amaneceres, en las nostalgias que
pintas sobre un lienzo de lluvia o un raudal que se sale de su cauce, quedan
tus huellas “marcadas al rojo vivo”.
Pero nosotros tenemos el compromiso de seguir buscando esas coordenadas
que sostienen un tiempo que vendrá, en el silencio que dejan las chicharras una
vez que han reventado su canto, en el temblor del viento cuando el campanario
deja de tañer, en la quietud del pájaro que aguarda que se vistan las ramas de
los árboles para reiniciar su labor de tejedor de nidos.
En las circunstancias del mundo no es de esperarse
que veamos brotar la alegría colectiva que siempre hemos oficiado. Pero
ciertamente cada vez que una soledad se puebla, se construye un puente, que aún
sólo se sostiene sobre delgados juncos. Algún día serán árboles frondosos, y
las orillas que separan a unos de otros, se juntarán en caminos sembrados de junco y capuli. A nosotros nos queda este canto de las cosas.
Mery Sananes
03/03/20
EXILIO
(a
Mery Sananes, por tanto...)
de
Salvador Tenreiro
Lo
escribo sin hacer ruido. Para quien ha hecho silencio tantos años no le es dado
alzar la voz. De tanto callar la he ido perdiendo. El foniatra me dice que no
hay nada que hacer. Que no insista. A causa de mi cardiopatía, el hilo de mi
voz es tan tenue que se hace inaudible en los micrófonos caseros. Soy un rareza
fonética en este país donde la gente habla a gritos.
Que
nadie se conmueva. Es una inmensa dicha carecer de la fuerza necesaria para
hablar en voz alta. Tengo la impresión que todo lo que escribo, de ser leído,
es como hablar al oído del otro. Seguramente, cuando la ternura asoma por
alguna grieta por donde se cuelan los silencios de todo lo que escribo, mis
dedos sobre el teclado -los dedos son las cuerdas vocales de la cibernética-
imaginan que pulsan los sonidos de la noche huérfana.
Es
de noche, una de aquéllas en que el uno hablaba al oído de alguna sombra
engalanada, como aquella andina y dulce Rita, de junco y capulí, a la hora en
que Bizancio ya asfixiaba. Sigue siendo de noche en la página que se va
llenando de palabras que nacen en las faldas de franela y en la blancura de las
tardes por venir.
Voy
perdiendo el sonido de la voz; no la fuerza de cada sílaba. Me queda esta
prosodia interior, este canto de las cosas que rebota en la página y que
registro para tener la certeza de que sigo vivo, en el fluir del viento
huracanado del exilio: Esa huella marcada al rojo vivo en nuestras pieles, que
será nuestra única brújula para el regreso.
28/03/20
DE
SALVADOR TENREIRO
Esta mañana (hoy es jueves, 26
de marzo) recibo uno de los mejores regalos de mi vida: las palabras de mi
querida y admirada Mery Sananes. De más está decir que las recibo con una
emoción nueva, vital, esperanzadora. Como no estoy acostumbrado a elogios tan
inmerecidos, no sé que decir. Gracias, buena amiga.
fotos / mery sananes
Etiquetas:
MS - Cartas -A Salvador Tenreiro
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