De la muerte venimos y y hacia ella vamos, sin saberlo
ni adivinarlo. Y sin embargo su presencia silenciosa transcurría como una ley
a nuestro lado que no podíamos modificar y que aún permanece a orillas de
nuestro andar.
Alcanzamos un tiempo que nos era ajeno porque amábamos
las noches pero jamás el temblor que nunca se ha marchado.
Vivimos al lado de la muerte con la ilusión de
detenerla y sólo fuimos testigos de una historia que se repite incesantemente.
La tristeza se colgó de nuestros párpados y de allí no
se ha marchado jamás
Sólo que la muerte es aún ahora mucho más feroz y
nunca estuvimos más desarmados que hoy mientras las huellas siguen insertas en
nuestro interior
Moríamos cada día con el compañero caído y nos
levantábamos de nuevo a la espera de la siguiente sangre derramada.
¿Y en qué hemos devenido? ¿Cuál muerte ha decidido encandilarnos?
Seguimos ajenos al sentido común aferrados a una
sonrisa que nunca se hizo nuestra y que cada vez reinventábamos con la ilusión
de que permaneciera.
Y regresamos a las noches sin faroles donde apresurábamos
el paso buscando una geografía sin disparos.
Y fuimos y seguimos siendo sobrevivientes de una
guerra que no cesa que sólo cambia de mandos que se distorsiona y se vuelve a
aparecer con nuevos pertrechos de una paz que aún no se ha instalado.
Y ahora creemos tener más resiliencia a la muerte y
sin saberlo ya la llevamos en el interior.
Como si estuviéramos en una lista en la que nuestros
nombres ni fechas aún no nos han sido asignados. Y ahora hemos quedado, nada
más y nada menos, en ser colibríes en busca de una flor llena de mieles. Y con
los ojos en llanto por todo lo que aún nos aguarda.
El tiempo nos ha deparado muerte tras muerte. Y aún
aguardamos la gota de llanto por la cual León Felipe nos anunció que
alcanzaríamos la luz.
Y hoy te envío esta carta que no sé si llegará a tus
predios, pero que quisiera alcanzarte, porque la noticia de tus quebrantos, me
ha devuelto al tiempo en que escribíamos sin detenernos, siempre con la ilusión
de que bastaba soñar para que la muerte se detuviera.
Es probable que esta misiva alcance el fuego de muchas
otras. En todo caso –y tantas décadas después- sólo quisiera que llegara a tus
predios, porque la noticia, inesperada para mí, fue como escuchar una vez más
desde mis espacios aquellos disparos
incesantes que llenaban las noches de una tristeza irreparable. Y en la cual me
aferraba solo a aquella muñeca que llamé Valentina, mientras escuchaba Funny
Valentine, en la trompeta de Miles Davis.
Te dejo esa memoria sin respaldos en las
que siempre he enredado los días.
mery
04/12/23
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