Esta carta se la escribimos a Mateo Manaure hace 13 años. Y, como cualquiera de las muchas que le hemos enviado, tiene plena vigencia en este octubre, en el cual solemos festejar y celebrar la fecha de su nacimiento y la dimensión porvenirista de su obra.
En este hoy, que parece más bien un ayer, los obstáculos son mayores, los laberintos se han multiplicado, la orfandad crece como la hiedra. Y en los largos corredores de un tiempo, que hemos suspendido en el territorio de las zozobras, los trabajos de Mateo Manaure, son una encandilada estación de sueños.
Y ante este silencio devastador, tomado por la iracundia y el desparpajo, por el grito opaco y la querella inútil, asomarse a sus lienzos es una larga y honda travesía por la majestad de la tierra, la fragilidad de los ríos, la sonoridad de las chicharras y el rostro amoroso del hombre que construye un tiempo eterno en la brevedad de su canto.
Y por ello en cada octubre invitamos a hacer el recorrido por ese recinto de estrellas, ese ritual de ilusiones, que aguarda impaciente por la alegría rescatada del hombre. ms
Mateo
El tiempo suele siempre hacer de las suyas. Nos roba los días, las semanas, los meses. Nos coloca obstáculos en el camino, nos señala prisas y precisa de nosotros un hacer cotidiano, permanente, incesante, que nos hace transeúntes de un itinerario que se convierte en un inmenso laberinto. En él entramos y a veces sus largos corredores nos llevan y traen a las orillas de sueños inconclusos, o al devastado ínterin de certezas que son como un reto. En verdad nunca cesamos en nuestro empeño aventurero y muchos menos en el cultivo de los afectos que se tejen en los engranajes de la ilusión.
Por eso, Mateo, no hemos regresado a tus sitios a seguir la conversa que comenzamos hace mucho. Desde la primera vez que nos asomamos a unos de tus lienzos, como si en ellos cupiera toda la dimensión del tiempo. Un tiempo que se vuelve color, línea difusa que recorre la geografía de todos los paisajes, que se detiene geométricamente para luego transmutarse en río, en pasto, en un arrebol infinito de luz.
Por ese don que la tierra te otorgó, que tú trabajaste con la pasión del alfarero, para aglutinarla hasta devolverla al hombre hecha amasijo de nutrientes, pastizal de soles, pincelada de un tiempo en movimiento que se detiene en el infinito de una tela, lograste el milagro de hacerte eterno. Mediante ese acto de magia y creación, que tiene sabor a vida derramada, a sacrificio empeñado, a tenacidad inalterable, has entregado a la humanidad un tesoro que aguarda su tiempo de estallar en sus más hondos y profundos significados.
Apenas la fiesta del color, el trazo de la línea, la textura del material, ha sorprendido los ojos. Pero cuánta palabra-pastel, testimonio-óleo, expediente-lienzo, falta por aprehender. Tu voz de hombre enamorado de la vida, tu gramática de combatiente por la causa de la humanidad, tu párrafo-semillero de ideas inéditas, argumentos contundentes aún no ha alcanzado los confines del viento.
Mateo, tú te sales siempre de las galerías, de los corredores donde fijan tus cuadros, de los espacios donde se estacionan tus murales. Te vas a la vastedad de los cielos abiertos y al interior del corazón del hombre, con una explosión de sentimientos que van desde el abecedario de la tierra hasta los nacimientos de los ríos que descienden sobre los paisajes con su equipaje de cristales maravillosos y guijarros de rocío, describiendo geometrías de naranja-atardecer y de verdes-mediodías, que toman por asalto el ocre-arcilla de los adobes con los que el hombre mañana construirá su casa de agua.
Para reconocerte hay que despojarse de los artificios eruditos de los conocedores de oficio y del grafito que recoge los adjetivos de las reseñas que hablan de las parcelas del arte. Hay que verte con el corazón, para que fluya como un torrente sanguíneo tu mensaje de sueños, tu testimonio de amor, tu labor artesana con la que absorbes los paisajes para devolverlos palabras de colores, papagayos encendidos, veleros que surcan deltas, hondonadas y valles donde el hombre recobra su dimensión de asombro, de ternura y de rebeldía.
Por eso, Mateo, para asomarnos a tu universo centelleante, tenemos que hacerlo desde el territorio donde la vida tiene su reino. No desde los lugares amurallados donde se concentra la inhumanidad de un hombre que aún no alcanza su dimensión de creador, de mago de la alegría.
Algún día se acallarán las máquinas de muerte, dejarán de esparcirse las telas que sólo sirven para amortajar, se cerrarán los agujeros abiertos para recibir sepulturas. Entonces se desplegarán tus lienzos con la fuerza del viento. Mientras, tus obras tienen la magia de situarnos frente a lo que podremos ser. Y en ese lugar se reconstruye la esperanza, se hace expedita la alegría, se anuncia el porvenir.
Por eso hoy, que es día de tu cumpleaños, celebramos tu cosecha de crepúsculos, tu aluvión de texturas, tu testimonio de brasas, porque en el diminuto espacio de la vida que nos toca, todavía podemos desplegar el arte del abrazo, el vendaval de la risa, el troquel de la palabra que se engasta en los atardeceres para dibujarte un homenaje de lluvia.
Mery
18 de octubre del 2000
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