sábado, octubre 26, 2013

RAÚL SEGNINI - TODO POETA






Raúl Segnini es un poeta de aquellos que surgen cada cierto tiempo para dejar testimonio de una palabra única. Pero como suele ocurrir, cuando la palabra trasciende los ruidos metálicos de las griterías sordas, lejos de gravitar en los arpegios del viento, encuentra su hospedaje en el silencio. En ese Otro silencio (Caracas, CPT-UCV, 1996, 98 p.), que se construye el poeta, y en aquel que se levanta para amurallar los destellos que se escancian en su interior.

De allí que sus versos sean casi clandestinos, subrepticios, silentes. Sólo que la terca persistencia de quienes conocimos la materia exacta de que estaba hecho este poeta, y fuimos tocados por el ardiente acantilado de su diáspora, regresamos cada octubre de su encantamiento, a sembrar de nuevo en las especies del corazón, el canto apesadumbrado de una ternura que sin piedad nos nombra y nos designa en ‘la abertura herida de la tierra’.


Dejamos aquí otra muestra de su decir, para festejarlo en este otro octubre de su nacimiento.


TODO POETA

Todo poeta ha tenido un remanso de agua luna
en el solar de la vecina y un naciente entre la montaña.
Ha comenzado un pozo solitario y embrujado
en los juncos suaves de su ambiente al frente del paraíso.

Todo poeta ha tenido su capilla escondida
y ha pedido lumbre para la oscuridad.
Vela para su mano y diosas desnudas en el capillar.
Rezos para que no llueva y manto tibio para la piel.
Ha pedido regazo para su grieta y abandono para la pena.
Ha tenido aguamanil para sus manos
y rostros alucinados para el martirio.
Ha tenido muerte en el cementerio y vida muerte en el disparo.
Todo poeta ha tenido enredaderas de cundeamor en el monte
y alas rompiendo linderos no construidos.
Ha tenido alfabetos para atrapar arcoiris en la tarde
y agua lluvia cerca del sol.
Todo poeta busca su rostro en el rastro de la mujer deseada
Y pensamientos guardados en la pimpina de los abuelos,
tinajero viejo en la esquina de su casa
y un helecho fresco donde existieron esporas
silenciosas.

A final, todo poeta tiene una palabra
disparada hacia la piel sin fronteras,
y ha gritado llanto con lágrimas que han de secar.



EL OTRO SILENCIO
Caracas, CPT-CEHA-UCV, 1996.

Este veintisiete de octubre cumple años de poesía, ternura y amor, Raúl Segnini.  Aunque se haya escapado entre los espacios poblados de silencio que él mismo construyó desde su rostro melancólico de niño, su abrazo perdura entre nosotros y lo seguimos festejando y celebrando como si estuviera aquí enarbolando sus auroras, replegando su sonrisa, esparciendo lecciones permanentes de vida.
Un 1º de febrero de 1998, ascendió hacia los alfabetos que atrapan los arcoiris, para cumplir sus deberes de ternura en los acantilados de las nubes. Pero regresa cada octubre y nosotros lo esperamos alegres, para que nos cuente sus travesías y andanzas, sus hallazgos y amores, y hasta que no llenamos nuestras alforjas otra vez de su mirar de neblina, su estatura de páramo y su enamorada asimetría, no lo dejamos ir.  Con sus palabras hacemos una honda que dispara polen de azahares al porvenir.

Raúl nació en Maracay, (Estado Aragua, Venezuela) en 1940, a las puertas del Barrio El Carmen, pero un buen día la aventura lo llevó desde los valles de caña dulce hasta los páramos merideños, a desgajar su pasión pòr ser maestro, educador , fiel a la fuerza de la palabra como forjadora de conciencia, voluntades, compromisos con la vida y la sociedad. Corrían los años del enfrentamiento violento de la década de los sesenta. El poeta se graduó en 1966 y los rituales académicos lo llevaron a hacer estudios de postgrado en los Estados Unidos. Su corazón de niño le vino a estallar en esas tierras para ser conducido a los corredores blancos de un hospital ascéptico, que le rasgó el pecho para injertarle plásticos y catéteres. 

Regresó  armado de una ciencia sobre la que cada vez se preguntaba más y un título de doctor que jamás utilizó. Volvió a sus predios andinos a hacer residencia en San Cristóbal. En el nucleo de la ULA prosigue su andar como docente, investigador y poeta de la vida que no de libros. Llegó a ocupar el vice-rectorado academico, empeñado como estaba en hacer del espacio universitario un lugar para la creación de ideas y la formación del individuo.


Su vivir fue de un silencio de palabra, pero no de los signos que siguieron deletreando versos en todos los instantes de su difícil vivir.  Por eso el trabajo para reunir su poesía fue laborioso. Más una respuesta a la insistencia que otra cosa. Nos empeñamos en esta tarea porque queríamos que antes que su corazón fatigado dejara de saludar el silencio, pudiera tener en sus manos y exhibir a la vida su mensaje de y la magnífica existencia.

De tiempo en tiempo nos entregaba ‘otro papel’, como llamaba a sus poemas. Un día dijo, terminantemente que ya estaba cansado de buscar y que con eso era suficiente. Sabíamos que habían quedado prendidas de anaqueles, olvidadas palabras del silencio que no podríamos rescatar. Por eso aceptamos su decisión y procedimos a publicar el libro.

El otro silencio salió de la imprenta en julio de 1996. Un poeta de un solo libro, que deja para la trascendencia abordajes asombrosos, enlaces inéditos, composiciones de sustantivos con tenacidad y fuerza de verbos. Para ese tiempo, Raúl, por paradojas de la vida, estaba de senador de la república por el Estado Táchira. Unos amigos de la Causa R le pidieron que les permitieran ponerlo en la lista de candidatos con el objeto de llenar una formalidad. Para sorpresa de todos, el silencioso poeta se convirtió en silencioso senador. Fue a aquel circo a vivir una experiencia única. A observar –nos decía- la miseria política en su más alta expresión. Un día dejó la bancada para recluirse en su casa de San Cristóbal. Su corazón no daba más y abría cauces hacia el silencio definitivo.

El 31 de enero se refugió en los territorios donde no llegan las señales de sonidos ni de signos. Se marchó de la misma manera silenciosa como había vivido. Pero quedaron sembradas sus palabras en el interior de los sentimientos que no se extinguen y cuyas expresiones escritas se recogieron en su único libro: El otro silencio. Caracas, CPT/UCV, 1996.

Dice Raúl: “¿El sacrificio valoró la pena para ritual de cantos? No sé. Estoy hecho para las noches, para la soledad de mis cosas y para seguir rompiendo mi nuevo ritual descendiendo en el calendario oficial de mis trampas. ¿Habrá cálculos en los 20 años fabricando mis ritos con sus nombres no llamados? Posiblemente: cuatro ritos mágicos están amarrados a la furia y a un sueño ligado a mis palabras como santuarios. Toda palabra tiene la muerte en la vida, toda fuga y contrafuga esconde la historia. En mis palabras está zozobrando la vida.” Y allí está la razón de su silencio que él convirtió, a través del santuario de sus ritos, en un canto donde zozobra la muerte.

Ese día de febrero en que nos tocó sembrarlo en los confines de su silencio mayor, dijimos: “Vinimos a enhebrarnos en tu ternura de niño para viajar contigo a los parajes donde un imán de rosas tiñe el crepúsculo de telarañas de oro, donde se dibuja la franja de duraznos en amarillo, y la luz trigal de una mañana eterna se abre como un pétalo de amor para recibirte. 

Vinimos a nutrirnos del río vital de tu silencio, para reconstruir las palabras donde vivirás para siempre, asomado al paisaje de un tablero hecho de hierbas, por donde galopan caballos sin jaque ni rey. Vinimos a sorber como gajitos de mandarina, esa estela de sueños que dejaste esparcidos por los corredores del alma, como una ofrenda a la vida. Vinimos a contar tu historia como una fábula que se queda grabada en la sonrisa de un niño, donde no hubo episodios heroicos, ni grandes batallas, sino el trayecto de una hazaña poética que, como una pirámide invertida, trazó la pauta del sufrimiento como un pozo sin rocío, un pozo sin silencio, un pozo de corazón reventado, para luego dispararse como una saeta en dirección a la luz.

Estamos en deuda con Raúl. Pero no para reconocimientos oficiales, sino con la lección de ternura, el alborozo de adverbios, el hondo sentido de ese silencio, que se desliza entre los versos, como fraguando cada palabra, para que se instale en el corazón del hombre, como un alfabeto para atrapar arcoiris en las tardes.

mery sananes



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