es mucho más que un desorden de
hojas disparadas al viento
En ese juego fugaz entre la savia que no
alcanza la nervadura del envés y el ocre
y amarillo que desplaza la lengua clorofila
está encriptado un libro de decires
un concierto para juglares desterrados
y un atril para sinfonías inconclusas
Y no hay manera de descifrarlo ni con
el instrumento de disección del entomólogo
ni con la curiosidad vegetal del botánico
Es un teorema de raíces más profundas
que invitan a recorrer sus brebajes a sabiendas
de que nada sabremos mientras aún
los ojos niños de las esporas no deletreen
el canto del aire
Misterio del espacio que en la hoja se
disputa el territorio del verde y del naranja
que en el tronco se debate entre el frescor
de una espiral en plena reproducción
y una corteza quebrada en pliegues que
tienen aroma de leño de incienso y de fuego
Qué pupila logrará seguirle el hilo al musgo
que se arremolina sobre los pantanos
para servir de hospedaje a noches húmedas
en las que la elocuencia del silencio
le dibujará pasadizos a los charcos
hasta que las gotas asciendan a su
territorio de nubes para guarecerse
en los cielos que aún buscan el azul
Qué dedos escribirán el epitafio de una hoja
que se quedó para siempre inscrita
en el pómulo izquierdo de un corazón
suspendido
Qué adagio soñará este otoño hasta depositarlo
como un tesoro único e irrepetible en las cuerdas de un cello melancólico para que desde la resonancia de sus maderos se derrame el crescendo de una primavera de pájaros enloquecidos ante la alegría malva de los atardeceres de abril
texto y foto / mery sananess
Jacqueline Du Pres / Adagio del Concierto para cello de Elgar
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