viernes, marzo 06, 2009

ESE JUEGO PRIMOROSO ENTRE VENUS Y LA LUNA


Foto MS

Venus y Luna en creciente 
Credit & Copyright: Drew Sullivan (Ancient Starlight)



Tal vez uno de los espectáculos más hermosos que se pueden contemplar en las noches de los cielos, sea ese juego primoroso que a través de las edades y los tiempos, en todas sus lecturas, entabla la luna con Venus. Lenguaje sideral que establece una armonía entre los seres cósmicos, dibujando en los territorios celestes una travesía tan certera como la ley de gravedad. 

Y nosotros somos, nada más y nada menos,  que los portadores de las pupilas que pueden asomarse a las ventanas abiertas de las noches para grabar esas imágenes en la memoria como un paisaje que nos pertenece.  Pero ¿en verdad logramos comprender la dimensión de ese encuentro, el significado mayor de esa visión? 

Los astrónomos y especialistas leen las distancias de acercamiento y alejamiento, determinan las velocidades, los años luz, el momento en que habrán de estar más cerca y dan las explicaciones científicas de ambos astros. Un planeta de nuestro sistema solar y una luna única que derrama su luminosidad o sus menguantes sobre este planeta de tantas oscuridades.

Nosotros, sin embargo, desde el mirador de la tierra, somos espectadores inéditos de esa magia. 

En cada uno, ese encantamiento produce una señal, un código, una clave para entender lo que somos, en la totalidad de un universo que ni siquiera podemos imaginar en su majestuosidad y la perfección asimétrica de sus leyes.

En nuestra diminuta dimensión, pertenecemos a él, como pertenece la gota de lluvia al caudal de los mares, o la invisible bacteria a la cadena de la vida. 

Sólo que, ocupados como estamos, en cuestiones de muerte que no de vida, no logramos conectarnos a esa esfera que nos otorga una unicidad, un privilegio, un estado de consciencia y de eternidad, que bastaría por si solo como fuerza para recomponer este mundo atrapado entre sus mayores malignidades. 

Detenerse a ver ese espectáculo cada luna nueva, esa danza amorosa entre el planeta gigante y la luna pequeñita, ese juego de resplandores que como espejos toman para sí para regalárselo a los ojos de los niños, es algo que no deberíamos dejar pasar inadvertido jamás.

Allí hay un lenguaje, un abecedario que debemos aprender, que se escribe con luz, que se lee con ternura, que habla a través del inconmensurable latido de un corazón que arropa la vida en toda su magnitud.

Cuando giramos hacia los cielos, se nos apiña la infancia en el suspiro, y somos capaces de remontar barreras y cercas de todo signo, para junto al hermano, que habita con nosotros aquí en este vasto lugar de milagros, redefinir la vida como una trascendencia sin límites, y un obligado trayecto de amor.

mery sananes
06 de marzo del 2009

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