"Qué alegría me das en este día que algunos designan de
los inocentes. ¿Se darán cuenta quienes así lo llaman, que tal vez éste sea el
único día en que nos ponemos en guardia contra las vivezas de los otros? Porque los otros 364, solemos ser tan
inocentes que ni siquiera cuenta nos damos que somos objeto de todo tipo de
intercambio, trueque o negociación.
Y arribar a tu pensión en un día como hoy le da más
alas a mi ilusión, porque ¿acaso ulises y el quijote no fueron dos ilusos
mayores navegando en aguas sembradas de molinos de viento que resonaban en su
corazón como dulces sirenas? ¿Y nuestro dulce quijote acaso no creyó que las
inmensas tierras por las que navegaba con sancho eran los mares que inventaba
su ilusión gigante, en los que vadeaba firme con su escudo, su bacín y su
lanza?
Se me da por creer, Alberto, que ese barbero que le
cedió su instrumento de trabajo a nuestro caballero de la mancha, vive en tu
pensión. Y tal vez haga posada en ella en algunos días del año la mismísima
dulcinea. Y tengo la firme convicción de que en una habitación de hermosa
simpleza, penélope aguarda tejiéndole a todos los otros compañeros de
residencia hermosos abrigos para los días de frío.
Y tú, Alberto, en tu maravillosa inocencia, me has
concedido posada aún sin conocerme. Y como siempre he creído que a los seres no
se les conoce por sus haberes sino por el tamaño de sus sonrisas, por la
dimensión de sus pupilas abiertas como las que tienen los niños, antes de que
alguien los arranque del regazo de su madre, del solar donde aprenden a leer la
escritura de las mariposas, de las
calles del barrio donde son hijos de todos, me ha conmovido hondamente tu
generosidad.
Y acepto mudarme de inmediato. Llevo matas de sábila,
que curan todos los males, y flores de baile que le regalan a las noches sin
luna la catedral de luz que se derrama de su interior en las madrugadas por la
brevedad de un instante. Algunos atardeceres naranja de esta ciudad que ya se
va quedando sin cielos, el perfil verdiazul de las montañas de donde vengo. Y
mis ganas de aprender y compartir con cada uno de los habitantes de tu hermosa
pensión.
Puedo ayudar a repartir las hojas, a ablandar los
granos, a amasar el pan de maíz, a llenar los alpisteros. Tú me dirás mis
tareas. Creo en el barrio, en las memorias que se construyen en ellos, en las puertas abiertas, en las dulcerías que
se reparten, en las infusiones que recorren las calles para aliviar cualquier
enfermo, en la señora de los gatos, en las abuelas que saben de los secretos
curativos de la granada, en el rubor que
aún no se ha ido del rostro de las muchachas, en las madres que amamantan a sus
hijos, en los contadores de cuentos, en los que llevan la música por dentro, en
el barbero, el panadero, el recolector de sueños, el podador de hierbas, el que lleva en su cabeza un azafate
de empanaditas de risas, en los niños que juegan entre los árboles, con un
cometa hecho de ilusión, en los fogones encendidos y en las mesas servidas de
geranios.
Disculpa, Alberto, tan larga perorata. Tal vez sea mi
alegría desbordada por haber encontrado, en medio de un mundo que va perdiendo
los espacios para la ternura, una posada donde llegar con mis mágicos espejos y
mis embusterías.
Honraré la confianza que se me ha dado. Me has dado un
lugar para seguir cultivando la inocencia.
Un abrazo, mery
28 de diciembre del 2011
Y conmovida como estoy en este diciembre del 2016, le digo a Albert y a mis compañeros de pensión:
Hoy, cinco años después, puedo decir que nunca me fui de ese lugar mágico, que voy y vengo, pero que mi pertenencia a ese lugar sin pertenencias, es permanente. Es mi refugio y de los escasos sitios existentes donde se comparte, se discute, se disiente, se ama, se da y se recibe cobijo, donde nada nos es ajeno de lo que ocurre en el mundo, y donde siempre hay una habitación abierta a quien la requiera.
Sus linderos crecen según las necesidades del que asoma a pedir posada. Y cualquier desavenencia concluye en el bar con un tinto en la mano para brindar por la vida compartida.
Ay! si en este despedazado mundo se multiplicaran las Pensiones Ulises, hace mucho los campos de guerra hubieran dado lugar a huertos, el metal de las armas se hubiese utilizado para fabricar clarinetes y oboes, y el saber habría adquirido la estatura de la escuela de sabiduría popular de Antonio Machado.
En este nuevo diciembre, quiero agradecerles a mis compañeros de posada, a Albert Tugues, este gesto y reiterar que conservo intacta la esperanza de que algún día se harán realidad, los sueños que así se tejen entre conversas y labores. Y que me siento muy alegre y muy honrada de formar parte de esta hermosa Pensión Ulises, de la que no me pienso marchar jamás.
22 de diciembre 2016
2 comentarios:
Hola Mery: posiblemente ahora ya no te haga falta, pero que sepas que en León de España tienes también tu casa. Es pequeña pero tengo más espacio del que necesito. No tengo lujos pero intento que haya siempre dulzura y poesía, y seguramente te encontrarías bien aquí. Sería un honor mostrarte mi ciudad y mi mundo. Un abrazo. Felipe Martínez
Querida Mery.
Acá siempre tendrás reservada habitación (la 2011), con balcón y ventanas al mar.
Albert
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