lunes, abril 18, 2011

JACED - SIEMPRE EL FOGÓN ENCENDIDO



¡Y quién no cultiva una madre
rescata el niño que dejamos ir
y regresa al espacio del fogón
donde se preñan de sueños los
azafates y se cuece para siempre
el pan de la ternura!



Y bien puede
del fogón encendido
a la arepa blancasepia
la irrupción de la canción
en cuerdas de bandolina
para que le cante a la vida
en su fructificación
fragmento a fragmento
en el fuego avivado
abejar las manos
de la madre



Canta un primer gallo bajo el anuncio del alba
y más allá repica otro, y siguen otros concertados
tantos otros en la profundidad de la lejanía
y desde allá como eco se devuelve el mismo repicar
hasta volver al primero que paciente espera
y vuelve a cantar en registro de tenor más alto
su cuello se alarga se encrespan sus plumas
por la fuerza del canto de su onda sonora
y todo el resto del plumaje de su cuerpo
queda ligeramente erizado
suavemente peinado por la brisa tibia
salitrosa, invisible azul con la que saluda el mar
un concierto musical que me ayuda a despertar
y si agudizo el oído puedo oír el rumor del oleaje
que mide aún más la profundidad de la lejanía
empiezo aprender cómo sacudir la melancolía.

Son las cuatro de la madrugada
arriba siempre la luna llena o menguando o nueva
en un cielo cuajado de estrellas que no cesan su invisible goteo
las Pléyades ligeramente a un lado en titileo de luz
Orión al centro con sus brazos exhalando amor
la Cruz al suroeste salutación al hombre pescador
y la Osa con su estrella Polar persistente marcando el rumbo
y allí, noroeste, en oblicua mirada el insistente Venus ante el alba
y bajo este techo enrumbamos al molino para la molienda del maíz
la madre delante con su alta lata de maíz en la cabeza
y otra más pequeña a la cintura ambos manos que se alternan
un conjunto en equilibrio para que no desborde el maíz blanco
atrás el hijo con la carretilla carga dos latas del mismo grano
y su mirada descansando sobre su rítmico andar en desdibujo
la alta lata en su cabeza parece más grande que ella
y bajo el relumbre de la penumbra no sabe quién lleva a quién


Y en el molino él hijo apura el sueño sobre sacos de maíz,
mientras ella atenta, precisa, paciente espera su turno
y a seis de la mañana bajo el insistente Venus ante la aurora
volvíamos a casa con nuestra carga de masa blanca
masa de vida para sostén y el alimento de la esperanza
bajo la vigilia de los gallos ya silenciados por el poniente sol
tantos años ahuecando el mismo camino
de la casa al molino
del molino a la casa
tantas “navidades” tantos “años nuevos” en la misma noria
pero sosteniendo el mismo sueño para que siga viva la esperanza
y aquél ranchito de ardiente fogón donde hundía su vida
y sus manos se convertían en un abejar de apetitosas arepas
panal de arepas blancas ligeramente sepias listas para la venta
venta de la arepa
venta de la propia vida
pero enhiesta la esperanza
como llama de lámpara de kerosén encendida sobre viento marino
un vivir que se va entregando a cuotas
en una sociedad de compra y venta
pero por encima de todo en alto su risa

Y así la mujer se hizo madre
el niño se hizo hijo
la vida de la madre en el hijo
la vida del hijo en la madre
y pensar cuantas madres
cuantos hijos
cuanta vida
cuanta humanidad que puebla la Tierra

Y de su entraña habrá de irrumpir el grito sin estopa
para romper el círculo como volcán que vomita lava:
paren la noria!
entonces, el alba seguida de la aurora al son de cantos de gallos
nuevo despertar del hombre para que haga fructificar la esperanza
reemprender el abejar de manos en el fogón encendido de brasas
y nuevamente volver a hornear el pan que alcance a todos
y de ese hacer de pan la resurrección de la condición humana
la risa de la madre en lámpara mayor para alumbrar aquél camino
y el hombre en nueva jornada para construir al humano
en una sociedad de hermanos
un vivir en cada amanecer
entre ponientes y ocasos de sol
y en una sola geometría
hijo y madre en amor eterno

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