SAINT JOHN PERSE
viernes, mayo 30, 2014
LA LÁMPARA DE ARCILLA
LA LÁMPARA DE ARCILLA
SAINT-JOHN
PERSE
31-05-1887 / 20-09-1975
A más de cinco décadas del discurso que
diera Saint John Perse, en Estocolmo, al recibir el Premio Nobel de Literatura,
el 10 de diciembre de 1960, su texto tiene más vigencia que nunca. Su examen de la
poesía y de la ciencia, su visión del mundo que debe ser y de la función del
poeta y el científico en esa tarea de construir la vida, es en verdad
trascendental.
Constituye un documento que debe ser leído por científicos y poetas, pero sobre
todo por ese ciudadano común capaz de producir cotidianamente, aún sin saberlo,
‘pensamientos desinteresados’, en otras palabras, poesía en palabra y acción.
Pero más aún, ese hombre común con frecuencia ejerce de manera espontánea esa
fusión de lo lógico con lo intuitivo, que lo lleva a desarrollar una sabiduría
y a ejercer una solidaridad, que lleva lo poético y lo científico, precisamente
al plano del vivir.
De allí que Saint John Perse afirme que ‘toda creación del espíritu es ante
todo poética, en el sentido propio de la palabra’. Aquí Perse toca la raíz del
problema. El hombre es en esencia un poeta. Que el desarrollo de la vida
material le haya cortado sus alas, desgarrado su intuición, sustituido su
sabiduría por contabilidades que dan cuenta de todo menos de su vivir, es otra
cuestión, de la cual no puede estar ajeno ni el poeta ni el científico.
‘Hija del asombro’ la nombra Perse, Como el niño cuando adviene a la luz solar
desde la residencia acuática de la madre. En sus pupilas está toda la poesía y
la ciencia del universo, atrapada entre lagrimitas resplandecientes.
Sólo que luego decidimos vendarle los ojos, atarle las manos, detener sus ganas
de conocer y saber, descubrir y moldear, anticipar y crear. Lo convertimos en
un adulto, sin ciencia ni poesía.
Pero, como dice el Premio Nóbel: “la poesía es ante todo un modo de vida, y de
vida integral’. Y ni las hambrunas, ni las guerras, ni las masacres, ni las
extinciones decretadas, podrán borrar esa parte ‘irreductible’ del hombre.
“¡Altivez del hombre en marcha bajo su carga de eternidad! Altivez del hombre
en marcha bajo su carga de humanidad –cuando para él se abre un nuevo
humanismo-, de universalidad real y de integridad psíquica”..., exclama el
poeta.
Y allí en ese mandato está la labor y la tarea del científico y del poeta, en
este tiempo de oscuridades. Por eso dice: “El verdadero drama del siglo está en
la distancia que dejamos crecer entre el hombre temporal y el hombre
intemporal.” ¿Lograremos cerrar esa brecha, rescatar la esencia de una
humanidad que no ha podido desarrollarse aún?
Con Perse decimos: se trata de “asociar, en fin, más ampliamente el alma
colectiva con la circulación de la energía espiritual en el mundo... Frente a
la energía nuclear, la lámpara de arcilla del poeta ¿bastará para este fin?
–Sí, si de la arcilla se acuerda el hombre.”
De la arcilla provenimos, de la piedra que se vuelve guijarro en su tránsito
por los ríos, de la raíz que se convierte en fruto, de la brisa que garantiza
la especie floral, de la pupila diminuta del niño que refleja en su iris la
estructura estelar del universo. De allí viene nuestra infinita capacidad para
crear, nombrar, construir, ‘sí de la arcilla nos acordamos’, si no olvidamos
quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Por todo ello recomendamos esta lectura. Pero más que para convertirnos en simples
lectores, invitamos a ejercer a plenitud aquello a lo cual convoca: extraer esa
sabiduría y esa poesía que está en el interior de cada quien, aguardando su
tiempo, su espacio y circunstancia para correr libre hacia el otro, que es su
hermano, en un tiempo y una sociedad que logre, al fin, sustituir la muerte,
por los fulgores del alma humana, en funciones de vida plena y trascendente. mery
sananes
SAINT JOHN PERSE
TEXTO COMPLETO DEL DISCURSO
La poesía no recibe honores a menudo.
Pareciera que la disociación entre la obra poética y la actividad de una
sociedad sometida a las servidumbres materiales fuera en aumento. Apartamiento
aceptado, pero no perseguido por el poeta, y que existiría también para el
sabio si no mediasen las aplicaciones práctica de la ciencia.
Pero ya se trate del sabio o del poeta, lo
que aquí pretende honrarse es el pensamiento desinteresado. Que aquí, por lo
menos, no sean ya considerados como hermanos enemigos. Pues ambos plantean
idéntica interrogante al borde de un común abismo; y sólo los modos de
investigación difieren.
Cuando consideramos el drama de la ciencia moderna que descubre sus límites
racionales hasta en lo absoluto matemático; cuando vemos, en la física, que dos
grandes doctrinas fundamentales plantean, una, un principio general de
relatividad, otra, un principio ‘cuántico’ de incertidumbre y de indeterminismo
que limitaría para siempre la exactitud misma de las medidas físicas; cuando
hemos oído que el más grande innovador científico de este siglo, iniciador de
la cosmología moderna y garante de la más vasta síntesis intelectual en
términos de ecuaciones, invocaba la intuición para que socorriese a lo racional
y proclamaba que ‘la imaginación es el verdadero terreno de la germinación
científica’, y hasta reclamaba para el científico de los beneficios de una
verdadera ‘visión artística’, ¿no tenemos derecho a considerar que el
instrumento poético es tan legítimo como el instrumento lógico?
En verdad, toda creación del espíritu es,
ante todo, ‘poética’, en el sentido propio de la palabra. Y en la equivalencia
de las formas sensibles y espirituales, inicialmente se ejerce una misma
función para la empresa del sabio y para la del poeta. Entre el pensamiento
discursivo y la elipse poética ¿cuál de las dos va o viene de más lejos? Y de
esa noche original en que andan a tientas dos ciegos de nacimiento, el uno
guiado con el instrumental científico, el otro asistido solamente por las
fulguraciones de la intuición. ¿Cuál es el que sale a flote más pronto y más
cargado de breve fosforescencia? Poco importa la respuesta. El misterio es
común. La gran aventura del espíritu poético no es inferior en nada a las
grandes entradas dramáticas de la ciencia moderna.
Algunos astrónomos ha podido perder el
juicio ante la teoría de un universo en expansión: no hay menos expansión en el
infinito moral del hombre: ese universo. Por lejos que la ciencia haga
retroceder sus fronteras, en toda la extensión del arco de esas fronteras se
oirá correr todavía la jauría cazadora del poeta. Pues si la poesía no es, como
se ha dicho, ‘lo real absoluto’, es por cierto la codicia más cercana y la más
cercana aprehensión en ese límite extremo de complicidad en que lo real en el
poema parece informarse a sí mismo.
Por el pensamiento analógico y simbólico, por la iluminación lejana de la
imagen mediadora y por el juego de sus correspondencias, en miles de cadenas de
reacciones y de asociaciones extrañas, merced, finalmente, a un lenguaje al que
se trasmite el movimiento mismo del ser, el poeta se inviste de una
superrealidad que no puede ser la de la ciencia. ¿Puede existir en el hombre
una dialéctica más sobrecogedora y que comprometa más al hombre?
Cuando los filósofos mismos abandonan el
umbral metafísico, acude al poeta para relevar al metafísico; y es entonces la
poesía, no la filosofía, la que se revela como la verdadera ‘hija del asombro’,
según la expresión del filósofo antiguo para quien la poesía fue asaz
sospechosa.
Pero más que modo de conocimiento, la poesía es, ante todo, un modo de vida, y
de vida integral. El poeta existía en el hombre de las cavernas; existirá en el
hombre de las edades atómicas; porque es parte irreductible del hombre. De la
exigencia poética, que es exigencia espiritual, han nacido las religiones
mismas, y por la gracia poética la chispa de lo divino vive para siempre en el
sílex humano.
Cuando las mitologías se desmoronan, lo
divino encuentra en la poesía su refugio; aun tal vez su relevo. Y hasta en el
orden social y en lo inmediatamente humano, cuando las Portadoras de pan del
antiguo cortejo dan paso a las Portadoras de antorchas, en la imaginación
poética se enciende todavía la alta pasión de los pueblos en busca de claridad.
¡Altivez del hombre en marcha bajo su carga de eternidad! Altivez del hombre en
marcha bajo su carga de humanidad –cuando para él se abre un nuevo humanismo-,
de universalidad real y de integridad psíquica... Fiel a su oficio, que es el
profundizar el misterio mismo del hombre, la poesía moderna se interna en una
empresa cuya finalidad es perseguir la plena integración del hombre. No hay
nada pítico en esta poesía. Tampoco nada puramente estético. No es arte de
embalsamador ni de decorador. No cría perlas de cultivo ni comercia con
simulacros ni emblemas, y no podría contentarse con ninguna fiesta musical.
Traba alianza en su camino con la belleza
–suprema alianza-, pero no hace de ella su fin ni su único alimento. Negándose
a disociar el arte de la vida, y el amor del conocimiento, es acción, es
pasión, es poder y es renovación que siempre desplaza los lindes. El amor es su
hogar, la insumisión su ley, y su lugar está siempre en la anticipación. Nunca
quiere ser ausencia n rechazo.
Nada espera sin embargo de las ventajas del siglo. Atada a su propio destino y
libre de toda ideología, se reconoce igual a la vida misma, que nada tiene que
justificar de sí misma. Y con un mismo abrazo como con un sola y grande estrofa
viviente, enlaza al presente todo el pasado y lo por venir, lo humano con lo
sobrehumano y todo el espacio planetario con el espacio universal.
La oscuridad que se le reprocha no viene
de su naturaleza propia, que es la de esclarecer, sino de la noche misma que
explora, a la que está consagrada a explorar: la del alma misma y la de
misterio que baña al ser humano. Su expresión se ha prohibido siempre la
oscuridad y esa expresión no es menos exigente que la de la ciencia.
Así, por su adhesión total a lo que existe, el poeta nos enlaza con la
permanencia y la unidad del ser. Y su lección es de optimismo Para él una misma
ley de armonía rige el mundo entero de las cosas. Nada puede ocurrir en ella
que, por naturaleza, sobrepuje los límites del hombre. Los peores trastornos de
la historia no son sino ritmos de la estaciones en un más vasto ciclo de
encadenamiento y de renovaciones.
Y las Furias que atraviesan el escenario,
con la antorcha en alto, no iluminan sino un instante del muy largo tema que
sigue su curso. Las civilizaciones que maduran no mueren de los tormentos de un
otoño; no hacen sino transformarse. Sólo la inercia es amenaza. Poeta es aquel
que rompe, para nosotros, la costumbre.
Y es así también como el poeta se encuentra ligado, a pesar de él, al acontecer
histórico. Y nada le es extraño en el drama de su tiempo. ¡Que diga a todos,
claramente, el gusto de vivir este tiempo fuerte! Pues la hora es grande y
nueva parar recobrarse de nuevo. ¿Y a quién le cederíamos, pues, el honor de
nuestro tiempo?....
‘No tema’, dice la Historia, quitándose un día la máscara de violencia y
haciendo con la mano levantada ese ademán conciliador de la Divinidad asiática
en el momento más fuerte de su danza destructora. ‘No temas, ni dudes, pues la
duda es estéril y el temor servil. Escucha más bien ese latido rítmico que mi
mano en alto imprime, renovadora, a la gran frase humana siempre en vías de
creación. No es verdad que la vida pueda renegar de sí misma.
Nada viviente procede de la nada, ni de la
nada se enamora. Pero tampoco nada guarda forma ni medida bajo el incesante
aflujo del Ser. La tragedia no finca en la metamorfosis misma. El verdadero
drama del siglo está en la distancia que dejamos crecer entre el hombre
temporal y el hombre intemporal. El hombre iluminado sobre una vertiente ¿irá
acaso a oscurecerse en la otra? Y su maduración forzada, en una comunidad sin
comunión, ¿no sería quizá una falsa madurez?
Al poeta indiviso tócale atestiguar entre nosotros la doble vocación del
hombre. Y esto es alzar ante el espíritu un espejo más sensible a sus
posibilidades espirituales. Es evocar en el siglo mismo una condición humana
más digna del hombre original. Es asociar, en fin, más ampliamente el alma
colectiva con la circulación de la energía espiritual en el mundo... Frente a
la energía nuclear, la lámpara de arcilla del poeta ¿bastará para este fin?
–Sí, si de la arcilla se acuerda el hombre.
Y ya es bastante, para el poeta, ser la mala conciencia de su tiempo.*
Discurso de recepción del Premio Nobel, presentado el 10 de diciembre de 1960, otorgado a Saint John Perse.
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