UNA CARTA PARA
IRMA ROJAS LUYANO
Irma
La penúltima
vez que hablamos, al despedirme, te dije que había aprendido a quererte mucho,
mucho, muchísimo y que estaba y estaría por siempre contigo dondequiera que
estuvieras. Y tu respuesta fue concreta e inmediata: usted sabe que yo también
los quiero mucho a todos ustedes.
Y ayer, en el acto de tu velatorio, mientras te veía y sentía al lado de doña Julia, tu madre, te repetí mi mensaje en silencio, el mismo que hoy dejo escrito para que lo conozca hasta el cielo. Porque ya haber conocido una persona con tus valores es un privilegio. Tu dulzura, capacidad de comprensión, entrega al prójimo, amor por todos y para todos siempre ha estado y seguirá presente.
Y a la hora de dejar un ejemplo y huella personal, asumes la posición y condición de los seres superiores que asoman claridad, seguridad, esperanza firme y rigor en su empeño y deseo de vivir, no como simple necesidad individual, sino como querencia para poder acompañar, estar y darle tu guía y abrazo amoroso a todos los tuyos y a los asomados a tu regazo.
Y ese empeño y
convicción de lucha por el vivir lo dejabas establecido con toda firmeza por
encima de tu difícil cuadro clínico y padecimientos que nadie puede conocer,
con lógica y saberes, como los soslayabas, como los ponías a un lado y te
llevaba a manifestar claramente estas palabras: Yo me voy a morir cuando Dios quiera y no cuando lo
diga algún médico.
De allí
sacabas fuerzas para tu resistencia, para apegarte más a tu gente que tanto y
tanto te necesita. Pero llegó el momento de acogerte y atender a lo que entiendes
como llamado divino. Momento también en
que los tuyos, entre quienes nos contamos, debemos entender con alegría tu
decisión, acompañarte en la misma y rescatar y mantener en alto el ejemplo del inmenso vivir que nos
deja la abuela.
Ayer me decía
Miguel, desde su muy chiquita infancia, que la abuela se iba para la tierra
pero que él la va a ver desde aquí. Ojalá y todos nos copiemos de esa inocente
captación creadora y alegre del vivir. La abuela no está desaparecida. Y si así
lo sientes y vives tienes que hacer lo de Miguelito: verla, tenerla,
disfrutarla, comunicarte con ella y amarla por siempre.
Y yo que no he
aprendido y difícilmente aprenderé a decir adiós, te digo y repito Irma: ¡Seguiremos contigo y queriéndote mucho,
mucho, muchísimo!
Agustín Blanco
Muñoz
15 de julio
2022
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