miércoles, mayo 15, 2013
ROSINA VALCÁRCEL - JAVIER HERAUD: AÚN ES TIEMPO DE RECUPERAR LA PRIMAVERA
Rosina Valcárcel
Javier Heraud
La década del ‘60 se bautiza con un suceso cultural de gran
significación: El viaje de Javier Heraud, poemario que alcanza el primer lugar,
conjuntamente con Poemas bajo tierra de César Calvo en el concurso El Poeta
Joven del Perú, convocado por la revista Cuadernos Trimestrales de Poesía de
Trujillo. En 1961 escribe Estación reunida. En 1963, con el seudónimo del El
Leñador, obtiene póstumamente el primer premio de poesía en los Juegos Florales
convocados por la Federación Universitaria de San Marcos. El jurados lo
integraron Javier Sologuren, Washington Delgado, Gustavo Valcárcel, Edgardo
Perez Luna y Arturo Corcuera.
El 15 de mayo se cumplirá un aniversario
más del asesinato de nuestro Javier (1963).
¿Quién es este bardo joven que encandila
con su poesía de versos breves y abundantes verbos? Sin saberlo, con
delectación de artista, Javier moldea un estilo que trata de acercarse al
ambiente de la época. Sus vocablos fértiles denotan eso y, cuando intuye la
miseria, la imposibilidad del lenguaje para aprehender tanta vida, el poeta
exclama:
Ah embarcación tonta / y muerta / nada
pude hacer contigo / sólo destruirte para siempre.
¡Qué cercano a Rimbaud!, quien –joven
como él-, descubrió la ambigua omnipotencia del lenguaje. Sin embargo, Javier
consciente de su historicidad, habitante de una "nación en formación"
va más allá erigiéndose pregonero de la solidaridad humana. Por ello "su
viaje" culmina en el reencuentro del hombre con su tierra y el resto de
los humanos.
Miraflorino, nace a las tres de la mañana
del 19 de enero de 1942. Su infancia –ese enorme caudal subjetivo que todos
sobrellevamos- transita en el seno de una familia de clase media, esmerada en
educarlo dentro de una concepción del mundo que parecía quieta y eterna. No
crece infeliz ni desconfiado. Más bien con la seguridad que dispensan una
cultura y ambiente armoniosos. Javier en la adolescencia era realmente un
muchacho citadino. La evocación de su hermana Cecilia, muestra una relación
familiar estable y tierna:
«Solíamos oír música en el viejo radio
de tubos de los años ‘40. En él compartíamos las radionovelas que escuchábamos
a escondidas de nuestro padre o las increíbles aventuras de Poncho Negro ("el
invencible caballero / con su fuerte brazo y noble corazón, / corre el mundo
destruyendo justiciero, / la codicia, la maldad y la traición")...
Gustábamos de la música de la época y
pasábamos horas entrenando pasos de rock. Me parece ver a Javier imitando, en
medio de la sala de la casa, a Elvis Presley o haciéndome pasar en ambicioso
paso entre sus enormes piernas abiertas. Escuchábamos a Bill Halley y sus
cometas o a Javier Pérez Prado y sus mambos (decían que la iglesia excomulgaba
a quienes lo bailaban)... ».
Tuve la suerte de ver a Javier en tres
ocasiones, dos en San Eugenio muy temprano, platicando con mis padres alrededor
de una tacita de café, ahí sólo pude saludarle a lo lejos; no imaginé que
estuvieran hablando de política. Luego el 9 de abril de 1962, en Santa Beatríz,
cuando mi prima Moza Rospigliosi, cumplió 18 años y César Calvo la cortejaba. Asistieron
el autor de Ausencias y retardos; Paco Bendezú, Hernán Cortéz,
Tomás Escajadillo, Javier Heraud y esta alumna escolar, uniformada. Saboreamos
un lonche limeño y una breve conversa. yo me senté a su lado, él me preguntó si
me gustaban las fiestas; no sé porqué se me ocurrió decirle que no; quizá como
gesto adolescente. Javier sonriente y cómplice me confesó que a él tampoco le
agradaban mucho. Por cierto exageró.
También se palpa una intuitiva adhesión
y respeto por los derechos humanos:
"Recuerda que tú nos hiciste
honrados y reclamar la justicia" le escribía a su padre desde Cuba. Este
marco de cariño familiar atraviesa la poesía de Javier, y no es ajeno a su
inclinación por la gesta guerrillera. En su última misiva anota: "Me voy a
la guerra por amor, por amor a mi padre y sus durezas, por amor a mi madre y su
ternura, por amor a mi patria ..."
Esa sensibilidad natural de Javier,
cultivada en el colegio y en su hogar, enervaría en él esas antenas invisibles
que tienen los poetas para otear la vida, y le advertían que
"afuera", en el mundo, algo se estaba derrumbando. Con la huella de
siglos de explotación y oprobio los comuneros de los Andes empezaron a exigir
el derecho a la tierra. La red de dominación rigurosamente estratificada –que
partía desde los grandes intereses internacionales y llegaba hasta el último
indio a través de los hacendados y la burguesía nativa- empezaba a mostrar
evidentes signos de agotamiento. Mientras, Javier escribía: "No derrumben
mi vieja casa ...". Pero los acontecimientos estaban cargados de
violencia.
Desde el destierro, por la dictadura de
Odría, "los poetas del pueblo", en su nueva filiación marxista (antes
aprista) admiten ya, como Schopenhauer, que la historia se revela en toda su
dignidad cuando el hombre ha hecho que estalle en su corazón la voluntad de
poder. Pero estos escritores, fuertemente influidos aún por Vallejo, habían
madurado demasiado para recurrir a la acción (excepción de los exiliados o
perseguidos) y para tocar, con ella, el universo: exigían tan sólo devorarlo
entero y crudo con los ojos de la poesía.
Javier estudiaba Literatura en la
Universidad Católica. Su hermana Cecilia anota: "recibía presiones en casa
para que estudiara Derecho. Al principio acepta, se matricula en la Facultad de
Derecho de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y comienza a frecuentar
la casona del Parque Universitario. Amplía su círculo de amigos poetas con los
que empieza a compartir una serie de actividades. Conoce ahí a Arturo Corcuera,
César Calvo, Mario Razzeto, Reynaldo Naranjo, Pedro Gori, Rodolfo Hinostroza,
Marco Olivera Alcántara".
Y viene el deslumbramiento: la
Revolución Cubana y con ella Fidel, Camilo, el Che. Una necesidad de cambio
estalla en el espíritu de Javier y sus coetáneos se sienten en medio de un
huracán que los empuja cada vez con más fuerza, más allá de sus voluntades. Por
ello sus recitales trascienden el acto poético y se cristalizan en actos
políticos. Un compañero de combate, Pedro Morote, revive:
"Los jóvenes poetas junto con la
dirigencia del FER sanmarquino, estaban a la vanguardia de las movilizaciones
obreras y estudiantiles de aquellos agitados años de las postrimerías del
segundo gobierno de Manuel Prado. Quien esto escribe, recuerda aún a los
poetas, entre ellos a Heraud, Corcuera y Calvo, enfrentados a golpes en el
atrio de la iglesia de San Francisco".
Heraud con una lucidez privilegiada,
(era realmente brillante, había ingresado a la Universidad Católica a los
dieciséis años y con el primer puesto) explora estilo y temas literarios
propios. ¿No es acaso el río la necesidad de afianzar el movimiento, de crecer,
la búsqueda de las nuevas aguas líricas que desemboquen en el canto luminoso? La
soledad y los pasajes fantasmales de Machado, tan caros a Javier, darían paso a
una fiesta de palabras en la que "los árboles cantan con su corazón de
pájaro". Es ahí, por la faz del optimismo que entiende que escribir no es
alejarse de la vida para contemplar desde un mundo en reposo las escenas
platónicas y el arquetipo de la belleza, ni dejarse penetrar por las palabras
desconocidas –como espadas- que nos cercan por detrás, sino es ejercer un
oficio, como bellamente lo señalan estos versos de su Arte Poética:
(...) Pero conforme pasa el tiempo / y
los años se filtran entre las sienes, / la poesía se va haciendo / trabajo de
alfarero, / arcilla que se cuece entre las manos / arcilla que moldean fuegos
rápidos ...
¿Se es lo que se hace? ¿Uno mismo se
puede hacer en esta sociedad donde el trabajo está enajenado? ¿Qué hacer, qué
finalidad elegir hoy?, ¿Y cómo hacerlo, con qué instrumentos? ¿Cuáles son las
relaciones del fin y los medios en una sociedad basada en dominación y
violencia? Estas preguntas, sartreanas por esencia, hallan en Javier la única
respuesta posible: el compromiso ...
Y la poesía es / un relámpago
maravilloso, / una lluvia de palabras silenciosas, / un bosque de latidos y
esperanzas, / el canto de los pueblos oprimidos, / el nuevo canto de los
pueblos liberados ...
A propósito Héctor Béjar, compañero de
armas de Javier, da este testimonio:
"Yo creo que Javier es un caso
extraordinario en el que la poesía y la revolución se entrecruzan con una
fuerza inédita en nuestra historia Javier siguió escribiendo incluso en la
guerrilla (...) Es evidente que también su poesía, acusa una evolución que
desgraciadamente no es muy conocida porque gran número de sus poemas se
perdieron con su muerte. Pero, creo que él, aunque sea difícil decir esto, y
siempre es tan riesgoso decir lo que ha podido pensar –de alguien que ha
muerto–, había decidido ser sobre todo un combatiente, un revolucionario. Esa
era su actitud (...)"
Paralelamente, Julio Dagnino sostiene:
"De La Habana a Bolivia habíamos viajado por diferentes rutas para lograr
nuestra finalidad de entrar armados al país. Con Javier Heraud me vi nuevamente
en La Paz. Nos cruzamos sin dirigirnos la palabra pues viajábamos clandestinos.
Cuando surcábamos el río Chapare, en Cochabamba, nos volvimos a ver; a
propósito de un círculo que se organizó con él, Héctor Béjar, Abraham Lama
("Junco") y yo. En las orillas del río, entre otros puntos, tratamos
sobre el realismo socialista y la presencia canónica de Joyce y Proust. En ese
debate Javier, que era muchos años menor que nosotros, destacó. La forma de
plantear el problema y el desarrollo no esquemático que le dio al papel de la
literatura en el proceso de la revolución socialista fue convincente en el
círculo que se caracterizaba por su posición crítica a los sesgos que entonces
iba tomando el realismo socialista.
Escuchemos, la "Explicación"
de Javier:
Antes hablé del río y las montañas, /
canté al otoño, al invierno, / maldije al verano y a sus ritos. / Hablé, paseé,
pisé otras tierras, / dije paz en Moscú, en plazas, / en calles y puentes. /
Hoy hago otra cosa / (...) Un día conocí a Cuba / conocí su relámpago de furor
(...) Y recordé mi triste patria, mi pueblo amordazado, / sus tristes niños
(...) Triste Perú, dijimos, aún es tiempo, de recuperar la primavera ... Se
acabarán, dijimos, las fiestas / palaciegas para los menos / y las mesas sin
comida / y con hambre.
Cuando treinta balas dum-dum lo
atraviesan, entre pájaros y árboles, Javier hace estallar en mil pedazos la
torre de cristal en la que hubieran deseado seguir refugiados muchos
intelectuales. La época exigía no sólo lugar al incendio con la palabra. Por
ello Javier Heraud se constituye en una respuesta ideológica, cultural y
política frente a la inoperancia del desarrollismo y al fracaso de la burguesía
nacional.
En la carta dirigida a Arturo Corcuera,
desde París, le comenta su lectura de Marx y Lenin y su asombro: él era ya,
antes de revisarlos, "marxista, leninista". Javier nos permite
entender no sólo el rol de la violencia revolucionaria, sino el significado de
la década del sesenta en la historia peruana contemporánea y en la historia
general de nuestro país. Desde su trinchera, él nos muestra, lo que a tientas
sospechábamos: en el Perú, también la poesía –ese bastión inaccesible de la
imaginación-, nunca había sido pura. El más puro de todos, Eguren, estaba lleno
de mundo. Su cercanía a Mariátegui influyó en ello. Y están también Melgar,
Oquendo, Vallejo.
El gesto de Heraud, asumido con plena
responsabilidad y que expresa una adhesión al mito revolucionario de la época,
da un valor histórico a su bella existencia. Lo convierte en el paradigma de la
generación del ‘60. El mérito de Javier es que siendo fruto de su tiempo,
trastrueca su historicidad, influyendo y proyectándose en el continente. Elevando
la escritura, creando canales de expresión inéditos en nuestra literatura,
superando el divorcio entre lo puro y lo social, aperturando la reinserción progresiva
del lenguaje en la historia social. Los límites del lenguaje fueron revisados
por él en el monte. Y aunque Javier cayera, su mensaje, signado por la fe y la
esperanza, ha convulsionado a todos sus contemporáneos.
ROSINA
VALCÁRCEL CARNERO
LIMA-PERÚ,
14, 15 de mayo de 2013 (una vez más)
Etiquetas:
Javier Heraud,
Rosina Valcárcel
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
3 comentarios:
Agradezco la sorpresa grata. Divulgar los textos de otras autoras es noble. Me siento dichosa de poder contar con colegas, amigas escritoras de la talla y calidad de Mery Sananes. Desde Lima, Perú, Rosina Valcárcel.
No conocía a Javier Heraud, aunque si a muchos como él de la década de los 60' que creyeron y hasta se fueron creyendo que había o que hay una violencia revolucionaria, que ahora recuerda la autora. Yo entonces y hoy dudo de eso. Pero lo que me interesa exaltar es el que se haga conocer estos valores de esa gente, equivocada o no, que quedo por los caminos de los varones.
Gregorio Useche
HE Reencontrado mi texto sobre el poeta Javier Heraud en "Embusterías" y me ha conmovido. mi gratitud a la amiga Mery Sananes, abrazos desde Perú. Rosina Valcárcel
Publicar un comentario