lunes, febrero 14, 2011

A DOS MANOS Y UNA ESPERANZA - A MARTHA ARGERICH





A dos manos y una sola esperanza
tecleo las consonantes sobre el papel
en busca de un concierto escrito en el
tono mayor de un campanario

Las corcheas y semicorcheas son vocales
que despliegan sus alas sobre una partitura
que aguarda ser compuesta en el re menor
de las reverberaciones

Y una vertiente de acordes se derrama sobre
la piel de un árbol que aún no ha nacido
dejando en mis dedos un murmullo
de corales silvestres en un mar enfurecido

Y sin embargo no dejan su huella sonora
las palabras sobre el filo de un clavicordio
construido sobre los rizos de un tiempo
inconcluso

ms






Música venida del país del alma, la llamaba Ana Magdalena Bach. En las manos de Martha Argerich, los acordes  consagran de nuevo la esencia de una música que parece recoger el latido del corazón del hombre, derramado sobre un viento gigante, en dirección al centro del universo.

Cada interpretacion tiene una magia, una coloratura, un sonido que la hace única. Martha Argerich escribe la suya con la fuerza y el ímpetu de su propia conmoción. Uno la escucha y no sabe si la obra es una invención que ella hace al momento de sentarse al piano, o si es que recoge lo que está en la partitura y lo rediseña con las pulsaciones de su espíritu.

Lo que sí sabemos es que no es posible escucharla ni a ella ni a Bach, sin que los propios cimientos de nuestro vivir se estremezcan, como si de pronto nos tocara nacer otra vez a la magia y el encantamiento de todo lo que vive.

No volvemos a ser los mismos.  Y en verdad no seríamos otra cosa que esa ascendencia hacia el país del alma, si esos acordes, que están en el interior de uno mismo como un equipaje frugal, los rescatáramos de las células donde se alojan y los hiciéramos danzar en el diario trajinar de nuestros embelesamientos.

Sus manos, que son una verdadera orfebrería sobre el teclado, alcanzan una dulzura indescriptible que es como el si el mar se aquietara a la orilla de las horas y escanciara toda su sal en ellas.

Y cuando la ráfaga del viento hace volar las hojas de los árboles, sus dedos adquieren la fuerza de un alfarero, la vastedad del encantador, la prisa del colibrí.

Y es Martha la maga, ya sea a través de Ravel, Shostakovich, Beethoven o Scarlatti. Lo que nos entrega es purita vida, como un zumo de mandarinas dulces, un intervalo de estrellas, un tiempo de jazmines.

Pero lo más maravilloso de todo es que Martha, en su sencillez, en su absoluta espontaneidad, no es la inescrutable artista que logra lo exclusivo. No. Su ademan nos dice que cada quien puede alcanzar esa dimensión de lo humano, si realmente abre sus ojos a lo que existe, a lo que reverbera en su interior, aguardando su tiempo de ser.

Martha es un regalo que la vida nos obsequia, para hacernos más humanos, más nosotros mismos. Y tal vez entonces podamos convertirnos en resonadores de esa magia y contribuir a gestar el tiempo que se anida en el país del alma.





1 comentario:

Pilar Lucero Ramirez dijo...

Mery: Sublime homenaje realizas hacia la gran maga del piano nuestra queridisima Martha Argerich, un ángel que interpreta como nadie los movimientos del alma, que logra sacar lo más bello y profundo de nuestros espíritus, la música es eso pura esencia, alas eternas que el hombre toma para eternizar el instante. Mery infinitas gracias por compartir este poema con ese don grandioso que Dios te ha otorgado, el don de volcar tus latidos en cada palabra, me quedo con estas palabras que me arrullan el alma: "Y cuando la ráfaga del viento hace volar las hojas de los árboles, sus dedos adquieren la fuerza de un alfarero, la vastedad del encantador, la prisa del colibrí..." Un abrazo enorme y toda mi admiración.