lunes, febrero 28, 2011

ELEGÍA A UN CARDENAL



Cuando llegué por primera a esta casa, en el año 2007, y comencé a recorrer sus jardines y sus paisajes aledaños, lo primero que me recibió fue un cazar de cardenales. No estaban propiamente en la casa, sino en sus alrededores.

Jugaban a columpiarse desde un árbol a otro, con su silbido peculiar. Comencé a observarlos y a comunicarme con ellos.

Ellos sabían que yo seguía sus movimientos y que me deleitaba observando ese juego amoroso de ambos, en los cuales ella y él hacían piruetas y cantos, danzas y escondites para llamarse.

Yo miraba y escuchaba. Silbaba con sus silbos y les hablaba. Y desde que los descubrí, cada día en las mañanas salía a buscarlos. Y ellos estaban allí, jugando a esconderse y a reaparecer. El uno tras el otro.




QUÉ DE CÁNTICOS INVENTAMOS
EN ESOS AMANECERES

Hasta que se hizo habitual su presencia y la mía. Qué de cánticos inventamos en esos amaneceres. Si cuando salía no estaban, caminaba hasta encontrarlos entre los árboles cercanos. Y cuando daba con ellos nos pasábamos el informe del día.

El sol al asomarse se colaba entre las ramas hasta llegar a nuestros sitios y un amarillo brillante se derramaba sobre las hojas, la hierba, los techos de las casas, los dominios de la flor. ¿Lloverá? Nos preguntábamos. ¿Qué naves dibujarán las nubes en el cielo de hoy?

¿Saludaron, mis cardenalitos, a los patos, en su camino hacia la laguna? ¿Con qué frutos o semillas se alimentaron hoy? Yo salía con los niños a recorrer todo el sendero que llega hasta el parque, y también ellos aprendieron a buscarlos en los árboles.






HABLABA CON LOS CARDENALES Y CON
LOS NIÑOS UN MISMO ABECEDARIO

Hablaba con los cardenales y con los niños. Después de todo era el mismo abecedario, los mismos signos y entre todos nos entendíamos con una magia que cada día me asombraba más.

Ellos, mis niños, aprendieron primero a hablarle a los pájaros que a pronunciar sus primeras palabritas. Y los pájaros les contestaban. Era un concierto maravilloso, armónico, sonoro.

Un día me dije: ¿y por qué no colocar alpisteros para que mis cardenalitos y todos los otros pajaritos que revolotean por aquí tengan un lugar seguro para alimentarse?


LA BÚSQUEDA DE ALPISTEROS
SIN ARDILLAS

Y salí a buscarlos. Me aconsejaron y explicaron. La comida de los pájaros les gusta mucho a las ardillas. Así que tienes que buscar alpisteros en los cuales las ardillas no tengan dónde agarrarse, porque si logran subirse se lo comerán todo y nada le dejarán a los pajaritivos.

No fue fácil la tarea porque además pensaba que las ardillitas también tenían derecho a comer. Ensayé con varios envases. Y en principio reinaron las ardillas. Sabían hacer unos malabarismos increíbles para meter su hociquito y vaciar el alpistero.

Había que buscar la distancia exacta del techo de donde colgaban los comederos hasta el comedero mismo. Si estaba muy cercano, aterrizaban sin ninguna dificultad. Pero si estaba muy abajo, se montaban en los maderos del pequeño porche y le llegaban también.







EN UN PRINCIPIO LAS ARDILLAS
PARECÍAN INVENCIBLES

En un principio parecían invencibles. Las ardillas iban engordando y mis pajaritos se iban sin comer.

Finalmente conseguí la medida exacta. E hice algo indebido. Coloqué un gran alpistero donde la ardillita pudiera alcanzar, pero lo deje vacío. Y después de subirse muchas veces a él y no encontrar nada, un buen día dejó de saltar.

Sin embargo, los pajaritos saben compartir. En sus diminutos piquitos las semillas que caben son muy pocas. Al suelo iban a dar muchas de ellas. El piso era de maderos que no estaban unidos. De manera tal que la mayor parte de las semillitas se iba por los aperturas y lo que quedaba era muy poco para el hambre de las ardillitas.

Me busqué una alfombra de jardín, de un verde agua, que recogía todo el alpiste derramado y le ofrecía un verdadero banquete a las ardillitas. Y de allí comenzaron a comer.

Conseguimos que todos estuviesen contentos. Pero los más alegres fueron los niños. Cuando se sentaban a desayunar, yo los colocaba frente a la ventana de la cocina precisamente donde colocamos los comederos. La fiesta era ver llegar a los pajaritos y detenerse en su aleteo a devorar las semillitas.


LAS CONVERSITAS ENTRE LOS PÁJAROS
Y LOS NIÑOS SE MULTIPLICARON

Había muchos, de todos los tamaños y colores y cantos. Era un espectáculo mayor que cada día disfrutábamos los niños y yo. Las conversitas se multiplicaron y no sé si eran los niños los que aguardaban a los pajaritos o si ya eran los pajaritos quienes esperabn la llegada de los niños.

Hasta que un día apareció primero el cardenal macho. Hermoso, de un rojo profundo. Creo que sabía que lo estábamos esperando porque estuvo el tiempo necesario para que lo descubrieramos y lo saludáramos.

Su confianza en nosotros fue tal que poco después vino su compañera. Y los dos comenzaron a venir de seguidas a buscar su alimento y a recoger el informe del día.

Luego, cuando salíamos a  pasear, ellos nos regalaban sus mejores gorgeos y el día se hacía único y maravilloso.


NUESTRA VIDA COMENZÓ A MEDIRSE
POR LA COMPAÑÍA DE LOS CARDENALES

Nuestra vida y la de los niños comenzó a medirse por la compañía de los cardenales. En las tardes cuando salíamos a pasear, ellos nos divisaban y se confundían sus alitas con el dorado del poniente que se posaba sobre cada hoja, tiñendo todo el paisaje, hasta que a medida que iba asomándose la noche, le dibujaba al cielo pinceladas de mandarina.

Los niños se conocían todas las flores que se asomaban a las veredas y se acostumbraron a hacer ramitos que le llevaban a su mami. Todo el coche estaba impregnado de aromas, colores y hojitas de hierba.




FUERON DÍAS EN QUE LOS NIÑOS Y YO APRENDIMOS
A HABLAR CON LOS PÁJAROS Y LAS FLORES

Y a veces no se sabía si eran las hojas o los rizos los que bailaban al son de un viento venido de los lagos. Sólo puedo decir que fueron días inolvidables, maravillosos, en los que los niños y yo aprendimos a conversar con los pájaros y las flores.

No había pregunta que no les contestara a los niños o a los pájaros. Y la vida se hacía un transcurrir alegre que se cobijaba en las pupilas de los niños, desbordadas de florerías.

Era increíble, pero en aquel pequeño espacio se conjugaban tantas formas de vida y tantos paisajes que se le llenaba a uno el corazón de armonías y cánticos. Los venados caminaban pausadamente entre las casas. Las ardillas corrrían por todas partes. Un topo amenazaba con llegar hasta el sitio donde las ardillas se comían las semillas.

Los patos y ganzos siluetaban sus formas en el cielo cada mañana y cada atardecer dejando los sigos de sus vuelos. Conejos y rabipelados visitaban a menudo. Y hasta un zorro jovencito hizo un día su aparición entre las espigas. Se detuvo, miró, escudriñó y se marchó, sin decir palabra.


MEDIAMOS LA ESTATURA EN LOS ARBOLES
Y EL ASOMBRO EN EL CICLO DE LAS FLORES

Los niños iban creciendo pero no perdían su capacidad para hablar con los pájaros y las flores. Un día ya no cupieron en el coche y comenzaron a hacer el paseo un sus triciclos, en sus patinetas, o simplemente con sus pasos traviesos. Medíamos su estatura en los árboles. Y su asombro en el ciclo de las flores.

Su lenguaje era fluido con los pájaros. Y el sol y la luna se hicieron huéspedes permanentes de nuestras conversitas e imaginerías.

Era un tiempo muy hermoso que le regaló a mi vida el candor de los pájaros, las flores y los niños, en una amalgama de tiempos por venir.



Y EL TIEMPO COMENZÓ A DESHACERSE
COMO UN PASO EN LA NIEVE

Sólo que, como suele ocurrir, el tiempo comenzó a deshacerse como una figura de arena, como un paso en la nieve, una tormenta de verano.  La gente grande comenzó a hacer de las suyas.

NADA DETUVO EL AVANCE DE
LOS DÍAS ROTOS

Ni el reflejo de los árboles en la laguna, ni las circunvalaciones de los troncos cortados, ni el rumor de las espigas al viento, lograron detener el avance de los días rotos.

Una oscuridad imprecisa comenzó a colarse por los parajes hasta entrar en la casa y asentarse en los dinteles de las ventanas, en los rostros, en las palabras, en el aire que respirábamos.


ROTA LA ARMONÍA ADVINO
EL CAOS DE LAS PALABRAS

Rota la armonía advino el caos de las palabras sin significados, de las órdenes sin acierto, de los desmanes y desplantes. Como si un cúmulo de nubes grises y resecas, se hubiese introducido por las puertas y adherido a los techos hasta ocultar toda luz.

El sueño se hizo intranquilo. Las ardillitas se fueron a otros escampados. Los pajaros buscaron otros refugios. Los niños, por primera vez, conocieron de ausencias y se les llenaron los ojitos de preguntas sin respuestas.

SE PARTIÓ EN MITAD LA QUIETUD

Exclamaciones sin sentido se volvieron gritos. Se apagó la cancion y en su lugar se repetía una especie de letanía exasperante que daba cuenta de las horas, como un reloj con sus mecanismos rotos.

Se partió en mitad la quietud. Rompieron su formación los patos. El dorado de las tardes se fugó al otro lado de la ciudad. El silencio se pobló de alaridos.




Y A LOS NIÑOS SE LES QUEBRÓ
LA RISA

Y a los niños se les quebró la risa y se les suplantó por una obediencia sin mesura ni ley. Su tiempo de niños se detuvo de repente. Y una mueca extraña invadió el espacio de los asombros.

Todos los anuncios indicaban que llegábamos al final de un ciclo y al inicio de otro. Pero no nos imaginábamos la hondura del pozo que tendríamos que recorrer para reencontrarnos con los mediodías.



LA TRISTEZA SE ESTACIONÓ EN
LOS PÁRPADOS

Se acalló el lenguaje de los pajaros y los rituales de las mañanas. Como si alguien hubiese sellado el ventanal que da a los alpisteros. Las flores se ensimismaron, como si en vez de abrir se fuesen a cerrar. Y la tristeza se estacionó en los párpados y en la respiración.

Y lllegó el día en que tuve que marcharme de esos sitios, dejando atrás a mis niños de la vida. Y fue tan grande la herida, que salí al jardín que me había recibido, a invocar la presencia de mis cardenales.

EL CARDENALITO REGRESÓ A
DEJARME SUS SEÑALES

Llamé, silbé, invoqué, clamé, y no aparecieron. Ni él ni ella estaban ni en el huerto ni en los árboles ni al vuelo. Y de pronto se me apareció uno de mis niños, con rostro atribulado, me tomó de la mano, en silencio, y me llevó justo debajo del dintel de la ventana por la que los veíamos cada mañana comer del alpistero.

Allí acurrucado sobre sus plumitas encendidas, sobre el césped que guarecía las semillas para las ardillitas, estaba el cardenal. Mata, Mata, me dijo el niño: mira.

Me acerqué y entendí. La muerte del cardenalito cerraba mi ciclo en esa casa. Si al llegar me había recibido con sus cantos y sus travesuras, ahora, allí en su diminuta mortaja de hierbas y hebras, el cardenal me volvía a hablar de nuevo, desde la cancion que llevaba en el piquito, desde su diminuto corazón, para anunciarme la clausura de los mediodías y la sequía sobre la nieve.


NO FUE EN VANO EL TIEMPO
DE LOS CARDENALES

Lo tomé entre mis manos con amoroso recogimiento. Le hablé también, le dije que conmigo me llevaba todos los días que su vuelo me había regalado, que no había sido en vano su tiempo, y que sabía desde ese momento, que como él, tenía que prepararme para abrir nuevas ventanas, en otros paisajes, hasta que ellos lleguen de nuevo a mis ventanales a entregarle a mis niños la sonrisa que se mezcla con sus rizos, mientras reinventan el mundo en la transparencia de sus pupilas.

texto y fotos
mery sananes
noviembre 2010

1 comentario:

marialcira dijo...

Muy lindo, la vida y su naturaleza tan bella sobre todo en el campo,oyendo a los pajaros le traen a uno estas leyendas lo bonito donde no hay bullicio ni carros ni politicos que te atormente si no el puro Amor y la inocencia del tiempo que evocamos..