Una vez rota la magia que infunde el acto creador, el mundo imaginario, recreado, que nos mantiene sin embargo dentro de sus propios límites, una vez superada la fascinación que ejerce el arte en todo el esplendor de su inventiva, un asombro mayor emerge: la relación que puede establecerse entre hombre, vida y arte. Y un reto: ¿cómo romper el cerco de lo literario para colocar ese conocimiento al servicio del hombre y de la vida? ¿Cómo dinamitar los muros que lo contienen? En esa dirección dirigimos nuestra reflexión, no con la intención de contribuir a la elaboración de nuevas teorías, sino más bien con el propósito de plantear algunas interrogantes que puedan abrir en el futuro una discusión en torno al sentido mismo del hecho artístico y la función que ha cumplido y debe cumplir en nuestros días.
No es éste, por tanto, un ejercicio de conocimiento por conocimiento. Partimos de allí, pero para que sirva de referencia a un planteamiento que aspira responder una gran interrogante: ¿para qué sirve la literatura en nuestra sociedad? ¿Sirve esa literatura a la vida? ¿Entraña su estudio, su conocimiento, su aprehensión, un modo de contribuir al mejor vivir del hombre? Partimos de una hipótesis general: los mecanismos que parcelaron al hombre de tal manera que, en un momento determinado de la historia, limitaron el ejercicio de la acción creadora a un grupo minoritario y privilegiado, son los mismos que han contribuido a construir un cerco alrededor del producto así generado, cuya función primordial consiste en mantener dentro de la esfera de lo artístico aquello cuya verdadera razón de ser está en la exaltación del hombre y la reconstrucción de la vida.
De allí que nuestra proposición fundamental esté dirigida a plantear una perspectiva crítica que pueda contribuir a romper el cerco artístico-literario, a fin de liberar el producto allí encerrado y permitirle alcanzar su verdadera y humana dimensión. Creemos, sin embargo, que no se trata de una actitud formal o externa que elige, entre muchas, el lector. Entendemos que no otro sentido tiene la obra de arte que abrir una perspectiva creadora que no culmina sino cuando es recogida, recreada y proyectada por el lector o el crítico. Y que, en consecuencia, la obra de arte sólo cobra vida real en la medida en que es capaz de generar una actitud igualmente vital en el receptor.
De otra manera, la obra está muerta y encerrada en los límites del conocimiento artístico y literario, quien dispone de todo género de compartimientos (bibliotecas, museos, academias, instituciones, etc.) para garantizar que toda actitud de trastocamiento no se traduzca en subversión de la historia, de la realidad.
Entendemos así que la obra de arte se constituye en verdadero instrumento de subversión al saltar el cerco y juntarse con la actual aspiración de los hombres de construirse una historia distinta. Y creemos que no hay puesto más alto para el arte que este de proyectarse hacia el porvenir en la propia acción de los hombres, de constituirse en el equipaje de los combatientes de hoy, de prolongar su propia razón de ser en todo el esfuerzo creador que exigen nuestros tiempos para rescatar al fin, para todos los hombres, la vida en plenitud.
Creemos asimismo que tampoco hay para el lector, el crítico, el estudioso de hoy, reto más maravilloso que éste de dinamitero, desenterrador, asaltante de cercas, para extraer detrás de los libros, los lienzos, las partituras y las mismas piedras, su sentido de vida, su proposición de porvenir, su signo de infinito. El lector cierra así un ciclo creador, convirtiéndose a su vez en altavoz, en transmisor activo, de unas señales de vida que deberá también cultivar y esparcir. ¿Habrá acaso tarea más hermosa que ésta de trasmutar la palabra en grito, el grito en coro, el coro en canción (¡algún día!) de todos los hombres?
Esta fue la proposición poética de León Felipe. Y la expuso a través de toda su obra con luminosa claridad: no hay oficio de poeta. Hay una oscura y persistente labor de minero, hay un sostenido y oceánico oficio de navegante. Oficio de fundidor y de alfarero. Oficio de dinamitero. El trabajo duro del hombre de hoy, inmerso en las tinieblas, por ganar la luz. Y esa es la función de la poesía: esparcir señales de fuego para que sirvan de guía, como faros en la noche, a los aguerridos navegantes de la vida.
En su gesto encendido nos hemos enredado para juntar nuestro grito al suyo, nuestra lágrima a la suya, nuestra pequeña lumbre a su recipiente de pólvora y barreno, para contribuir al fuego grande que habrá de anunciar mañana los tiempos del hombre.
mery sananes*
MS, León Felipe. Poeta de pólvora y barreno. Caracas, Expediente Editorial, CPT/UCV, 1988, pp.9-11.
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